-Lo que no logró
comprender es porque
no dices nada. J*der, Rodrigo. Acabo de
decirte que me gustas y tú
estas como un tonto
sonriendo.
-Si prefieres me quedo
callado
-No, haber, al menos responde.
Que me siento como un idiota
-Vale, pues no re...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Mientras conducía de vuelta a casa después del entrenamiento, el coche estaba en completo silencio, salvo por la suave música que salía del estéreo. Rodrigo miraba fijamente al frente, pero sus mejillas estaban visiblemente rojas.
Lo conocía demasiado bien como para no darme cuenta de que estaba tramando algo.
De repente, su mano comenzó a moverse lentamente desde su regazo hasta mi pierna, subiendo hasta que la colocó directamente en mi...
—¿Qué estás haciendo, Rodrigo? —pregunté, intentando mantener la voz firme, aunque mi respiración ya estaba un poco descontrolada.
Él no respondió de inmediato, pero pude ver una ligera sonrisa en la esquina de sus labios.
—Nada... solo estoy comprobando algo —respondió, fingiendo inocencia, mientras sus dedos trazaban círculos lentos sobre la tela de mis pantalones.
Tuve que apartar una mano del volante para atrapar la suya, deteniéndolo antes de que fuera más lejos.
—Riquelme, estamos en la carretera —advertí, aunque mi voz sonaba menos convincente de lo que pretendía.
Rodrigo se encogió de hombros, sus ojos brillando con picardía mientras se giraba hacia mí.
—Pues conduce más rápido, Torres. No puedo prometer que me voy a comportar si seguimos aquí mucho tiempo.
Respiré hondo, apretando el volante con más fuerza. Rodrigo sabía exactamente cómo volverme loco, y lo peor era que disfrutaba cada segundo.
—Eres un peligro público, ¿sabes? —murmuré, acelerando ligeramente para llegar más rápido a casa.
—Solo para ti —contestó con una sonrisa, antes de volver a mirar al frente, como si nada hubiera pasado.
Pablo
Rodrigo, con esa mirada traviesa que siempre me desarmaba, se inclinó un poco más hacia mí.
—¿Sabes? Detén un momento el coche —dijo, susurrando esas palabras mientras sus labios rozaban suavemente entre mis piernas.
Sentí un escalofrío recorrerme, y mi agarre en el volante se tensó automáticamente.
—¿Estás loco? —murmuré, mi voz traicionándome con lo entrecortada que sonó.
Rodrigo levantó la vista hacia mí, su sonrisa absolutamente encantadora y peligrosa al mismo tiempo.
—Puede ser... pero también soy tu loco. —Sus palabras vinieron acompañadas de un suave roce que hizo que mi cabeza diera vueltas.
Suspiré profundamente, intentando no perder el control, tanto del coche como de mí mismo. Miré por el retrovisor y luego a la carretera vacía.