-Lo que no logró
comprender es porque
no dices nada. J*der, Rodrigo. Acabo de
decirte que me gustas y tú
estas como un tonto
sonriendo.
-Si prefieres me quedo
callado
-No, haber, al menos responde.
Que me siento como un idiota
-Vale, pues no re...
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—¡Joder, más rápido! —grité, sintiendo cómo mi cuerpo alcanzaba su límite, aferrándome con fuerza a los hombros de Pablo.
Él, con esa sonrisa traviesa que siempre me desarmaba, pasó su pulgar por mi punta, llevándome al borde. No pude evitarlo; mi liberación fue inmediata, manchando sus labios en el proceso. Pablo solo se rio por lo bajo mientras se limpiaba con el dorso de la mano, observándome con esa mirada de satisfacción que me hacía querer estrangularlo y besarlo al mismo tiempo.
Me dejé caer hacia atrás, jadeando, mientras intentaba recuperar el aliento. Cerré los ojos, sintiéndome completamente agotado y satisfecho.
Pero entonces, como si nuestro bebé tuviera un radar especial para interrumpirnos, empezó a llorar desde su cuna.
Abrí un ojo lentamente y miré a Pablo, que seguía recostado junto a mí, con una expresión de diversión mezclada con resignación.
—Creo que te llaman, papá perfecto —murmuró, riéndose por lo bajo mientras se giraba hacia el otro lado, como si tuviera intención de ignorar el llanto.
—Ni lo pienses —respondí, levantándome con un suspiro. Me ajusté los pantalones y caminé hacia la cuna, dejando escapar un leve quejido de cansancio.
Mientras tomaba a nuestro bebé en brazos y lo calmaba, Pablo me observaba desde la cama, sonriendo con esa mezcla de burla y ternura que tanto lo caracterizaba.
—La próxima vez, creo que necesitamos un cronómetro —bromeó.
—La próxima vez, cierra la puerta con llave —respondí, sin evitar sonreír.
Nuestro bebé, apenas sintiendo el calor de mis brazos, comenzó a calmarse. Le acaricié la espalda suavemente mientras tarareaba una melodía improvisada, aunque aún podía sentir la mirada de Pablo sobre mí desde la cama.
—Es increíble cómo siempre sabe cuándo interrumpirnos —murmuré, tratando de no reírme.
—Es un genio en formación —respondió Pablo con esa sonrisa descarada que tanto me irritaba y encantaba al mismo tiempo.
Me giré para mirarlo, todavía con nuestro pequeño en brazos, y levanté una ceja.
—Tú podrías ayudar, ¿sabes?
Pablo se estiró perezosamente, como si acabara de correr una maratón.
—Te ves demasiado adorable así. No quiero interrumpir la escena de película.
Rodé los ojos, pero no pude evitar sonreír. Era difícil enojarse con él cuando tenía esa expresión de tonta felicidad. Después de unos minutos, nuestro bebé ya estaba tranquilo, con los ojos cerrándose lentamente. Lo acomodé en su cuna y lo cubrí con cuidado.
Cuando regresé a la cama, Pablo me jaló hacia él, rodeándome con sus brazos antes de que pudiera protestar.
—Gracias, papá perfecto —susurró, besando mi frente.