Capítulo veintitrés.

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ERIN:

El puntero avanza con lentitud en la madrugada. El café se enfría a medida que los segundos pasan, mis párpados pesan y el sueño susurra en mi oído, incitándome a cerrar mis ojos y entrar al maravilloso mundo de la semiinconsciencia. Pero me obligo a mantenerme despierta hasta que Kian regrese, no lograré concebir el sueño sin antes asegurarme que mi hermano se encuentre bien. El reloj marca la tres y cuarto de la madrugada, en menos de dos horas tengo que prepararme para ir a la universidad y no he pegado ojo en todo la noche. Maldito Kian. Me tomo el último sorbo de café y me restriego las palmas de las manos contra mi rostro, intentando apartar la somnolencia. Suspiro con pesadez y me acomodo en el sofá, cubriéndome con el edredón que traje de mi habitación. Mis párpados empiezan a sentirse hechos de plomo al pasar los minutos, mis párpados revolotean y al final cierro los ojos. Las bisagras chillan cuando la puerta principal de abre y el sueño se drena de mi sistema en un instante, abro los ojos y me levanto con brusquedad del sofá.

—Kian, ¿estás bien? —le pregunto a medida que me acerco hasta él.

No responde y sigue caminando hacia las escaleras. Lo agarro del codo y hago que se detenga, volteo su cuerpo y una mueca de horror tiñe mi rostro al ver el propio rostro de Kian.

—Mierda, Kian, ¿qué te sucedió? —lo jalo hasta el sofá y lo obligo a sentarse. Sin esperar respuesta de su parte, corro escaleras arriba y saco el botiquín de emergencia de mi baño y vuelvo corriendo hacia donde mi hermano.

Me arrodillo en el suelo frente a Kian y me acomodo entre sus piernas, le agarro la cara entre mis manos y empiezo a desinfectar sus heridas. Su labio se encuentra partido y un hematoma empieza a formarse en su mejilla izquierda. Unas marcas rojizas tiñen su cuello y la alarma se enciende en mi cabeza cuando noto que son marcas de dedos.

—Ay, Kian —susurro con un deje de tristeza

Kian no se inmuta mientras limpio su rostro, se limita a quedarse quieto y cooperar. Termino de curarlo, me levanto del suelo y tiro los algodones manchados con sangre seca y todo lo que ensucie. Me siento a su lado y envuelvo su mano con la mía, entrelazando nuestros dedos.

—Kian, ¿a dónde fuiste, porqué tienes todos esos golpes? ¿Qué te sucedió? —arremeto con las preguntas.

Kian guarda silencio, y posa su mirada hacia al frente; hacia al vacío, evitando el contacto de mi mirada.

—Kian, respóndeme —le exijo con voz ligeramente fuerte.

Kian se levanta sin siquiera mirarme y avanza a paso lento hacia las escaleras.

— ¡Joder Kian, respóndeme! —le grito levantándome del asiento y siguiéndolo.

— ¡No te interesa, Erin! —se volteo bruscamente hacia mí, retrocedo unos cuantos pasos; aturdida por su grito.

Un nudo se aprieta contra mi garganta y las lágrimas pican tras mis párpados, pero me mantengo impasible ante Kian.

—Claro que me importa, idiota, ¡soy tú hermana!

— ¡Por eso, Erin, eres mi maldita hermana y te amo, te amo mucho! —Se acerca hasta mí y toma mi rostro entre sus manos. — Te amo lo suficiente como para mantenerte alejada de todo. Eres mi hermana y no quiero que te suceda nada. Por favor respeta mi silencio, es por tú bien.

Fruncí el entrecejo con confusión, y separe ligeramente los labios. Abrí la boca pero las palabras no lograron salir.

—Ve a dormir y descansa un rato, Erin —Kian deposita un ligero beso en mi mejilla y se marcha escaleras arriba.

DeuceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora