Como todos los días de semana, me levante a las 5 AM y me duche para ir a la universidad. Me cambie con un atuendo sencillo: una chaqueta de cachemira negra, unos pantalones entubados color azul oscuro y botas militares cortas. Aplique maquillaje simple en mi rostro. Tome mi bolso y salí de mi habitación.
Contemple el silencio que reinaba en toda la casa, los primeros rayos de sol empezaban a entrar por las ventanas, dándole una tenue luz al interior de la casa. Suspire con fuerza y di media vuelta, quedando frente a la puerta de la habitación de Kian. Abrí la puerta despacio y con suavidad, metí primero mi cabeza y deje que mis ojos inspeccionaran el interior del cuarto. El bulto que Kian creaba en torno a las sabanas me dio la confianza de pasar. Me acerque hasta él, me senté en el borde de la cama y peine con mis dedos su lacio cabello hacia atrás.
—Kian... Kian, despierta —dije mientras lo sacudía ligeramente de los hombros
Mi hermano emitió un gruñido y se revolvió entre las sabanas.
—Vamos, Kian, tienes que levantarte —persistí, sacudiéndolo un poco más fuerte hasta que sus parpados revolotearon y se abrieron por completo.
— ¿Qué quieres, Erin? —pregunto con su típica voz ronca mañanera, mientras se incorporaba y restregaba su rostro.
— ¿Cómo qué que quiero? Tienes que levantarte e ir a la universidad, estas faltando mucho últimamente —dije a la defensiva
—Sí, sí. Como sea. Vete, yo iré de otro rato —dijo en tono desdeñoso y fastidioso, luego subió su colcha hasta su barbilla y se volvió a acostar.
Lo observe con mucha tristeza y dolor.
—Bien —susurré por lo bajo. —Nos vemos de otro rato, Kian —me levante de la cama y me agache un poco para dejar un beso en su mejilla.
—Te quiero —le susurre.
Kian me ignoro y se dio la vuelta, dándome la espalda. Una punzada de dolor me atravesó el pecho, la quemazón en mis párpados me alerto que no faltaba mucho para que me echara a llorar. Entendió por que Kian se encuentra así, pero eso no quita el hecho que duela como un demonio que me trate de esa manera.
Aclare un poco mi garganta y respire profundamente, intentando ahuyentar las lágrimas; luego me di media vuelta y salí de la habitación.
[...]
—Erin... Erin... ¡Erin!... ¡ERIN! —un grito ensordecedor me saco de mi ensimismamiento. Me quede mirando fijamente a Sam.
— ¿Qué? —le pregunte al ella quedarse callada.
— ¿Estás bien? —pregunto luego de un rato.
—Sí, completamente —mentí. No estaba ni cerca de estar bien. La muerte de E., la tristeza de Kian, y mi propia tristeza me estaban hundiendo poco a poco.
— ¿Segura? —insistió.
—Sí —volví a mentir.
Sam asintió no muy convencida y clavo sus hermosos y calculadores ojos grises en mí.
—Es solo que te la pasas metida en otro mundo, tú mundo y te quedas con la vista fija en un punto de la pared y realmente no creo que estés bien.
—Estoy bien —mentí, de nuevo. —Es solo que... me gusta pensar.
— ¿En qué piensas? —pregunto curiosa.
—No es la gran cosa —susurré. Estaba mintiendo, mis pensamientos no se alegaban de Kian y principalmente, no podía sacarme de la cabeza al chico el cual tenía el cielo en sus ojos. No me dijo su nombre, pero no dejaba de pensar en él. Y en su extraño mote hacia mí: Mariposa.

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Deuce
AksiÉl no es como los típicos «chicos malos» que la mayoría de las historias describen. Él no tiene una motocicleta Harley Davidson, no, el tiene un Audi r8 color gris con las ventanas polarizadas y blindadas. Él no guarda cajetillas de cigarros Marlbor...