Oliver Ferrara.
Abrí la puerta del despacho de Bianca sin llamar. Necesitaba hablar con ella sobre lo del permiso para mi hermana y no me iría de allí sin conseguirlo. Tenía que entenderlo. A las buenas o a las malas.
Cuando entré, estaba sentada en su silla de piel negra al otro lado de su escritorio y mirando unos cuantos papeles con su pelo rojizo algo despeinado y unas gafas de montura gorda y roja apoyadas en el puente de su nariz. Levantó la mirada y me miró por encima de éstas.
- ¿Puedes hacer el favor de llamar a la puerta? -dejó las gafas en el escritorio y se cruzó de brazos mientras me miraba y me invitaba a sentarme.
- No pensé que yo debiera hacerlo -tomé asiento.
- Pues sí, deberías. Bueno, ¿qué te trae por aquí?
- Quería pedirte un favor, Bianca. Y necesito que me lo hagas. Es de vida o muerte.
- Haré todo lo que pueda. Ahora dime, ¿qué ocurre?
- Mi madre se va de vacaciones a Sicilia y Diana no tiene con quién quedarse. Necesito que se quede conmigo. Más bien lo necesita ella, no puedo consentir que se quede sola.
Frunció el ceño y después se levantó de su asiento. Tenía claro que no iba a aceptar un No por respuesta y si tuviera que colar a Diana sin que nadie se enterara, lo iba a hacer.
Se acercó al enorme ventanal que daba al jardín delantero y cruzó sus manos a su espalda. No me miraba, ni hablaba. Sólo miraba al exterior.
- Creo recordar que te castigué por lo que ocurrió en la clase de dibujo.
- Sí, lo sé. Pero...
- Lo siento, Oliver -se dio la vuelta y me encaró. Había visto muchas veces así a Bianca y no pensaba rendirme-. No puedo hacer nada.
- Sí puedes. No quieres -me miró con cara de sorpresa por mi osadía y me puse de pie-. Quiero hacer esto de la forma más correcta, te lo aseguro, pero mi hermana pequeña está sola, no tiene con quién quedarse y se va a quedar aquí, conmigo -hice una pausa y después sonreí de medio lado-. ¿O prefieres que se quede contigo, abuela?
Abrió los ojos de par en par y se tapó la boca con su mano vieja y arrugada.
- Nunca me habías llamado así.
- Claro, porque no lo eres. En cambio, eres la abuela de mi hermana. Me da igual que no soportes a mi madre por lo que ocurrió con su antiguo marido, con tu hijo, me la suda, la que me importa aquí es Diana.
- Lo que ocurrió no es asunto tuyo. Eras muy pequeño.
- ¿Tampoco es asunto mío el desprecio que tenías hacia mí solamente porque no soy hijo de tu hijo? ¿o quizá estás cabreada con mi familia porque la única nieta tuya, de sangre, es como decís los incultos y los desgraciados, anormal? ¿no es asunto mío, de verdad? -le planté cara, me acerqué a ella y ella ni si quiera se inmutó-. Tu hijo fue un hijo de puta y un cabrón cuando abandonó a mi madre y a mi hermana. Lo fue y lo seguirá siendo y si lo defiendes de esta manera, tú sola te estás delatando. Eres igual que él.
La sangre bullía por mis venas y corría con tanta velocidad que la sentía. Estaba ardiendo del enfado porque por primera vez en muchos años me estaba desahogando.
Seguía sin moverse. Había escuchado todo lo que le había dicho y lo que realmente pensaba. ¿Qué adjetivo se le puede dar a un hombre que abandona a una mujer embarazada simplemente porque el número de cromosomas es distinto al de él, al de mi madre o al del mío?
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Merece la pena odiarte
Teen Fiction¿Qué pasaría si se juntase el fuego con el hielo? ¿la vida y la muerte? Lo mismo que si juntas a Edith Lombardo con Oliver Ferrara, su enemigo desde el primer día en el internado Ancora. Ella es una italiana dura, fría, casi sin sentimientos y harta...