Capítulo 30

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Amara

Cuando por fin abrí los ojos de nuevo, ignoré el dolor en mi nuca y me puse de pie de un salto. Me quité el pañuelo ridículo que cubría mi cara y lo arrojé con furia al suelo. Con determinación, atravesé la cabaña hacia la puerta abierta de par en par. A lo lejos podía escuchar con claridad los desesperados gritos de auxilio del Presidente Barack Obama.

Antes de salir, tomé el arco y las flechas rústicas que permanecían colgadas en la pared. Coloqué el carcaj con flechas en mi espalda y sostuve el arco en mi mano derecha, bajando los escalones de la entrada de la cabaña, pisando la nieve con mis botas militares.

Caminé por el bosque sin prisa, siguiendo las huellas de mi presa. A lo lejos lo veía correr, esquivando los árboles desnudos, resoplando aterrorizado. Sujeté el arco en mi mano izquierda y con la derecha sustraje una flecha, colocándola en posición y tensándola con la cuerda. Entrecerré los ojos para enfocar a mi objetivo en movimiento y soltando lentamente mi respiración, disparé. La flecha viajó a través del aire, cortándolo con precisión, hasta que el Presidente tropezó sobre la nieve, perdiendo el equilibrio.

La flecha atravesaba de lado a lado su pierna izquierda, pero eso no lo detuvo de seguir corriendo por su vida

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La flecha atravesaba de lado a lado su pierna izquierda, pero eso no lo detuvo de seguir corriendo por su vida. Cojeando, buscó alejarse de mí, dejando un rastro de sangre a su paso. Con una calma letal, sustraje otra flecha para repetir el proceso en la pierna derecha. Tensé el arco, apunté, disparé y finalmente el Presidente cayó de rodillas, lanzando alaridos desgarradores de dolor.

- ¡Ayuda! ¡Por favor! ¡Alguien!– Gritó con voz ronca, llorando y temblando descontroladamente–

Mientras me acercaba para reclamar mi presa, vi cómo el Presidente contemplaba sus piernas, conmocionado. Sin embargo y a pesar de todo, parecía que quería seguir luchando. Trató de ponerse de pie con ambas piernas arruinadas, apoyándose en el árbol a su costado.

Con un suspiro de hastío, le lancé una última flecha, esta vez en la mano que le servía de soporte. De esa forma, evitaría que siguiera moviéndose y haciéndose más daño. El Presidente soltó un aullido desgarrador cuando la flecha se incrustó en la carne, músculo y hueso. Me acuclillé frente a él, pero intentó alejarse de mí, encogiéndose en la nieve ensangrentada.

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Déjame ir o ámame así (ASP #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora