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─¿Estás seguro que esto es una buena idea?

─Oh por favor, Elena. Estamos a diez minutos de la puerta de la casa de tus padres en Caperia. ¿Cómo es que me dices esto?

─P-porque no sé. ¿Me repites de nuevo cómo se nos ocurrió esto?

─Oh vamos, no me pongas más nervioso de lo que estoy.

Habíamos decidido realizar un viaje de casi tres horas hasta el pueblo originario de Elena para que conociera a sus padres y fuera todo un poco más oficial. Había sido idea mía, y ahí la tenía, con toda la poca fe del mundo que me merecía.

─Es que mis padres son... no lo sé. Es decir, conocí a tu mamá, y ella es un camino de rosas al lado de la mía.

─Lucía es maravillosa, no te aflijas por ello. Pero sí hay una cosa que deberías saber.

─¿Eres un asesino serial? Por Dios, te dejaré matarme, pero no les digas eso a mis padres.

Me reí con ganas. Yo estaba nervioso, pero nada comparado con Elena.

─Nunca he conocido los padres de nadie.

─Estás de broma.

─Es muy en serio.

─Pero lo de Alba era muy, muy oficial.

No podía decirle lo de su hogar disfuncional, por muy pacto de sinceridad que tuviera con ella. Alba no se merecía que estuviera ventilando algo que le costó tanto sacar de su pecho.

─¿Acaso ella no quería que su familia te conociera?─ continuó Elena, ante mi silencio.

─Digamos que no se presentó la oportunidad. En verdad es algo de lo que no debería hablar.

─Es la primera vez que no respondes una pregunta que te hago.

─Lo sé, lo lamento.

─Descuida.

De seguro Elena pensó que yo era el propio cornudo, y que el oficial para la familia de Alba era Sergio y no yo. Demonios, yo mismo me había torturado horas pensando lo mismo. Sea como fuera la situación, yo me sentía en la obligación de protegerla, a pesar de todo.

─¿Alguna sugerencia para no hacer un tonto de mí con tus padres?

─Habla del trabajo. No hables de otras mujeres, ni de ninguna ex. Coquetea con mamá, pero sólo un poco. No contradigas jamás a papá y por amor a Dios, no dejes de hablar. Una vez traje a casa un tipo callado y mis padres no me dejaron oír el final de ese tema.

─¿Cuántos hombres has llevado a tu casa, Elena Santisteban? Me escandalizas.

─Sólo a Gabriel y a Jaime. Pero fue un desastre.

─De seguro tenías como quince años, y ninguno de ellos era un muy guapo y exitoso doctor─ dije y puse una mano en su hombro. Lo apreté apenas para darle algo de confort.

─No sé cómo puedes estar tan tranquilo.

─Confía en mí.

Pero yo también estaba muerto del miedo.

La casa de Elena quedaba a cinco minutos del centro del pueblo y era bastante espaciosa, considerando que Elena era hija única. Ésta tenía dos plantas. Supuse que los padres de Elena estarían en sus cuarenta años, y no me equivoqué. Cuando salieron a recibirnos, vi una pareja muy joven en el porche la de la casa.

Dieron un gran abrazo a su hija y le dijeron lo mucho que la habían extrañado toda esa semana. Cuando terminaron con ella, el padre de Elena se acercó a mí y me dio un apretón certero, contundente. Yo le correspondí y saludé.

─Señor Santisteban, buenas tardes. Es un gusto.

─Papi, él es Julián, el chico del que les he hablado.

─Mucho gusto─ respondió entre dientes.

─Qué muchacho tan guapo ha traído Elena a casa.

─Muchas gracias, señora. Y déjeme decirle que ya veo de dónde Elena es tan atractiva. Parece usted su hermana.

Yo no podía creer estar diciendo algo tan cliché y terrible.

─Me lo quedo conmigo─ respondió la madre de Elena y todos reímos. Bueno, menos el padre de Elena quien se mantenía impasible.

La ocasión era un asado al que habían invitado a algunos tíos y primos de Elena. Cuando pasamos al patio de la casa, había al menos tres mesas con cinco puestos cada una. Con lo nervioso que había salido del auto, había olvidado sacar algo que había traído para ellos.

Me disculpé y regresé después de poco.

─Disculpen, no habrán creído que vine con las manos vacías. Un pequeño regalo para ustedes.

Les extendí una botella de vino que supuse sería perfecta para la ocasión. Era un Cabernet Sauvignon de la cosecha del 2002. Me había costado algunos dólares conseguirlo.

─Así que el joven sabe de vinos─ intervino el padre de Elena.

─Poco, en verdad. Mi padre me ayudó a escoger el más apropiado para hoy. Quise traer un Merlot, pero mi padre dijo que vendría a presentarme como el novio de Elena, y no como su mejor amigo gay.

Una sonrisa asomó por el rostro de mi suegro. Con cada minuto que pasaba, yo me sentía más seguro de lo que estaba haciendo.

─Pues es un hombre sabio.

Recuerdo que en Santana una tía de mi papá tenía un restaurante en el cual yo ayudaba los fines de semana. La mayoría de las carnes eran cocinadas al carbón, por lo cual yo me había convertido en un perito prendiéndolo. Cuando habilidosamente encendí una llama generosa en menos de cinco minutos, recibí múltiples cumplidos de la familia. Eso y el comentario del doctor que sabe de vinos, tenía encantado a más de uno. Elena estaba sustancialmente más tranquila y le vi una felicidad que me llenó de regocijo el corazón.

─¿Sabes los millones que ganarías si escribieras un libro sobre cómo conquistar personas?─ susurró Elena en mi oído.

Yo le sonreí y acaricié su mejilla.

─Me conformo con conquistarte a ti. Además, un buen mago no revela sus trucos.

La tarde fue pasando entre charlas de hospitales y fútbol. También en incontables historias de la increíble generosidad de Elena con sus enfermos. La situación estaba totalmente bajo control, al menos hasta el momento. La familia de mi novia era muy agradable y al parecer, yo me los había metido a todos al bolsillo.

Cerca de las seis de la tarde, mi teléfono celular empezó a sonar. Me disculpé con todos y fui a atender la llamada cerca de mi auto.

Julián, ¿estás de guardia?

Otra Forma de Lograr que me AmesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora