Pasó una semana en la que evité por todos los medios cruzarme con Oliver. No me resultó difícil porque él tampoco parecía interesado en cruzarse conmigo. Íbamos a la misma clase y aunque irremediablemente ahí nos teníamos que ver, hacíamos como si ninguno de los dos existiese.
Él parecía ''dolido'' respecto a lo que le dije, pero no sabía que Filippo me lo había contado todo.
Estábamos en los exámenes finales del trimestre, exactamente me quedaban cuatro exámenes para finalizar y vivir la vida, o vivir las pocas semanas que tenía de vacaciones de navidad. Algo era algo.
Olympia discutió con Dante delante de medio internado. Ambos se gritaron y los dos se echaron cosas en cara hasta que fue él quien decidió dar por finalizada la discusión y se fue a saber dónde. Nos tocó a Alessia y a mí aguantar a una Oly enamorada y deprimida.
Ni qué decir que en menos de dos horas, Dante fue a la habitación y ambos se fueron a... reconciliarse. Dejémoslo ahí.
Alessia me contó que había congeniado bastante bien con Alessandro y cuando le pregunté si estaban juntos o si se gustaban, ella enseguida negó rotundamente con la cabeza mientras sus mejillas se ponían del mismo color que su pelo. Yo decidí dejar el tema y hacerme la tonta, pero no se me escapaba nada.
El quince de diciembre mi madre y mi hermano pequeño Pietro se presentaron en el internado sin decirme nada.
Mi cara al entrar al comedor y verlos a los dos fue de auténtico asombro.
Por primera vez en mis diecisiete años, Pietro me abrazó con fuerza por la cintura y yo le correspondí. Habían sido demasiados meses alejada de ese mocoso de diez años.
- Te he echado de menos -susurró contra mi estómago mientras apretaba con fuerza y hacía el abrazo más fuerte.
Casi me emocioné al oír esas palabras de él, aunque debía reconocer que yo tampoco se lo he puesto nunca fácil.
- Yo también, mocoso -le revolví el pelo y cuando se separó de mí, me acerqué a mi madre, que nos observaba desde una distancia prudente.
Tenía el pelo castaño rizado pero su cara no me transmitía la felicidad que tenía yo al verlos allí y no entendí por qué había venido hasta Génova, entonces.
Le di un abrazo que ella devolvió y le di un beso en la mejilla.
- Hola, mamá, ¿qué tal estás?
- Bien, cariño, ¿y tú?
- Bueno... este sitio no es tan malo como pensé al principio.
- No sabes lo que me alegro, cielo.
En ese momento, ocurrió algo.
Mi madre forzó una sonrisa para transmitirme tranquilidad, pero la sonrisa se transformó en sollozos mientras mi madre intentaba calmarse y se limpiaba las lágrimas que salían despedidas de sus ojos.
Me alarmé y volví a abrazar.
- Mamá, ¿se puede saber qué te pasa?
- Edith... tu padre está en el hospital. Ha recaído -dijo con voz temblorosa.
La alarma saltó en mi interior. Mi padre volvía a estar hospitalizado de nuevo, y si mi madre había venido hasta allí, debía ser grave... y yo no quería eso, me negaba a pensarlo.
- ¿Qué...?
- Anteayer se desmayó... lleva días muy mal, no sé qué hacer.
- Quiero verle. Iré a Roma con vosotros.

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Merece la pena odiarte
Teen Fiction¿Qué pasaría si se juntase el fuego con el hielo? ¿la vida y la muerte? Lo mismo que si juntas a Edith Lombardo con Oliver Ferrara, su enemigo desde el primer día en el internado Ancora. Ella es una italiana dura, fría, casi sin sentimientos y harta...