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Siempre creí que ir a Montañita sería más una aventura cada vez y no una cacería de brujas como lo estaba viviendo en esta ocasión. Tenía dos incesantes semanas buscando a Alba hasta debajo de las piedras en intentos absolutamente infructuosos.

Tras varios chantajes y súplicas a su mejor amiga, conseguí el dato de que Alba había cambiado sus últimos meses de internado por una extramural y ahora estaba de Interna en un hospital cerca de la playa.

Ese fin de semana le pedí a un compañero de rotación que me cubriera en la guardia y salí como alma que lleva el diablo hasta la ruta de San Pablo. Tanto tiempo sin saber de ella me estaba asfixiando.

─Soy su amigo Sergio─ mentí─. Y en la ciudad estamos muy preocupados por ella.

─Ella le dijo a las personas que merecían saber acerca de su paradero. Debe haber una buena razón para que tú no lo sepas. Lo siento, pero esa pobre mujer ha sufrido demasiado como para complicar más su vida.

─Quiero hacer todo lo contrario, debes creerme.

Así que después de mucha insistencia y perseverancia estaba yo envuelto en luces psicodélicas, olor a marihuana, música estruendosa y extranjeros vomitando. Buscando en ese mar de gente a Alba.

─Al fin te encontré─ dije al darle la vuelta.

La mirada que me dio fue como si se hubiera enterado de la muerte de toda su familia al mismo tiempo. Yo me sentí realmente mal.

─Necesito hablarte.

─No quiero volver a verte nunca más en mi vida, creí que lo había dejado claro. No me alejé todos esos kilómetros en vano.

Alba se escuchaba bastante ebria. Como nunca la había visto, como si tuviera días bebiendo hasta perderse.

─Alba te amo.

─Tú no amas a nadie. Bueno, quizás a Elena.

Se dio vuelta, agarró al primer argentino de ojos azules que encontró, se pegó a su cuerpo y lo besó. El argentino se emocionó y le agarró las nalgas y yo sentía que me habían dado un golpe en la boca del estómago. Yo nunca la había visto en brazos de alguien más, ni siquiera darle un beso casto al imbécil de Sergio. Habíamos dejado las tonterías de darnos celos hace años, cuando aún éramos amigos y yo un idiota.

Aún sin saber muy bien cómo, la agarré del brazo y la separé bruscamente del tipo que se la estaba apretando.

─Vengo a exigirte una conversación civilizada y como siempre has logrado colmarme la paciencia. Estoy en el hotel donde siempre nos hospedamos, por si te da la gana de comportarte como una dama y no como una niña caprichosa y testaruda.

Me fui del bar hecho una furia hasta el hotel comprendiendo que me merecía lo que recién había pasado y que el que se había comportado como un animal nuevamente había sido yo.

No me apetecía ir a la playa, ni conocer a otra mujer, ni ver la televisión ni nada que no fuera pensar en que Alba podía volver a desaparecer y que eventualmente me cansaría de buscarla. No había estado solo desde hace años porque siempre había tenido una mujer para mí y todo esto se me hacía terriblemente extraño.

Me preparé un café y lo acompañé con un cigarrillo en la ventana. Desde ella se veía el mar oscuro por ser la media noche. Tenía que empezar a pensar qué sería de mi vida y cuál sería mi siguiente movimiento.

Me acosté en la cama pasadas las dos de la mañana pero mi descanso no duraría nada, porque ni pasada media hora, escuché un escándalo fuera de mi habitación.

─¡Aquí no hay ningún Julián García!─ se escuchaba de la habitación contigua─. Váyase o llamaré al dependiente que la eche.

─Ese infeliz me dijo que estaría aquí, no lo esconda. Que me dé la cara─ contestó una voz bastante pesada y apenas entendible.

Salí enseguida hasta el pasillo porque estaba seguro de quién era la que estaba proporcionando el escándalo. Me disculpé con mi vecino temporal y entré a tropezones a Alba hasta mi habitación. Apenas y se podía mantener en pie.

─No te creas que vine porque ordenaste que viniera y yo como la idiota que soy vendría corriendo hasta tus pies. No. Quería venir a que me des la cara y me digas cómo se puede ser tan infeliz al...

Y una cascada de vómito me bañó los pies. Fue asqueroso y horrible. Agarré a Alba del cabello y la llevé hasta el baño. Quise hacerla arrodillar para que se apoderara del inodoro, pero ella nos metió a la ducha y abrió la llave. En segundos estuvimos empapados.

Alba pasó varios minutos doblada en dos vaciando todo el contenido de su estómago. Hasta que creí que no habría nada más que pudiera devolver, pero me equivoqué. En algún momento sentí miedo porque no podía dejar de dar arcadas. Eran tantos sus deseos de desintoxicarse, que empezó a meter sus dedos hasta el fondo de su garganta para seguir vomitando.

─Amor no tienes nada más que botar, basta.

─Nunca más volveré a tomar, lo juro.

Por fin logré que se reincorporara de pie y la contuve en mis brazos. Le aparté el cabello que estaba pegado en su rostro y la contemplé agradeciéndole a Dios por tenerla tan cerca otra vez.

Su rímel estaba corrido y sus mejillas pálidas. Su labial apenas y se veía sobre sus labios y había restos de comida confundiéndose con el agua que nos bañaba.

─¿Recuerdas cuando nos bañamos en la lluvia y el que estaba ebrio como el infierno eras tú?

─Claro que sí. Te presté mi chamarra y no te quise besar porque era un asno. Bueno, para ser sinceros creo que no he dejado de serlo.

─¿Cuándo dejaste de amarme?

Otra Forma de Lograr que me AmesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora