El día anterior habíamos vuelto a la casa que Oliver tenía en Florencia.
Tenía la necesidad de darle las gracias por todo lo que hacía por mí.
En cierto modo, me sentía culpable de hacerle pasar por algo que sólo tenía que pasar yo, y aunque no se quejase y siempre pusiese buena cara, me sentía mal.
Por ello, a la mañana siguiente me levanté a las seis de la mañana para hacerle una tarta de queso y manzana, su preferida. Por eso, y porque ese día era su cumpleaños. Oliver cumplía veinte años y tenía que hacerle algo aunque no tuviese fuerza. Aunque solo quisiera tumbarme en la cama y morirme. Lo quería hacer por él, porque se merecía todo eso y más.
Tras cuarenta y cinco minutos en la nevera, saqué la tarta y sonreí satisfecha con mi obra de arte. No tenía velas, ese era el único contratiempo, pero tendríamos que improvisar.
Yo llevaba puesta una camiseta de manga corta de Oliver y unos pantalones grises de deporte, también de él que me iban gigantes, pero eran cómodos. Estaba horrible, pero no tenía ganas ni de arreglarme.
Entré en la habitación donde Oliver seguía durmiendo boca abajo, en ropa interior y sin que ninguna sábana le cubriese y me fijé en su bonito, perfecto y redondito trasero. Qué guapo era.
Con cuidado, puse el plato con la tarta en la mesita de noche y me senté de rodillas y sobre mis talones al lado de él, que todavía no se había despertado.
- Grandullón... -acaricié su cabello negro y frunció el ceño, todavía dormido-. Nene, despierta.
Poco a poco, sus ojos se fueron abriendo hasta toparse con los míos y rápidamente se incorporó, preocupado.
- ¿Ocurre algo? ¿necesitas algo?
Negué con la cabeza e hice el mayor esfuerzo por sonreír. Él aún se extrañó más.
- Feliz cumpleaños, cariño.
Su expresión se relajó y esa sonrisa que me tenía loca y que sólo era para mí, hizo su aparición.
- Muchas gracias, pequeña -su brazo me rodeó y me atrajo hacia él.
Me encontraba tumbada bajo su cuerpo mientras él me acariciaba la mejilla y repartía suaves y pequeños besos en mi cuello.
- Ya eres más viejo -con mi dedo índice, repase una de sus cejas y luego seguí con el contorno de sus labios hasta que me lo atrapó con sus dientes.
- Solo tengo veinte años. Quizás tú eres demasiado joven para mí, enana.
Logré liberar mi dedo de su boca y segundos después, desvió su mirada de mí y se dio cuenta de la tarta que le había hecho.
Su cara se iluminó al ver su tarta favorita y rápidamente, me olvidó. Se acercó a la tarta y pasó su dedo por todo el centro, para después llevárselo a la boca y exagerar su reacción.
- ¿Te gusta?
- Dios, está buenísima. Gracias, Edith.
Se dispuso a comerse la tarta y yo estaba sintiendo que volvía a recaer. Estaba empezando a pensar en todo lo que había pasado esos días y la tristeza volvía a inundar mi alma y quise evitarlo. Era natural que estuviese mal, pero no quería estarlo el día de su cumpleaños. Quería poder olvidarme de todo lo que me destrozaba aunque fuese solo por un día.
Me daba la espalda, estaba enfocado solo en la tarta y me sentí orgullosa de haberla hecho tan buena, pero tocaba otra cosa.
No tardé nada en levantarme de la cama y caminar hasta ponerme delante de él, donde clavó su mirada en mí y me miró frunciendo el ceño, extrañado de mi comportamiento. Sin más dilación, me quité la camiseta, los pantalones del chándal, quedándome en ropa interior y me senté en su regazo.

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Merece la pena odiarte
Fiksi Remaja¿Qué pasaría si se juntase el fuego con el hielo? ¿la vida y la muerte? Lo mismo que si juntas a Edith Lombardo con Oliver Ferrara, su enemigo desde el primer día en el internado Ancora. Ella es una italiana dura, fría, casi sin sentimientos y harta...