Capítulo treinta.

41.6K 3K 382
                                    

—Dante... —susurré lentamente, saboreando el nombre en mis labios. Una pequeña sonrisa perezosa y ladeada pinta mis labios mientras susurro por lo bajo su nombre una y otra vez. —Me gusta Dante, ¿por qué no me habías dicho tu nombre antes? —le pregunté mientras me incorporaba, el sueño se había drenado de mi cuerpo en el mismo instante en que Deuce me dijo su nombre.

—No suelo compartirlo con mucha gente —murmuró—, me trae malos recuerdos; pero prefiero que me llames por mi nombre a que me digas Deuce todo el tiempo.

Puse mi mano sobre su hombro y le sonreí suavemente.

—Entonces tenemos que empezar hacer buenos recuerdos, Dante, y yo te ayudaré en eso. —Me incliné hacia él y dejé un pequeño beso sobre sus labios, Dante me sonrió, mostrando la parte inferior de sus blancos y alineados dientes, y me atrajo nuevamente hacia él.

Me recosté en su pecho, mientras escuchaba los latidos de su corazón chocar contra mi oreja. Sujeté su mano derecha contra la mía y recorrí con mis dedos los pequeños tatuajes que tiene en sus nudillos.

— ¿Por qué tantos tatuajes? —le pregunté.

—La tinta sirve para ocultar cosas —susurró—, cosas que quieres que desaparezcan pero lo único que puedes hacer es ocultarlas. —Elevé mi vista y me fijé en Dante, su mirada se encuentra perdida y él ensimismado en su propia mente; con sus ojos brillantes, con esa mirada dura y desolada que tenía en sus ojos, y con la mandíbula fuertemente apretada Dante parecía un hombre herido; sin poder curarse. Solo.

—Y dime, Dante, ¿cuál es tu historia? —murmuré por lo bajo, sin apartar mi mirada de él. Dante sonrió, una sonrisa que no tocó sus ojos, que desapareció tan rápido como llegó, volteó a verme y negó con su cabeza.

—Esa es una historia para otro momento, pero ¿y qué me dices de ti? ¿Cuál es tu historia, mi pequeña Mariposa?

—No hay mucho que contar —dije y me encogí de hombros, aun así empecé a relatar un resumen de mi vida:

—Nací un 3 de febrero de 1996 en Toledo (Ohio) y viví allí con mis padres y Kian hasta que cumplí nueve, luego, un día, papá se fue y nunca más regresó y mi mamá no podía soportar seguir en ese lugar; había muchos recuerdos de él y era duro para nosotros también. Entonces nos mudamos a Cleveland, luego todo fue normal. Hasta que en el verano del 2010 le detectaron cáncer de pulmón y leucemia linfocítica crónica, fue entonces cuando todo se empezó a ir a la mierda poco o poco —mi voz empezaba a disminuir a medida que avanzaba con la historia, Dante me escuchaba atento y sin interrumpirme. —Necesito un trago —murmuré y me incorporé de golpe, corrí hacia donde había dejado la botella de Champagne y la agarré, regresé hasta donde Dante y me deje caer a su lado. «A la mierda la formalidad», pensé y me empine la botella, bebiendo grandes tragos del delicioso líquido espumoso.

—Tranquila, Mariposa —se burló Dante mientras me miraba con una ceja alzada.

—Uh, mucho mejor —dije cuando termine de beber, dejé la botella a un lado y continúe con mi relato: —Kian se vino a vivir aquí a Detroit porque le dieron una beca en la universidad por jugar al americano, y yo me quede sola con mamá en Cleveland; al principio su enfermedad era controlable, unas cuantas sesiones de quimio y listo, pero a larga no daban resultado. Intentaron muchos tipos de tratamientos, ninguno llego a funcionar realmente. Luego mamá dejó de poder respirar sola, recuerdo haber pasado una semana entera en una habitación de hospital junto a ella. Viendo como necesitaba una máquina para vivir —mis ojos se estaban cristalizando a medida que seguía hablando, y sentía como un fuerte nudo empezaba a crecer entorno a mi seca garganta.

DeuceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora