-Lo que no logró
comprender es porque
no dices nada. J*der, Rodrigo. Acabo de
decirte que me gustas y tú
estas como un tonto
sonriendo.
-Si prefieres me quedo
callado
-No, haber, al menos responde.
Que me siento como un idiota
-Vale, pues no re...
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Al día siguiente, no pude resistirlo más. Era como si mi deseo por él se encendiera con cada segundo que pasaba. En cuanto estuvimos solos en la habitación, cerré la puerta tras de mí y lo empujé suavemente hacia la cama.
Rodrigo me miró, algo sorprendido, pero sus ojos ya tenían ese brillo que tanto me volvía loco. Sin decir una palabra, acerqué mis manos a sus caderas y tiré de la tela de sus calzoncillos.
—¿Otra vez? —preguntó, entre divertido y resignado, mientras yo rasgaba la prenda con facilidad, dejando su cuerpo completamente expuesto ante mí.
—No puedo esperar más... —susurré antes de inclinarme y besar su cuello, recorriendo su piel con mis labios mientras mis manos acariciaban sus muslos.
Lo giré con cuidado, apoyándolo en la cama. Separé sus piernas y me posicioné entre ellas, sintiendo cómo su cuerpo temblaba ligeramente bajo mi tacto.
—¿Estás listo para mí? —pregunté, rozando apenas su entrada, provocándolo.
—Siempre... —susurró, con la voz cargada de deseo, mientras se agarraba a las sábanas.
Y en ese momento, me hundí lentamente en él, sintiendo cómo su cuerpo me envolvía por completo. Un gemido bajo escapó de mis labios, y sus suspiros llenaron la habitación. Cada movimiento nos conectaba más profundamente, como si no existiera nada más en el mundo.
Rodrigo arqueó la espalda y dejó escapar un gemido que me hizo perder el control. Mis manos se aferraron a su cintura mientras aumentaba el ritmo, marcando mi necesidad de tenerlo, de sentirlo mío en todos los sentidos.
Era nuestro momento, y nada podía compararse a eso.
Unos minutos después, ambos estábamos al borde, respirando entrecortadamente mientras nuestros cuerpos se movían en perfecta sincronía. Rodrigo se aferraba a mis brazos, sus ojos brillando con deseo y una pequeña sonrisa juguetona en su rostro.
—¿Boca o dentro? —pregunté en un susurro ronco, inclinándome para besar su cuello húmedo por el sudor.
Rodrigo me miró fijamente, con las mejillas enrojecidas y los labios entreabiertos.
—Hmm... boca... —respondió con una mezcla de picardía y rendición.
No necesitó decirlo dos veces. Salí de él con cuidado, dejándolo descansar sobre las sábanas mientras yo me inclinaba hacia su rostro, sosteniéndome con una mano en el colchón. Rodrigo se acomodó, mirándome con una intensidad que me hacía temblar, y abrió ligeramente los labios en espera.
El simple gesto me desató. Sujeté mi miembro y lo bombeé unas cuantas veces, cerrando los ojos mientras el placer alcanzaba su clímax. Solté un gemido grave mientras mis fluidos caían sobre su lengua, y Rodrigo los recibía con esa mezcla de entrega y provocación que me volvía loco.