Capítulo 31

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Megan

Todavía con los ojos cerrados y recostada sobre el piso, moví mis brazos y piernas, girando en círculos las articulaciones de las muñecas y los tobillos, flexionando los dedos de manos y pies. Todo me dolía, la espalda, la cabeza, las rodillas, el pecho. Y estaba cansada, tan pero tan cansada...

Ahora que me había acomodado nuevamente a mi cuerpo, abrí los ojos y parpadee.

Me puse de pie lentamente, controlando mi respiración y luchando por coordinar los movimientos de mis extremidades y así recoger el hacha abandonada en el suelo. Una vez que la sujeté en mi mano derecha, me acerqué donde el Presidente Barack Obama aún permanecía arrodillado.

- ¿Qué diablos fue eso?– Preguntó Hanna enarcando una ceja, la boca desfigurada en una mueca de shock–

- Nada– Susurré en voz baja, abatida y arrastrando mis pies–

- ¿Debería preocuparme?– Inquirió mordiéndose el labio, tensa y nerviosa–

- No si no me das problemas innecesarios– Respondí lanzándole una mirada asesina–

Me coloqué al lado del Presidente. Levanté el hacha por sobre mi cabeza, sosteniéndola con ambas manos. El Presidente me miró por el rabillo del ojo, sudando, los ojos muy abiertos. Tragué saliva y aguanté la respiración, dejando caer el hacha, la hoja cortando el aire.

El inconfundible sonido del metal rompiéndose en mil pedazos llenó el galpón. Las cadenas que mantenían atado al Presidente estaban divididas por la mitad en un corte preciso y certero.

- ¡Corra!– Grité levantando al Presidente de un tirón–. ¡Salga de aquí! ¡Si lo atrapan, yo misma lo mataré por imbécil!

Extraje el arsenal que escondía en los pliegues de mi traje especial, disparando sin misericordia a los hombres de Hanna. El Presidente huyó a mis espaldas y yo lo defendí como pude, tratando de mantener a raya al ejército de Hanna.

Las balas volaban de un lado a otro y tanto Hanna como Cristianno habían desaparecido de la tarima. Probablemente se los habían llevado para protegerlos del enfrentamiento. Maldije mentalmente. Recargué mis armas y seguí disparando, esquivando los golpes y las puñaladas que llovían sobre mí.

Ignoraba cuánto tiempo había transcurrido, pero supuse que el suficiente porque me estaba quedando sin municiones y el agotamiento y las heridas empezaba a afectarme. Me escondí detrás de una torre de cajas de madera, tratando de ganar tiempo para trazar una estrategia de escape.

Sin duda esta era una de las peores ideas que había tenido en toda mi vida y mi ataque no había resultado organizado y devastador como estaba acostumbrada, pero era necesario, no podía matar al Presidente Barack Obama. Cuando recién recuperé mi cuerpo consideré cortarle la cabeza, entregársela a Hanna y terminar con esta mierda, pero cambié de parecer mientras el hacha caía en picada. Fue una decisión espontánea.

No me arrepentía, pero ahora debía encontrar la forma de que Cristianno y yo saliéramos con vida. Recostada sobre mi estómago, pegué mi cuerpo al suelo lo máximo posible. Las balas atravesaban las cajas y por esa misma razón, debía estar fuera de su alcance. Sujeté mis pistolas en ambas manos, asomando la cabeza para ver el sangriento campo de guerra que yo misma había creado.

Tantee la posibilidad de llegar hasta la pared y subir por la escalera hasta el techo y así caminar por las vigas. De esa forma, nadie me vería y podría buscar a Cristianno. Pero mis planes se desmoronaron cuando un zapato me aplastó la espalda.

- Grave error dejar tu espalda indefensa– Exclamó uno de los hombres de Hanna, pisándome con fuerza–. No intentes nada o te vuelo la cabeza

Carajo.

Déjame ir o ámame así (ASP #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora