Me levanto de un salto del sofá, con el entrecejo profundamente fruncido. Me encamino con pasos dudosos hacia la puerta de entrada, rememorando en mi mente las causas por las cuales la policía está tocando a mi puerta. Otros fuertes golpes hacen estremecer el marco de la puerta seguido de un estrepitoso grito:
—¡Abra la puerta! ¡Usted tiene una orden de arresto por ser la chica más pinche fea de la ciudad! —La risa descontrolada de Kian al final hace que ruede los ojos y que suelte una risotada.
—¡Kian eres un jodido bastardo! —Vocifero con burla y me apresuro a abrir la puerta; la gigantesca sonrisa burlona de mi hermano inunda mi visión, y me lanzo hacia él, envolviendo con fuerza mis brazos alrededor de su torso, y apretujándolo contra mí. —Eres un maldito, me asustaste. —Le reproché y le di un golpe en el pecho.
—¿Por qué? ¿Acaso haz hecho algo ilegal mientras yo no estaba? —Pregunta alzando una de sus tupidas y oscuras cejas.
—No —dijo alargando la vocal, mis manos sudan ligeramente y un leve calor inunda mis mejillas al recordar lo sucedido horas atrás. Pero eso no es ilegal, pienso, ¿o sí?
—Haré como si te creyera —murmura, pasa uno de sus delgados brazos por sobre mis hombros y pega mi mejilla izquierda contra su axila.
—Asco, suéltame —digo con un tono chillón y me aparto de él. Agarro la mochila moteada que esta tirada en el suelo y me encamino, junto a Kian, al interior de nuestra casa.
Kian se deja caer pesadamente en el sofá individual, coloco su mochila en el suelo alfombrado y de un momento a otro me tiro encima de él. Rio con fuerza escuchando los quejidos de dolor de Kian.
—Joder Erin, quítate de encima. Estás pesadita. —Dijo mientras intentaba, sin mucho éxito, empujarme de su regazo.
Me giro a verlo lentamente, con el ceño fruncido y los brazos cruzados y como si estuviese realmente ofendida vocifero:
—¿Insinúas que estoy gorda?
—Ohm, déjame pensarlo... —murmura y hace un exagerado gesto de concentración, sujetando su mandíbula con su dedo índice y pulgar y entrecerrando sus ojos—¡Sí, es exactamente lo que insinuó!
Una pequeña sonrisa se curvea en la comisura de mis labios, para luego, lentamente, volverse una sonrisa de tiburón. Kian hace una muy graciosa mueca de confusión, frunciendo el entrecejo y dilatando sus fosas nasales, y se inclina hacia atrás.
—Te acabo de llamar gorda y todavía no me has asesinado, ¡¿quién carajos eres tú y que has hecho con mi hermana?! —Grita y me sujeta por los hombros, zarandeándome un par de veces. Ese gesto hace que ría estrepitosamente, paso mis brazos alrededor de su cuello y lo abrazo con fuerza.
—Te extrañé, idiota —murmuro sobre su cuello— y extrañé tus estúpidas bromas.
Kian me devuelve el abrazo, sujetándome por la espalda con una mano y con la otra acariciando mi cabello lentamente.
—Yo también te extrañé —susurra— pero lo de que estás gorda no era ninguna broma —dice y ríe cuando de un empujón rompo el abrazo y me quito de encima de él.
—Imbécil —murmuro por lo bajo, pero una pequeña sonrisilla delata mi mal fingido enojo.
—Iré a dormir un rato —dice y se levanta del sofá, se estira un poco y luego agarra su mochila y se acerca a mí, depositando un suave beso en la cúspide de mi frente—, estoy algo cansado.
Asiento con la cabeza y lo dejo marcharse. Tomo asiento lentamente en el sofá, con la vista perdida en un punto indeterminado de la pared de concreto mientras que muerdo con fuerza la tierna carne de mis labios; pensando, con angustia, acerca de mamá. Tengo miedo de preguntarle a Kian y que lo único que obtenga como respuesta sea una mirada llena de tristeza, no quiero eso. La esperanza es lo último que muere, ¿no es así? Pues tal parece que la mía quiere suicidarse. Suelto un suspiro tembloroso, y me froto los ojos con el dorso de mis manos. Postergaré la tristeza que empiezo a sentir hasta la noche, cuando hable con Kian, aunque no quiera es un tema que no puedo evadir por mucho tiempo. Cierro los ojos con fuerza e inhalo lo más posible, me levanto de un salto del sofá y me encamino a la cocina para despegar mi mente y no convertirme un mar de llanto y preocupaciones; por lo menos, no es estos momentos.

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Deuce
ActionÉl no es como los típicos «chicos malos» que la mayoría de las historias describen. Él no tiene una motocicleta Harley Davidson, no, el tiene un Audi r8 color gris con las ventanas polarizadas y blindadas. Él no guarda cajetillas de cigarros Marlbor...