Capítulo catorce.

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Y grito, grito como nunca en mi vida lo he hecho. Desgarrando mis cuerdas vocales. Corro empujando a todo aquel que se interponga en mi camino. Mi vista no se puede apartar del cuerpo de E., y mi corazón golpe con fuerza mis costillas. Mis piernas se sienten temblorosas y la cascada de lágrimas que no dejan de brotar de mis ojos me dificulta la visión. Cuando estoy cerca de E., me tiro al suelo, a su lado.

— ¡E.! ¡ERIN! —grito mientras lo zarandeo. Pero sus ojos están cerrados y su corazón ha dejado de latir.

Sollozo con fuerza, y grito su nombre al cielo; como si eso fuera a de volverle la vida. Aferro su frío cuerpo entre mis brazos, manchándome de la sangre que burbujea de sus múltiples heridas. Me apoyo en su pecho mientras no dejo de susurrar su nombre por lo bajo. Mi respiración se atasca en mi garganta, dificultándome respirar. Mi pecho se siente oprimido y lucho para que el oxígeno llegue a mis pulmones. Me aparto unos centímetros de E., pero le sigo sosteniendo su fría a mano, a la espera de que él envuelva sus dedos contra los míos; pero sé que eso no va a pasar.

Coloco una de mis manos hacia el pecho, y hago una suave presión e intento respirar profundamente. Una punzada de dolor atraviesa mí pecho y sé lo que esta apunto de venir: me está dando un ataque de pánico. Hace mucho que no los tenía, la última vez que tuve un ataque de pánico fue cuando a mamá le diagnosticaron cáncer de pulmón y leucemia linfocítica crónica. Grito para liberar la presión en mi pecho, y siento como alguien me sujeta desde atrás. Varias personas rodean a E., y a lo lejos se escucha las sirenas de una ambulancia.

El alboroto del lugar me hace sentir sofocada, mi vista se nubla a cada rato y la imagen de un charco de sangre alrededor de E. solamente me hace sentir más mareada. Las lágrimas siguen cayendo por mis mejilla, me revuelvo con fuerza de quien sea que me esta sujetando. Un sollozo lleno de dolor sale de mi maltratada garganta.

—Tranquila... tranquila —oigo a través de la bruma del pánico la dulce voz de Samuel.

La cara de preocupación y miedo de Sam inunda mi visión.

—Llama a Kian —logro apenas pronunciar mientras le señalo el bolso que se encuentra a unos metros de nosotros. Sam asiente y corre hasta el bolso.

Aparto las manos de Samuel de mi cintura y simplemente me dejo caer al suelo. El pavimento raspa mis manos, pero no me importa; no me importa nada en este momento. El dolor consume con lentitud mi cuerpo, y los sollozos no dejan de salir de mi garganta, haciendo que mi cuerpo se convulsione.

Dos autos policiales se estacionan y una ambulancia los sigue de cerca. Un paramédico sale con rapidez de la ambulancia, aparta a los curiosos espectadores y se acerca a E., se agacha hacia él y lo observa unos segundos antes de hacerle una seña de negación hacia su compañero; está muerto.

Colocan un cobertor amarillo encima del cuerpo de E. y los policías se encargan de cerrar el perímetro y apartar a la gente del cadáver.

Yo sigo en el suelo, con mis manos y mi Jersey manchado de sangre; la espesa y rojiza sangre de E. Y lo único que deseo es que todo esto sea una pesadilla y que despertaré en mi habitación de repente y E. estará en casa; vivo; y me estrechara entre sus fuertes y coloridos brazos. Y me susurrara al oído: tranquila, princesa. Solo deseo que sus hermosos ojos color café vuelvan a abrirse y brillen como siempre lo habían hecho. Solo deseo que esto sea una maldita pesadilla; pero no lo es, y duele. Duele mucho.

KIAN:

Revuelvo la ensalada de frutas con el tenedor, sintiendo una incomodidad enorme. Un presentimiento burbujea en mis entrañas, pero decido no darle mucha importancia. Termino de comer las frutas, coloco el cuenco de porcelana en el fregadero y estoy por lavarlo, pero entonces el teléfono empieza a sonar. Camino a paso rápido hasta el móvil, el nombre de Erin parpadea en la pantalla, doy al botón de contestar la llamada y me coloco el teléfono al oído. Por alguna razón mi corazón empieza a acelerarse y mis manos empiezan a sudar.

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