EPÍLOGO.

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Siete años después...

No podía creerme que hubiese acabado la carrera de medicina con especialidad en cirugía. Impresionante. Yo, la niñata de los porros había conseguido encontrar su sitio en la vida y la verdad es que me encantaba mi futuro trabajo. Cada día me apasionaba más y aunque había llegado el día de mi graduación y la toga y el birrete me quedase fatal, mereció la pena llegar hasta donde estaba e ir vestida como tenía que ir.

La puerta de mi habitación en el campus se abrió y entró Ainhoa, mi compañera de dormitorio y muy buena amiga. Tenía el pelo larguísimo hasta el trasero y de un color cobrizo estupendo que me encantaba.

- Joder, te juro que no aguanto más. Esto da más calor que ir con jersey de cuello alto en Agosto -resopló, señalándose la toga y el birrete.

La verdad es que sí que hacía mucho calor y el traje aún daba más. Era Mayo y esto era cada vez más insoportable.

- Recógete el pelo. Normal que tengas tanto calor.

Hacía unos meses atrás, yo decidí cortarme el pelo hasta los hombros y cambiar el color negro por un color caramelo muy disimulado. Todos me decían que me quedaba genial y la verdad es que a mí también me gustaba como me quedaba.

- ¡Jamás! -sonreí ante la respuesta de Ainhoa. Su pelo era intocable.

Abrí mi maleta. Ya las tenía echas y decidí que ese mismo día me trasladaría a mi casa. Mi hermano, con dieciocho años ya, estaba en la universidad de París haciendo su primer año de periodismo. Mi madre se había quedado sola en casa y yo quería estar cuanto antes con ella. No me lo decía, pero sabía que cuanto más sola estaba, más se acordaba de mi padre y más triste se sentía.

Dentro de mi maleta roja encontré varias fotos de las que no me acordaba y al cogerlas, se me paró el corazón.

En la primera salía yo con mis amigas Oly y Alessia en la piscina del internado, riendo y abrazadas. En la segunda estaba con Dante y Aless, que ponían caras raras y yo los imitaba. Reí al recordarlos y cuando vi las demás, se me escaparon varias lágrimas. En ellas estaba con Oliver. Nos besábamos, nos hacíamos la burla, sonreíamos a la cámara y nos mirábamos los dos a los ojos con caras de enamorados.

Siempre me acordaba de él. Aunque hubieran pasado tantos años yo seguía pensando en él.

El primer año no nos sentimos separados porque hablábamos por Skype a todas horas. Nos contábamos cómo nos estaba yendo en la universidad y él me contaba lo difícil que le parecía el idioma. El problema llegó cuando los trabajos, los exámenes, los amigos y las fiestas fueron apoderándose de nosotros y poco a poco fuimos distanciándonos hasta que llegó un día en el que ya ni hablábamos. Ni si quiera nos conectábamos a Skype, ni hablábamos por teléfono. Nada. Y lo echaba tanto de menos...

Aunque me doliese, tuve que reconocer que esto tenía que pasar y que la promesa de que nos reencontraríamos y nos casaríamos después de la universidad, se quedó en eso. Promesas. Promesas que no se cumplirían. Cada uno seguiría su camino y no podía hacer nada.

- ¿Otra vez pensando en el buenorro ese? Edith, tienes veinticinco años y no sabes nada de él desde los diecinueve. ¿No crees que es hora de pasar página y conocer a otros chicos? -Ainhoa me abrazó por la espalda y me quitó las fotos de las manos. Sabía lo que sufría porque eran varias noches las que las pasaba llorando o con ganas de hablar hasta las ocho de la mañana y ella me aguantaba.

- Pero estoy enamorada de él.

- Ya lo sé, cariño, pero él está en Alemania y tú en Italia, hace siete años que no habláis... no quiero ser mala amiga, pero... ¿quién te dice a ti que no esta con otra en Berlín? ¿que no ha conocido a alguien y...?

Merece la pena odiarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora