27.

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- Quiero que veas algo.

Su mano estaba caliente. Me tenía agarrada, pero no de forma cariñosa, era como si me estuviese obligando a dejarme guiar por él. El tacto de Maxi era rugoso pero suave a la vez y cuando me soltó, me detuve a observar el lugar.

Era una especie de explanada en mitad del bosque donde no había ningún tipo de árbol a nuestro alrededor. La tierra estaba adornada con una buena cantidad de césped y puede que alguna que otra flor. Quedaba unos meses para primavera, pero ya empezaban a salir pequeñas flores.

Entonces lo entendí. Los árboles más cercanos a nosotros, hacían una especie de círculo a nuestro alrededor y si miraba hacia arriba podía ver todas las estrellas en un cielo limpísimo. La verdad, es que aunque había intentado ver las estrellas en otras ocasiones, no fui capaz de hacerlo por la cantidad de contaminación en el ambiente o por las continuas nubes, pero ahora se veían perfectamente y había millones.

El cielo casi negro estaba repleto de puntos brillantes encima de nosotros, era impresionante.

- Es increíble -de fondo se escuchaban grillos y nada más, mi voz rompió el silencio.

- Ven -se tumbó en el césped y me invitó mientras golpeaba con su mano el trozo de suelo a su lado.

Me tumbé a su lado. Ambos estábamos boca arriba mirando las estrellas y entonces, su dedo índice señaló un punto fijo.

- ¿Ves eso? -me señaló un par de estrellas que hacían como un rombo y en una de las puntas tenía como una cola. En definitiva, parecía una cometa. Asentí y lo miré. Sus ojos no me miraban y el azul claro de sus iris brillaban en contraste con la brillante luz de las estrellas. Podían hasta verse reflejadas en ellos-. Esa es la Osa Menor, ¿habías oído hablar de ella?

- Sí, pero nunca la había visto. Soy muy mala para eso de las constelaciones, nunca he encontrado ninguna.

- A partir de hoy podrás decir que la has visto -su mirada se clavó en la mía, pero rápidamente la desvié de nuevo a las estrellas-. La mitología griega cuenta que Zeus, dios del Olimpo, se enamoró perdidamente de una ninfa cazadora de los bosques, llamada Calixto, habitante de los bosques de Arcadia. Seducido, Zeus la hizo su amante, pero Hera, su esposa, no pudo resistir la vergüenza y, celosa de su rival, la convirtió en osa -su mirada bajó y me miró sonriente. Yo estaba totalmente metida en la historia y volvió a mirar la constelación para seguir-. Así quedó Calixto, presa en un cuerpo que no era suyo, cuando un buen día se topó con Arkas. Arkas era su propio hijo, pero al no reconocerla en forma de animal, armó su arco y se dispuso a dispararle una flecha. Rápidamente, Zeus apareció ante él y le explicó lo sucedido y quién era en realidad esa osa. A pesar de convencerlo, Zeus no quedó tranquilo porque aquella historia podría volver a repetirse y no estar él presente. Decidido, el dios del Olimpo, cogió a su amada Calixto, en forma de oso, por el rabo y la lanzó hacia el cielo. Pero no contento, Zeus transformó también a Arkas en oso y cogiéndolo de la misma forma, por el rabo, también lo envió hacia el cielo, junto a su madre. Desde entonces, Arkas forma la constelación de la Osa Menor, y su estrella menor, la que aparece en la punta de su cola, la Estrella Polar, es hoy en día la guía de todos los navegantes.

Terminó de contar aquella leyenda mitológica y yo seguía callada. Él no apartó la mirada, tampoco del cielo y yo seguía dándole vueltas a la historia.

En realidad, era una historia bonita, siempre me había gustado la mitología griega, esas historias fantasiosas, encantadoras... me atrapaban.

Pensé en el sufrimiento de Zeus al ver a su amada Calixto convertida en osa por su propia esposa y el dolor de él mismo al tener que enviarla al cielo, era lo mejor para ella y para todos. No sé, tal vez me estaba volviendo algo loca.

Merece la pena odiarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora