17.

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Edith Lombardo.

El fin de semana se pasó demasiado rápido para mi gusto y en un abrir y cerrar de ojos, ya estábamos de nuevo en el internado.

El puente se había terminado y volvían las clases. Oliver y yo no nos habíamos atrevido a volver a hablar del tema. No habíamos cruzado palabra y tampoco nos habíamos mirado durante todo el trayecto. Puede que fuera mejor así.

No me reconocía a mí misma. Pensaba en todo lo que había ocurrido y era como si yo fuese otra persona, diferente, alguien totalmente diferente cuando estaba con él.

Cuando llegamos, cogí mi bolsa en la que llevaba el neceser y algo de ropa y las tres nos dirigimos a nuestro dormitorio. Allí desempaquetamos la poca ropa que nos habíamos llevado y nos tumbamos en la cama.

- Estoy molida -dijo Olympia con un suspiro.

- Totalmente -respondió con voz cansada Alessia.

- Necesito una ducha inmediatamente.

Me puse de pie aunque me costaba mover mi propio cuerpo y saqué mi neceser, toalla y ropa.

El trayecto se había hecho corto, pero la incomodidad de la tienda de campaña, el suelo duro y el cambio de ambiente me habían dejado destrozada. Necesitaba una ducha y dormir. Era por la tarde y no había clases hasta el día siguiente, que era lunes.

Los vestuarios estaban vacíos, menos mal, porque no quería tener que ducharme delante de nadie. Seguía siendo bastante escrupulosa respecto a ese tema.

El agua cayó por mi cuerpo relajándome instantáneamente y cerré los ojos con un suspiro mientras dejaba al agua trabajar en mí.

Seguramente estuve cerca de quince minutos inmóvil con el agua empapándome, porque perdí la noción del tiempo y me lavé el pelo y el cuerpo enseguida. Me envolví en una toalla blanca y me puse delante del espejo para peinarme.

Me había quedado genial, la ducha me había sentado estupendamente y ahora solo faltaba regresar al dormitorio y acostarme para dormir unas horas en mi colchón comodísimo.

La puerta se abrió y vi a través del espejo de quién se trataba.

Me di la vuelta y nos miramos de enfrente. Se acercó con paso lento hasta mí y tragó con dificultad.

- ¿Qué haces aquí, Oliver? -la voz me temblaba y carraspeé para que mi voz volviera a la normalidad.

- Estás evitándome.

- No.

- Sí.

- Tú también.

- ¿Qué quieres que haga? Tu actitud ha cambiado drásticamente, no puedo hacer como si nada.

- Me tengo que vestir, ¿puedes dejarme sola, por favor? -le di la espalda y volví a mi tarea de peinarme, pero Oliver rodeó mi cintura desde atrás, pegándome a él.

- ¿Qué haremos? -aspiró el aroma de mi pelo y soltó el aire con fuerza.

- Ya hablamos de eso en el camping y lo dejamos muy claro. Aprovechamos las horas que nos quedaban y ya está. Se acabó.

- ¿Se acabó? ¿piensas hacer como si jamás hubiese pasado nada? -se alejó de mí y yo me giré otra vez para mirarle-. ¿Qué ha sido esto para ti? ¿un entretenimiento?

Resoplé. No tenía ganas de estos númeritos y estaba empezando a cansarme. Lo dejamos claro el día anterior.

- ¿Qué hago? ¿Qué quieres hacer? -miré un instante al suelo y después volví a mirarle a los ojos. Parecía decepcionado e incluso algo dolido-. Yo no siento nada por ti, Oliver -mentí y tragué con dificultad.

Merece la pena odiarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora