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Oliver Ferrara.

Veinticuatro de Diciembre.

Me desperté temprano porque esa mañana tenía que ir al centro de Génova para comprarle un regalo a mi hermana por navidad. De ello me convenció Edith, que quiso apuntarse y le dejé que me acompañase, ella decía que también tenía que comprarle algo y aunque le aseguré que no hacía falta, no me hizo caso.

Por lo que ella me dijo, en todo el tiempo que llevaba allí, todavía no había visitado en centro de la ciudad y me gustó que la fuera a ver conmigo por primera vez.

Hacía bastante frío y llevaba un gorro de lana que me hacía gracia cada vez que la miraba. Aparentaba tan joven, alegre y adorable...

Bajamos del autobús a las nueve y media de la mañana. Esa noche había nevado como nunca y estaban todas las calles blancas y más preciosas de lo que ya eran. Era curioso ver la playa blanca de la propia nieve.

- ¿A dónde quieres entrar primero? -ofrecí cuando estábamos en medio de un par de tiendas.

- Agradecería entrar primero a un bar o restaurante y tomar algo caliente -cada vez que hablaba salía vapor de su boca, pareciendo como si fumase.

Me reí y la guié hasta un restaurante donde servían chocolate caliente. Ella se pidió una taza y me fijé en su cara. Era muy blanca y del frío, su nariz y sus mejillas de habían tornado de color rojo. Estaba preciosa.

- ¿Tú vas a querer algo? -me sacó de mis pensamientos y negué con la cabeza.

- Estoy bien.

- Oye, me vas a hacer sentir mal y muy gorda si soy la única que toma una taza de chocolate.

Solté una carcajada. Esa chica estaba loca si se pensaba que parecería gorda. No debía de llegar ni si quiera a su peso ideal, estaría muy por debajo de él.

- No digas tonterías. Estás muy delgada.

- Y tú muy gordo -soltó, de repente.

La miré, frunciendo el ceño y no me podía creer lo que había dicho. Podía decir que incluso me había molestado.

- Yo no estoy gordo -y era verdad, esa niñata insoportable acabaría muerta si seguía así.

Explotó en carcajadas y ahora si que estaba confuso.

- Claro que no estás gordo. Pero, ¿qué tendría de malo estarlo?

- Nada, es más, si lo estuviera, no dudaría en darte la razón, pero no voy a hacerlo con una mentira -la miré de manera provocativa y alcé una ceja-. ¿Tú me has visto?

Bufó con aburrimiento y me reí ante su gesto. Me gustaba picarla de esa forma. Parecía una niña.

Llegó el camarero con su chocolate y me embelesé mientras la miraba tomar la taza caliente.

La cogía con las dos manos y bebía mientras me miraba por encima de la taza. Esa mirada era adictiva.

- Qué miras.

- Lo fea que eres.

Se manchó el dedo índice de chocolate y me lo pasó por toda la mejilla, de arriba abajo mientras reía y la gente de alrededor nos miraba.

- ¿Te crees muy graciosa? -le quité la taza y manché dos dedos para después pasárselos por toda la cara.

Me fulminaba con la mirada y la gente empezaba a reírse mientras nos embadurnábamos de chocolate.

Merece la pena odiarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora