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I.

"Pero quererte fue también / encontrar los puntos a todas las frases, / mirar directamente al sol / y conseguir no apartar la mirada, / encontrar unos ojos / que en vez de mirar en la misma dirección que yo / me miraran a mí." –Stendhal.

─¿Cómo te fue?

─Ya sabes, viviendo el sueño─ dijo, sarcásticamente.

Dejó el bolso en la parte trasera del Monte Carlo y se dejó caer sobre el asiento.

─Ponte el cinturón.

─Déjame en paz.

─Astrid, sé que esto no puede tenerte en el mejor humor, pero no es mi culpa. Ni siquiera fue mi idea. Yo sólo te llevo y te traigo.

─Bueno, no puedo esperar a que se termine esta horrible semana y regreses a la ciudad y así no verte más.

Astrid estaba siendo tremendamente injusta conmigo. Hace apenas un par de meses, casi me matan por su causa. Pero ahí estaba ella, odiando al mundo y yo incluido, cuando lo único que deseo para ella es que supere esto y que sea feliz. Pero entonces, no sería mucho mejor para ella que yo estuviera echándoselo en cara.

Sin embargo, enojo era mejor que depresión profunda. Al menos estaba librándose de los malos pensamientos, así fuera yo el destinatario. O eso era lo que había dicho la terapeuta. Así que no me iba a poner a discutir con ella, sino dejar que cayera en su error. Mantuve el silencio.

Casi dos cuadras luego de que había arrancado el auto, se colocó el cinturón y largó un suspiro.

─Lo siento. No quise decir lo que dije. En verdad, eres lo único bueno que aún me queda.

─Mamá y papá te adoran, hacen esto porque te aman.

─Yo estaba bien.

─No te mientas, Astrid. Estabas al borde del colapso y alguien tenía que rescatarte. Y en casa no pudimos. Además, la doctora Landívar no es tan mala. Yo mismo he hablado con ella.

─No trates de pintar el retrato de la familia feliz. Mamá y papá no me quieren en casa y a Roberto no le importa qué demonios pueda pasarme. Soy la vergüenza de la familia. No como el perfecto futuro doctor García a quien todos aman.

Astrid estaba teniendo un día bastante difícil hoy. Pero imaginaba que la tortura apenas empezaba.

─También cometo errores, Astrid. Es sólo que tú quieres vivir todo muy rápido, y no tiene sentido. A tu edad, aún me hacía pis en los pantalones cuando veía a una chica.

─Sí, y yo ya me tiro hombres.

Estaba imposible. ¿Acaso yo era así de odioso cuando estaba llegando a los dieciséis?

─Cuando tengas unos años más, verás la bendición que es tener un techo y una familia. El discurso de incomprendida también aburre. Yo paso en hospitales, Astrid. Yo veo la realidad de las personas y no es bonita. Y ellos tienen una cama. Imagina los que viven bajo puentes, los niños que tienen que trabajar. Hay más tristeza allá afuera que cualquier pequeño error que puedas cometer. Mamá y papá están listos para perdonar. ¿Estás dispuesta tú?

Ella se cruzó de brazos y desvió la mirada a la ventana.

─Mente abierta. Es todo lo que pido.

Llegamos a casa a la hora del almuerzo. Ahora era así: de lunes a domingo todos sacábamos una hora de nuestro itinerario para almorzar juntos. Pero eso estaba lejos de mejorar las cosas. Era una hora de silencios incómodos, o de gritos y reclamos incesantes. Y para como pintaba el día, yo apostaba por los gritos el día de hoy. Era una noticia que no le iba a agradar a Astrid en lo más mínimo.

Extrañaba los días en que podía alegar incapacidad por los golpes y encerrarme en mi habitación.

Aquel domingo, cuando me dieron de alta en el hospital, sentí demasiado dolor como para salir de mi guarida, así que me atasqué de analgésicos y no desperté hasta el día siguiente. A pesar de que dije que sería el primero en hablar de ese delicado tema con mis padres, Astrid se me había adelantado. Y los gritos continuaron... por días.

Intenté intervenir, pero en verdad, no había nada que yo pudiera hacer, salvo hacer sentir a mi pequeña hermana que no estaba sola, a pesar de que ella se había buscado todo lo que le estaba pasando.

Claro que recibí mi parte, sobre todo de mi papá, pero nada que no supiera que era mi culpa. Las salidas hasta tarde, las mujeres, el libertinaje. Vaya moral que tuvo para echar eso en mi cara.

Mamá cuidó de mí en esos días y me acompañó a cada cita que tuve con el doctor, hasta que me quitaron los puntos y retiraron la medicación. Luego de eso, el doctor me invitó a la emergencia y me presentó a un par de especialistas para que pasara visita con ellos en lo que regresaba a clases. No desaproveché esa oportunidad.

También estuve con Astrid en lo de la denuncia, las órdenes de restricción y todo el asunto de ese infeliz. Mamá se encargó de los chequeos médicos.

Luego de los gritos vinieron las soluciones, así que el veredicto fue ese, que Astrid fuera al terapeuta, al menos tres veces por semana para ayudar a canalizar su problema y buscar una manera de superarlo. Pero hasta ahora, todo había sido infructuoso.

Por mi parte, yo iba al hospital de lunes a viernes, aprendía una cantidad importante de casos clínicos y al medio día pasaba por Astrid para llevarla a casa. Las primeras semanas fueron las más críticas. Siempre regresaba llorando, o con los ojos hinchados. Luego empezó a pedir cariño, y en esta fase, tenía un resentimiento profundo por todos. Mi cabeza dolía por todo el desorden en el que se había transformado nuestras vidas.

Otra Forma de Lograr que me AmesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora