Capítulo treinta y ocho.

19.2K 1.5K 106
                                    

Mi mente divaga mientras observo el titilar de las cientos de estrellas que iluminan el oscuro firmamento desde el patio de lo que algún día fue mi hogar. 
Aprieto la taza tibia de té de frambuesas contra mi pecho y exhalo con lentitud, viendo el vaho blanquecino que se arremolina contra mi rostro. 

Me siento lívida, en un estado casi hipnótico viendo el cielo. Siento un dolor tan punzante y macizo contra el pecho y la garganta que las lágrimas no son suficientes para aliviar ese dolor. Es ese tipo de dolor que te hace temblar los labios y doler el corazón, ese dolor que está tan dentro de ti que ni las lágrimas logran salir a la superficie. Es ese dolor que se queda allí, en tu alma y que te va destruyendo poco a poco. Es ese dolor de impotencia de ver a tu madre morir y no poder hacer nada.

Vuelvo a exhalar con los labios temblorosos y doy un pequeño sorbo al té para que el dolor de mi pecho se caliente un poco con el dulzor de la bebida. 

Es más de media noche pero no me siento capaz de dormir; hay muchos pensamientos gritando en mi cabeza y el dolor asfixiante en el pecho me hace temer ahogarme. Vuelvo la vista hacia el cielo y observo las estrellas y la luna cuarto menguante, cierro los ojos y por un instante me concentro en la belleza que hay sobre mí. Me acurruco más contra la silla plástica y subo la manta para tapar mis helados hombros. 

Un viento helado mueve con fuerza las ramas casi desnudad de el árbol de almendra que hay en el patio y hace que un escalofrío me recorra la espina dorsal. 

—Uuh... —suspiro y froto la manta contra mis brazos. 

Apresuro el té y me lo bebo de tres largos sorbos, me levanto de la silla y recojo la manta y la taza vacía. Me encamino hacia la puerta trasera de la cocina, pero me detengo abruptamente cuando escucho un crujir. Me mantengo inmóvil, y mi respiración se convierte en un suave y agitado murmullo cuando, con parsimonia, recorro con la vista el pequeño patio trasero y la calle desolada que se ve a través de la verja de madera. 

Doy un pequeño paso hacia atrás cuando escucho un golpe sordo contra el suelo, y mi corazón empieza a latir desbocado. Exhalo con lentitud mientras intento calmar mis nervios. 

"Puede ser sólo un gato muy cabrón, no hay que ser tan paranoica". Me reprendo mentalmente. Aprieto la manta con fuerza y me doy media vuelta para retomar mi camino. 

***

—...Conocí a un chico, mamá. Y no sé si debería quererlo tanto como lo hago. Tiene tantas capas en su ser y no creo ser posible encontrar y entender todos los secretos que guarda en cada una de sus capas. Y él tampoco me dejaría, o eso es lo que me ha dado a entender. —Suspiro con cansancio y acaricio los nudillos de la pálida y fría mano de mi madre. 

Luego de pasar una madrugada intranquila y no poder pegar ojo ni una hora, me dediqué a platicar con Nana y ayudarla con algunos quehaceres de la casa. Después me alisté para ir a visitar a mi madre, hablamos como diez minutos pero luego se quedó profundamente dormida. Así que aquí me encuentro yo, hablándole sobre Dante mientras duerme porque no me siento capaz de hacerlo cuando está despierta. Continuo hablando, aunque sé que no me escucha; pero quiero desahogarme con alguien y dejar que la presión de mi pecho disminuya al menos un poco:

«Kian ha estado realmente extraño, ¿sabes? Y no me refiero a esa extrañeza que siempre posee, no. Me refiero a algo más... siniestro. Yo quiero ayudarlo, de verdad que sí; pero él no quiere que lo ayude. Me gustaría que le dieras una buena reprimenda por ser tan idiota. No sé qué hacer, mamá. Te necesitamos, mamá. Yo te necesito»

Cierro los ojos con fuerza y siento un par de lágrimas bajar por mis mejillas, sorbo por la nariz y me limpio el rostro con el dorso de la mano.

Un toque en la puerta capta mi atención y me volteo para ver quién es. 

DeuceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora