-Lo que no logró
comprender es porque
no dices nada. J*der, Rodrigo. Acabo de
decirte que me gustas y tú
estas como un tonto
sonriendo.
-Si prefieres me quedo
callado
-No, haber, al menos responde.
Que me siento como un idiota
-Vale, pues no re...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
El Atlético de Madrid ganó por 3-1 al Slovan de Bratislava, yo jugué 45 minutos la primera parte ya que estaba muy cansado. Cuando estuve en el banquillo con Rodrigo él y yo nos dimos varios besos teniendo muchísimo cuidado de que nadie nos viera y menos mal que nadie nos vio. Él jugó 17 minutos y solo tiró 1 vez.
El partido terminó siendo una victoria para el Atlético, pero lo cierto es que, al menos para mí, lo que más me importaba era que había estado cerca de Rodrigo. Aunque ambos sabíamos que la relación que compartíamos no podía ser algo público, esos pequeños momentos robados entre el bullicio del estadio eran todo lo que necesitábamos para sentir que, a pesar de la presión, todo iba bien.
Cuando llegué al banquillo, me senté junto a él, intentando disimular cualquier señal de fatiga. Aún sentía algo de molestia en la pierna, pero lo que realmente me mantenía con energía era la idea de compartir esos pocos minutos con Rodrigo.
Nos miramos y, sin decir una palabra, él me tomó de la mano. No importaba cuántas personas estuvieran alrededor, esos segundos juntos eran un respiro. Nos besamos suavemente, asegurándonos de que nadie nos viera, como si el mundo entero estuviera suspendido solo en ese momento.
Rodrigo me sonrió, su mirada cargada de esa mezcla de cariño y ternura que siempre lograba desarmarme.
—Te he visto jugar increíble, pero me gusta más cuando estás cerca —dijo en voz baja, mirándome a los ojos.
—Tú también estuviste genial —respondí, sintiéndome afortunado por tenerlo a mi lado, incluso en esos breves momentos de descanso.
Cuando regresó al campo, lo observé por un instante, notando que aunque jugó poco, su energía era la misma de siempre. Sin embargo, lo que más me importaba era que después del partido, podríamos irnos juntos, lejos de las miradas curiosas, y disfrutar de la compañía del otro sin restricciones.
Lo vi tirar solo una vez, pero no fue importante. El fútbol no siempre trataba de goles o victorias. A veces, la verdadera victoria era estar allí, juntos, compartiendo más que solo un equipo.
Estaba intentando cambiarme rápidamente después del partido, pero la situación en el vestuario no me ayudaba en absoluto. Rodrigo estaba sobre mis piernas, abrazándome, lo que hacía casi imposible que pudiera moverme con libertad. Por un lado, me encantaba sentir su cercanía, pero por otro, las prisas por salir y el ruido de los compañeros de equipo me hacían querer adelantar el proceso.
—Rodrigo... —dije en un susurro, tratando de mantener el tono bajo para que nadie más lo oyera—. Tienes que mover un poco, no puedo cambiarme así.
Rodrigo levantó la cabeza y me miró, sonriendo con esa expresión traviesa que tanto me gustaba. No se apartó, sino que se acomodó un poco más sobre mí, como si quisiera hacer que me rindiera a la situación.
—¿Qué pasa? ¿No te gusta que te abrace? —preguntó, jugando con los botones de mi camiseta mientras me miraba fijamente.
Suspiré, divertido pero también un poco frustrado.
—Claro que me gusta, pero no tanto como para que no pueda vestirme, ¿te parece? —respondí, acariciándole el cabello para que finalmente se apartara un poco.
Después de unos segundos, Rodrigo cedió, levantándose lentamente para dejarme algo de espacio. Aun así, no pudo evitar darme un beso rápido en los labios antes de que me pusiera la camiseta.
—Ya sabes que siempre me cuesta dejarte ir, incluso un momento —murmuró en voz baja, con una sonrisa suave.
Yo reí y comencé a cambiarme, sintiendo el calor de su presencia aún en el aire del vestuario. Nadie más parecía notar lo que había sucedido entre nosotros, pero yo sabía que esos momentos furtivos valían mucho más que cualquier victoria en el campo.
—Te lo compensaré después —le dije, mientras me ponía los pantalones de entrenamiento.
Rodrigo asintió, y antes de que pudiera seguir con lo que hacía, ya estaba acercándose para darme otro beso, como si no pudiera esperar a compartir aún más de esos momentos especiales. Aunque todo lo demás era agitación y ruido, con él, el mundo se volvía más tranquilo, y no podía pedir más.
Rodrigo
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Me separé rápidamente de los labios de Pablo, y fue en ese momento que me di cuenta de lo que acababa de suceder. En el vestuario, todos los compañeros nos observaban, algunos con sonrisas cómplices, otros con miradas sorprendidas. Mi corazón empezó a latir con fuerza, y el miedo se apoderó de mí al instante.
—Dios mío... —murmuré, sintiendo cómo la piel se me ponía caliente por la vergüenza.
Pablo se quedó mirándome, sabiendo exactamente lo que estaba sintiendo. Puedo ver cómo intenta calmarme con su mirada, pero el ambiente en el vestuario estaba cargado de tensión. El silencio era tan palpable que podía escuchar incluso la respiración acelerada de algunos.
—Rodrigo... —dijo Pablo en voz baja, pero yo lo interrumpí.
—No, Pablo. No puedo quedarme aquí, no ahora... —respondí, levantándome rápidamente, dejando atrás la tranquilidad que había sentido segundos antes. La presión que sentía sobre mi pecho era insoportable. No sabía qué esperar de los demás, ni cómo reaccionarían.
Casi instintivamente, salí del vestuario, buscando un rincón donde pudiera respirar tranquilo. Necesitaba un momento, un respiro. Sentía que mi cabeza iba a explotar de tantas emociones encontradas. Aunque sabía que las cosas entre Pablo y yo no podrían ser fáciles, nunca imaginé que un simple beso podría desencadenar un caos interno tan grande.
Pablo salió detrás de mí en cuanto vio que me alejaba, su voz alcanzándome con preocupación.
—Rodrigo, espera. No tienes que correr, todo va a estar bien.
Me detuve, apoyándome contra una pared, mi respiración agitada. No sabía qué hacer ni qué decir. Solo quería que todo volviera a la normalidad, aunque sabía que eso ya no era posible.
—¿Estás seguro de que está todo bien? —le pregunté, girándome hacia él, mi voz temblorosa. —¡Nos vieron! Y ahora no sé qué va a pasar...
Pablo dio un paso hacia mí, tomándome de los hombros con suavidad.
—Lo que pasó... no podemos deshacerlo, pero podemos enfrentarlo juntos. No tienes que tener miedo, ¿de acuerdo? No estamos solos en esto.
Lo miré a los ojos, y aunque el miedo seguía presente en mí, la forma en que Pablo me miraba me dio una sensación de calma. Por primera vez, a pesar de lo que acababa de suceder, sentí que, juntos, podíamos superar cualquier cosa.