La última vez que se vieron, las cosas entre Megan y Cristianno no salieron bien. Surgieron tantos secretos que parecía imposible que las cosas permanecieran como antes. Megan descubrió que los Gabbana asesinaron a sus padres y Cristianno se enteró...
El hecho de que Cristianno no hubiera venido conmigo me pareció sospechoso, pero no protesté. En cambio, entré en el castillo y crucé el vestíbulo con la intensión de subir directamente a mi habitación para esperar a Cristianno. Sin embargo, a mitad de camino fui interrumpida por una hermosa melodía a lo lejos.
Me detuve en seco, escuchando con atención, tratando de entender qué es lo que estaba sucediendo.
Volví sobre mis pasos y fui a investigar. Seguí la sinfonía tratando de localizarla, hasta que llegué al Gran Salón, lugar donde antiguamente se celebraban los bailes de la realeza.
Las luces de los candelabros de cristal que colgaban del techo estaban encendidas, realzando el oro que cubrían las paredes. En una esquina, un grupo de músicos vestidos de traje eran los responsables de interpretar la canción.
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- Espero que te guste– Dijo una voz a mis espaldas–
Me di la vuelta y encontré a Cristianno de pie detrás de mí, contemplándome junto a las enormes puertas del salón, con los ojos brillantes y las manos en los bolsillos.
- Cristianno, ¿qué es todo esto?– Pregunté parpadeando, nerviosa–
- Pensé que esta era la mejor forma de terminar nuestra noche– Indicó dirigiéndome una sonrisa expectante–
Cristianno me atrajo a él y colocó el brazo derecho en mi espalda baja, pegando su cuerpo al mío, mientras yo posaba mi mano sobre su hombro. Finalmente, alzó su mano izquierda y yo la acepté, entrelazándola con la mía.
Sin dejar de mirarnos a los ojos, Cristianno guio, haciéndonos girar y abarcar cada centímetro del salón, hechizados por la música que sonaba a nuestro alrededor. Nos movíamos con facilidad y sincronía, tanto que éramos capaces de predecir los desplazamientos del otro.
Estábamos tan abstraídos bailando, que pronto olvidamos a los músicos que nos hacían compañía. En ese majestuoso salón de oro, candelabros y techos abovedados, sólo existíamos los dos: Cristianno y yo.
Nadie más, éramos los únicos en todo el mundo.
- Extrañaba bailar contigo Megan– Susurró en mi oído–
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