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Había pasado casi un día y medio desde que me desaparecí del mapa. Mi celular estaba descargado y en casa. En ese momento me encontraba en el departamento tirado en mi cama y con la mente en blanco. Porque si me ponía a pensar, me volvería loco.

Mamá había quedado en llevarme comida. Sí, era un cambio radical desde la última vez, que me dijo que sobre su cadáver iba a darme el departamento. No sé qué conjuro griego habría hecho papá para convencerla, pero me creyeron que estaba organizando mi biblioteca para hacer espacio para los libros de este año y que por eso sólo iba a dormir a casa.

Una mentira más a mi cuenta.

Cuando tocaron a la puerta, me levanté para recibir a mi madre y tal vez invitarla a que se quedara a comer conmigo. Necesitaba algo de apoyo.

Pero no era ella.

─Estás bien─ dijo, sin siquiera saludar. Estaba pálida. La entendía, después de la última vez que estuve en silencio tanto tiempo, casi me habían matado.

─Pasa─ le dije.

Antes de que hiciera otra pregunta, la besé. Alba estaba consternada, seguramente todas las alarmas se encendieron en ella. Cerré la puerta con llave, sin dejar de besarla y la llevé a mi cuarto. La tumbé en la cama. Estaba tan confundida, que ni siquiera pudo preguntar nada. La desvestí, y para mi sorpresa, estaba combinada. Bragas de encaje color negro y brasier a juego. También estaba depilada. Ninguna mujer está tan preparada, ¿acaso sabía que venía a tener sexo conmigo?

Estaba como desesperado. En verdad, siempre me tomaba mi tiempo cuando estaba con una mujer. Buscaba sus puntos débiles, me dedicaba a hacer caminos de besos, todo para tentarla y tenerla lista para penetrarla.

Recuerdo que tenía en mente jugar con los senos de Alba, porque me gritaron atención cada vez que los toqué, pero ni siquiera desabroché su brasier. Quité rápidamente sus bragas y las hice a un lado. Me quité el pantalón, el bóxer y me introduje en ella.

Había jadeado todo el tiempo, pero cuando entré, soltó un grito que retumbó en la habitación. Era el más grande que había recibido, yo lo sabía.

Yo estaba de pie, con cada pierna suya colgada en mis hombros. Las acaricié, eran suaves, largas y blancas. Alba gemía y mordía sus labios acostumbrándose a mi ritmo. Se agarraba a la sábana, a lo que fuera que la contuviera para lo que estaba recibiendo. Yo no podía pensar en nada más que no fuera seguir entrando y saliendo de ella, por el resto de la hora, del día, de mi vida. Escapar de todo lo malo que había hecho en todo este tiempo.

Pasaron diez, quince, veinte... veinticinco minutos. La cambié de posición varias veces, pero no lograba hacerla correr. Y no era que Alba fuera una mujer imposible, sino que había visto mi error. Las caricias, el ambiente, todo lo que había planeado para ella, lo había lanzado al tacho de la basura. Ese tipo de encuentros salvajes y posesivos era para una quinta o sexta vez, cuando los lazos estuvieran más sólidos. Alba era ese tipo de mujer, que necesitaba un montón de confianza en sí misma y yo lo sabía. Y me había importado menos que nada... la había tratado como la trataba a Doris.

Salí de ella de inmediato, horrorizado.

Alba iba a odiarme, por todas las cosas que estaba por decirle. Pero es que yo sabía que esa sería la primera y única oportunidad que tendría con ella. Alba creería que todos éramos los mismos cerdos egoístas, y que su sexualidad no me importaba. Alba se iría con la idea de que tampoco había logrado hacerme correr, sus miedos crecerían. Y todo por haber sido tan imprudente y estúpido.

Me recosté a su lado, sudoroso y agitado. Arrepentido. Alba se cubrió con parte de la sábana. Si ella no me odiaba, yo estaba empezando a hacerlo. Sabía que tenía que ir a destaparla y abrazarla. Pero no le veía sentido.

─Siempre sales corriendo cuando las cosas están mejorando. Dime paranoica, pero me cansé de creer en las coincidencias.

Se levantó y se vistió. Yo hice lo mismo.

─Sólo quería venir a ver si estabas bien, lo cual aparentemente estás, porque estaba preocupada por ti. Pero ya puedo irme, creo.

─No, Alba. No estoy bien.

Siguió caminando, hasta casi la entrada de la puerta y luego dio vuelta.

─¿Estabas... esperando a alguien? No me mientas.

─¿Qué? ¡No! Bueno, a mi mamá, que iba a traerme el almuerzo. Nadie sabe que estoy aquí.

Se cruzó de brazos, luego miró hacia... mi entrepierna.

─¿Estás de broma? Ahora no puedo excitarme al ver a mi novia.

─Tu novia. ¿Sabes que crees que puedes hacer y deshacer y luego simplemente desviar la atención con algo que crees que es bonito que me derrita y salir ileso? Así no funcionan las cosas.

─Es que me frustra que tenga que discutir mis erecciones contigo. Eres mujer, te quiero y me pareces atractiva, la ecuación está completa. Estabas depilada y combinada y...─ mi voz se estaba tornando gruesa, recordando lo que recién había pasado─. Y sí, a veces se me escapa decirte novia.

─¿Por qué desapareces?

─Vamos a sentarnos.

No sabía cómo comenzar esa conversación.

─Desaparecí porque he estado ocupado, con muchas cosas en la cabeza. Cosas que tengo que pensar, pero no quiero. Y no, no puedes ayudarme. Alba, esto es muy difícil para mí. Quizás cambie todo.

─No es lo que estoy pensando...

─Probablemente lo sea.

─¿Es Raquel?

Agaché la mirada y cerré los ojos.

Otra Forma de Lograr que me AmesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora