23.

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Abrí los ojos lentamente y la sala seguía estando a oscuras, sólo iluminada por la poca luz y algunas velas, otras se habían apagado. Sentí un calor sofocante y cuando me desperté del todo, me di cuenta de que Oliver estaba casi encima de mí, abrazándome con fuerza y apretándome contra su cuerpo mientras su cara estaba enterrada en el hueco de mi cuello.

Seguía dormido, su calmada respiración chocaba contra mi cuello y yo me estaba muriendo de calor.

Intenté separarme, pero su agarre era fuerte y cada vez que empujaba con suavidad de su pecho, gruñía y me pegaba más, haciéndome reír.

- Para -ordenó con voz dormida sin soltarme.

- Tengo calor y deberíamos volver a nuestras habitaciones. Diana podría despertarse -pude ver la hora que era en el reloj de pared que había en la parte derecha de la sala y eran las ocho de la mañana.

Le dejó libre, al fin y se incorporó. Yo también lo hice y la manta se deslizó por mi cuerpo, dejando mis pechos al aire. Sonrió al verme y nos vestimos entre risas sin poder creernos todavía lo que había pasado.

- ¿Sigo siendo la niñata insoportable? -acabé de vestirme y cogí los tacones. Pensaba ir andando de vuelta al dormitorio.

Sólo tenía puesto en pantalón y cuando se colocó enfrente de mí, me sentí muy pequeña ante su intensa mirada.

- Sigues siendo mi niñata insoportable y antipática que necesita que le echen un vaso de agua o un cubo de agua de la fregona por encima -sus labios me atacaron con dureza y se separó cuando se entrecortaton nuestras respiraciones-. ¿Y yo sigo siendo el anormal e imbécil de Oliver Ferrara?

- El mismo Oliver Ferrara al que le queda mejor la ropa despedazada o lleno de pintura roja -le devolví el beso con la misma intensidad.

Acabó de vestirse y recogimos todo. Llenamos el cubo de basura hasta arriba, doblamos la manta y el colchón improvisado y lo guardamos en su lugar.

No había nadie levantado a esas horas y lo agradecí. En el internado solo estábamos nosotros cinco y algún que otro alumno que se había quedado allí por diferentes motivos, éramos muy pocos y prácticamente, teníamos el centro para nosotros solos. Aún así, no debíamos arriesgarnos a que nos pillaran, así que yo salí antes del sótano.

Diana estaba sentada en la cama cuando entré en la habitación y me dio un susto de muerte.

- ¿Qué haces despierta tan pronto? -el corazón me iba a cien por hora y gracias a Dios que no grité.

Ella se veía demasiado alegre para ser las ocho de la mañana, tan temprano.

Me miró con una sonrisa de oreja a oreja y se encogió de hombros como si le estuviese preguntando sobre la migración de distintas aves hacia el norte. Aunque seguro que si le preguntase eso, tendría una respuesta.

- Nada. ¿Y tú, de dónde vienes así vestida?

Me alarme. Había olvidado que no tenía que verme nadie y di por hecho que eso no sucedería, por eso no había preparado ninguna excusa.

Joder, no debe ser muy difícil, solo tiene nueve años.

- Estaba con Alessia en una pequeña fiesta privada, pero ya hemos vuelto -había olvidado cómo mentir.

- Ya...

La miré con el ceño fruncido mientras dejaba los tacones dentro del armario y sacaba el pijama.

- ¿Y ese tonito? -rió ante mi pregunta.

- Es que al no verte en la cama, me asuste y fui al dormitorio de Oliver -enarcaba las cejas arriba y abajo y yo me temí lo peor-. Y adivina... Oliver tampoco estaba en su cama, pero la que sí estaba era Alessia durmiendo con Alessandro.

Merece la pena odiarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora