Edith Lombardo.
Matemáticas era la peor asignatura que tuve el placer de conocer. No entendía absolutamente nada de lo que explicaba el profesor y en más de una ocasión intenté dormirme, pero si no era Alessia y Oly, que me lo impedían, era el maldito profesor que gritaba mi nombre para que me despertase y me pusiese recta en mi silla.
La hora se me pasaba demasiado lenta. Parecía que había pasado media hora y en realidad no llegaba a los cinco minutos. Era insufrible. Inhumano.
Ni qué decir que el examen lo suspendí con un dos con uno. Genial, la peor nota de toda la clase. Prácticamente, a todos nos había ido mal. Incluso a Alessia, que normalmente aprobaba con notas altas y en ese examen sacó un cinco con nueve, vamos, un seis. De todas formas, yo me conformaba con sacar eso. Suficiente.
Olympia sacó mejor nota que yo, aunque también suspendió. Un cuatro y medio. Ese profesor había ido a por nosotras.
Pensé en pincharle las ruedas del coche o algo por el estilo, pero enseguida me llamaron loca y me dijeron que me lo quitase de la cabeza.
Vaya aburridas.
Aquel día me tocaba educación física y puse los ojos en blanco mentalmente pensando en que tendría que volver a encontrarme a Filippo. En realidad, no sabía por qué me sentía tan mal con él porque no había hecho nada. Tal vez se hubiese pasado el otro día, pero sólo se le fue de las manos, algo que le puede ocurrir a cualquiera.
En cuanto entramos en el gimnasio, Filippo me hizo un gesto con la cabeza y cuando me acerqué a él me dijo que quería hablar conmigo al final de la clase.
¿Otra vez?
No iba a pasar lo de la otra vez. No.
El pie había mejorado bastante en ese mes y medio porque mis compañeras de habitación me obligaban a guardar reposo, no me dejaban apenas moverme de la cama y gracias a ello, apenas me dolía por lo que pude volver a las clases rápidamente.
Sofía llevaba algunos días depresiva. Lo sabía porque ya no iba tan arreglada ni tan glamurosa como solía ir. Miraba de reojo a Oliver en las clases pero a mí seguía mirándome con asco. Parecía ser verdad que Oliver había roto con ella. La verdad, es que no me daba ninguna pena. Que se joda.
- Me voy a morir. Te lo juro. Noto mis órganos dejar de funcionar -la respiración entrecortada de Alessia, que estaba muy sofocada tras correr un par de vueltas al jardín nos hizo soltar una carcajada a mí y a Oly.
- Qué exagerada eres -le golpeé con suavidad el brazo.
Estaba doblada sobre sí misma, con las rodillas ligeramente flexionadas y las manos apoyadas en ellas mientras intentaba recuperar el aliento.
- Exagerada no, tú eres la rara que le gusta el deporte.
Entre risas, nos dirigimos todos los alumnos al gimnasio y entramos en el vestuario para cambiarnos de ropa.
Algunas chicas aprovecharon para ducharse, pero yo pasaba. No había sudado y decidí ducharme esa misma noche, aparte, me daba pudor así que me cambié de ropa y cuando tocó el timbre que anunciaba el cambio de clases, me acerqué al despacho-vestuario de Filippo y me quedé en el umbral.
Lo pillé cambiándose de camiseta y madre mía. No lo había visto yo así. Qué pedazo de cuerpo tenía. Aparté con rapidez mi mirada y cuando me vio, se apresuró a taparse.
- ¿Ocurre algo? -dije, intentando quitarle importancia a lo anterior.
Carraspeó y se cruzó de brazos.
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Merece la pena odiarte
Genç Kurgu¿Qué pasaría si se juntase el fuego con el hielo? ¿la vida y la muerte? Lo mismo que si juntas a Edith Lombardo con Oliver Ferrara, su enemigo desde el primer día en el internado Ancora. Ella es una italiana dura, fría, casi sin sentimientos y harta...