Dedos rasposos limpian las lágrimas de mis mejillas, cierro los ojos y un suspiro tembloroso sale de mis labios resecos.
—Por favor... —susurro en un hilillo de voz.
Los dedos de Dante me acarician con suavidad el rostro, siento que se mueve hacia adelante y luego sus labios se apegan a los míos. En comparación a los otros besos, este es suave y con un deje de tristeza que se saborea en la boca del otro.
Estiro el brazo derecho y sumerjo mis dedos entre las hebras de su oscuro cabello, empujando su rostro contra el mío; sus labios contra mis labios. El nudo en mi garganta se disipa cuando el beso se intensifica, dejando escapar de mis labios un jadeo. Las manos de Dante se apartan de mi rostro y me posan en mis muslos, subiendo lentamente por las medias de tela delgada.
Quito mi mano de su cabello y bajo ambas manos por su pecho cubierto de la rugosa tela de la camisa. Muerdo sus labios y sonrío sobre su boca cuando un suave gemido por parte de Dante se escucha.
Me separo de los labios de sus con un pequeño suspiro, entrelazo mis brazos tras su cuello y me recuesto en su hombro.
Pequeñas y rápidas respiraciones salen desde mis hinchados y entreabiertos labios, cierro los ojos y jadeo bajito cuando siento los dedos de Dante sobre la piel desnuda del interior de mis muslos.
Puedo sentir como la tela del vestido se arremolina contra mi cintura, y como Dante acaricia la línea baja de mis bragas. Mi respiración se agita y mis manos atrapan su cabello entre mis dedos. Aprieto con fuerza los ojos y me concentro en no enloquecer. Casi con anhelo, siento como desliza sus dedos hasta mi ingle y, un poco vacilante, mete su mano dentro de mi ropa interior.
—Oh... —Jadeo cuando dos de sus dedos roza suavemente mi clítoris.
—Tan húmeda —susurra contra mi mandíbula.
Vuelvo a gemir al oír sus palabras cachondas y cuando vuelve a pasar juguetonamente sus dedos entre los pliegues de mi vagina.
Ya no hay vuelta atrás, pienso y gimo.
Dante saca su mano de mi ropa interior y me toma de la barbilla, alzando mi rostro a centímetros del suyo. Noto sus ojos oscurecidos y su respiración agitada, aparte de sentir como se endurece debajo de mí.
Veo la indecisión en sus ojos dilatados y la pequeña arruga que mancha su ceño me hacen saber que está dudando. Así que lo veo fijamente a los ojos y asiento con parsimonia mientras me muerdo con fuerza el labio inferior.
—Por favor —murmuro.
Estoy rogando por sexo y una parte de mí se siente avergonzada por mi desfachatez y la carencia de dignidad, pero la otra parte, la que le duele el alma y que se siente terriblemente sola, desea con viveza el toque y la calidez de otro cuerpo.
Dante me sonríe y pienso que es de las sonrisas más bonitas que me ha dado, luego me toma del cuello y deja un casto beso sobre mis labios.
—Agárrate —dice y envuelvo mis brazos en su cuello segundos antes de que se suspenda del sillón en un fuerte impulso.
Rodeo su cadera con mis piernas y Dante me agarra con un brazo por la cintura y con el otro por debajo de mi trasero para que no caiga. Entierro mi cara en su cuello y inhalo el olor de su cuerpo; huele a menta, a loción de hombre y a un peligro inminente. Dejo un beso en su cuello y luego lo muerdo con algo de fuerza. Sonrío lobunamente cuando lo escucho gruñir.
—Niña mala —susurra con la voz enronquecida y me da una nalgada.
Suelto una risita y vuelvo a dejar un beso sobre su cuello. Me dejo ser mientras me carga hacia, lo que deduzco, es su dormitorio. Dante quita su brazo de debajo de mí y escucho el chasquido de la puerta al abrirse. Aún entre sus brazos, me fijo bajamente en su habitación; un cuarto de tamaño mediano sin ventanas, con las paredes desnudas y pintandas de un color azul oscuro. En una esquina de su cuarto noto un pequeño librero lleno de libros de todos los tamaños. Me hago una pequeña nota mental para preguntarle después acerca de sus libros.
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Deuce
ActionÉl no es como los típicos «chicos malos» que la mayoría de las historias describen. Él no tiene una motocicleta Harley Davidson, no, el tiene un Audi r8 color gris con las ventanas polarizadas y blindadas. Él no guarda cajetillas de cigarros Marlbor...