Capítulo 4

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Cristianno

Había vuelto de Roma hace horas, estadía exprés que fue de lo más incómoda. Sin embargo, ya estaba totalmente recuperado, especialmente porque tenía en mi poder el hermoso Ferrari último modelo que había encargado a la compañía. Era mío incluso antes de que hubiera sido anunciado en el mercado. Se trataba de un modelo creado únicamente para mí, irreemplazable.

Iba por la carretera al límite de la velocidad permitida, disfrutando de la potencia del motor pero añorando en silencio las carreteras de mi país. En Italia las carreteras tenían una característica singular, ya que todas las empresas de autos y motos deportivas más exclusivas del mundo estaban instaladas ahí. Por esa razón, las pistas habían sido diseñadas y construidas para que no existiera ningún límite de velocidad.

Todo aquel que poseía un Ferrari, Lamborghini, Maserati o Pagani podía darse el lujo de probar sus joyas en Italia sin temor a ser multados. Pero en Estados Unidos la realidad era distinta, no sólo estaba la policía controlando cada kilómetro, sino que tampoco se podía acelerar demasiado porque las calles y carreteras siempre estaban atestadas. Por eso me gustaba conducir de noche, éste era el momento perfecto para ir rápido en mis autos favoritos.

Luego de estacionar frente a mi exorbitante mansión en Las Vegas, bajé del auto y lo admiré desde todos los ángulos con detenimiento. Eso hasta que Austin apareció detrás de mí. Era mi mano derecha y el hombre que mantenía organizada toda mi vida, pero en ocasiones me estresaba. Estaba pendiente de mis asuntos desde que despertaba en la mañana hasta que me iba a dormir por la noche.

- Señor, he estado intentando contactarlo toda la tarde– Exclamó, agotado–

- Y yo te he estado evitando, mi celular estaba apagado por una razón– Respondí, sonriendo–

Austin me fulminó con sus ojos verdes.

- Tengo información que seguramente será de su interés– Prosiguió, serio e inflexible–

- ¿De qué se trata esta vez?– Interrogué, guardando una mano en el bolsillo–

- La mujer que nos ordenó seguir ya está en el aeropuerto Fiumicino y se dirige hacia Estados Unidos– Indicó, revisando su tablet–

- Perfecto– Respondí, asintiendo con la cabeza–

- ¿Todavía desea que poner en marcha la operación?– Inquirió, lamiéndose los labios–

- Por supuesto, lo dije muy claro la primera vez– Repliqué, frunciendo el ceño–

Caminé hacia la puerta de mi casa, la cual los sirvientes abrieron de par en par para recibirme y por fortuna Austin no me siguió. Subí las escaleras hasta el tercer piso con la firme intención de desaparecer. Entré en mi habitación, me quité la chaqueta y la dejé colgada sobre una silla.

Fue entonces cuando reparé en la sombra difuminada sobre mi cama. Suspiré profundamente, encendí la luz y encontré a Marylou Rockefeller, heredera de la dinastía más poderosa de Estados Unidos. La muchacha de dieciocho años estaba mirándome con esos ojos azules con forma de gato.

- ¿Qué haces aquí?– Pregunté, resignado–

- Estaba esperándote para que saliéramos a cenar– Respondió, ronroneando–

- Hoy no estoy de humor– Objeté, esbozando una mueca–

Me di la vuelta para dirigirme al baño y darme una ducha.

- Qué novedad... tú nunca estás de humor para nada excepto para follar– Comentó, aburrida e irónica–

- ¿Será porque en mi vida no tengo un solo momento de paz? Trabajo como esclavo todos los días, apenas duermo y casi nunca tengo apetito– Protesté, perdiendo la paciencia–

Déjame ir o ámame así (ASP #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora