24.

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Llegó Nochevieja, el último día del año para dejar entrar a otros 365 días llenos de sorpresas, risas, tristezas y momentos para vivir. Siempre me ponía algo nostálgica esas fechas y esa vez todavía más, pues no estaba con mi familia.

Nos vestimos con nuestras mejores galas para dar la bienvenida al 2015. Yo me puse el vestido que Oliver me regaló. El rojo con un hombro al descubierto, sabía que no se lo esperaba y quería sorprenderle. Me demostró que le encantaba cómo me quedaba ese vestido.

Alessia recogió su pelo en una trenza de raíz que iba desde un lado de la cabeza hasta el otro, tipo Katniss Everdeen. Su vestido era verde esmeralda con alguna perla por el pecho. Resaltaba sus curvas y era largo hasta el suelo hasta el punto en el que no se veían los zapatos de tacón.

Diana era la más presumida de las tres. Como tenía buena mano para los peinados, se hizo un bonito tupé cardado y se recogió el pelo en una trenza de espiga que caía por su espalda. Estaba preciosa.

Se empeñó en maquillarse, pero no quería que se maquillara con nueve años, así que sólo le pinté los labios con un pintalabios mío de color rosa. En menos de una hora se le acabaría borrando por la comida, el agua o simplemente porque se restregaría con la mano.

Se puso el vestido que Oliver le regaló el día de navidad y la pulsera que yo le compré no se la había quitado ni para ducharse. Era un amor de niña.

Cuando todos nos reunimos en el comedor, llamó Olympia y Dante desde Londres para desearnos una feliz entrada de año y para decirnos que nos echaban de menos. Se lo estaban pasando genial y en cuanto pudimos hablar Alessia y yo con ella a solas, no dudó en hacernos saber con todo detalle lo agotada que estaba todos los días por las maratones de sexo duro y salvaje que tenían día sí y día también.

Algo que era absolutamente necesario saber. Nótese la ironía.

En Italia, para esas fechas, en el menú no podía faltar el plato de lentejas. Era una tradición y también lo era tirar las copas por la ventana después de brindar para garantizar salud, dinero, amor y buena suerte en el año nuevo.

Oliver iba vestido con un jersey negro fino que le quedaba como un guante. Madre mía, control.

Las comisuras de sus labios se elevaron cuando me vio con el vestido que él puso en mi armario. Se sentó a mi lado durante la cena y nos ignoramos completamente.

- ¿Cuándo es tu cumpleaños, Edith? -Alessia bebió un trago de vino y me miró fijamente, esperando respuesta.

- El cuatro de Enero.

- Vaya, falta muy poco -Oliver me miró por primera vez en toda la cena-. Te regalaré un billete a Roma para que te vayas y no vuelvas.

- No estoy hablando contigo, así que haz el favor de no dirigirte a mí.

Diana rió por lo bajo por lo que ella sabía, pero no dijo nada y gracias a Dios, porque la hubiese matado.

La cena transcurrió sin problemas y sin cambios, excepto casi al final, cuando noté la mano de Oliver a la altura de mi muslo por debajo de la mesa.

Me sobresalté ante el contacto, pero intenté disimular. Su mano fue subiendo con lentitud y me llevé el vaso de vino a la boca. Él hablaba y reía con tranquilidad con Alessandro y Alessia mientras su mano subía y subía hasta estar literalmente, tocando mi tanga.

El calor empezó a agobiarme muchísimo. Notaba que me estaba poniendo roja y recé para que parara o por lo menos para que nadie se diese cuenta.

Su dedo índice se coló en el interior del tanga y entró en mí sin dudar. En ese momento creí que empecé a sudar como un cerdo.

- ¿Te ocurre algo, Edith? -la cara de Alessia mostraba preocupación y dejó el vaso sujeto en el aire, a punto de beber de él.

Merece la pena odiarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora