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El dormitorio que tenía mi mamá en el departamento tenía un balcón. Del balcón se podía ver la ciudad en todo su esplendor. A mí me gustaba mucho asomarme para mirar al horizonte y dejarme marear por las luces incandescentes. Así podía pensar, acompañarme de un café o de un cigarrillo. Dependía de mi estado de ánimo, pero éste casi siempre era nostálgico.

Y ese día no era la excepción.

Yo sabía qué había ido terriblemente mal, pero me negaba rotundamente a aceptar mis errores, peormente a corregirlos. Porque eso era lo que debería estar haciendo en esos momentos. Comérmela a besos, llenarla de abrazos, contarle mis penas y descansar enterrado en su pecho.

Pero Alba estaba llorando en mi habitación, y yo con lágrimas en el borde de los párpados y con un nudo que obstruía mi garganta.

Regresé a dejar los platos de la cena dentro del lavadero, apagué las velas y las luces de la sala y avancé a oscuras a lo largo del corredor, evitando los muebles a mi paso. Me quedé recostado sobre la puerta de mi habitación, la única cosa que me separaba de ella.

─Déjame entrar─ dije.

─Vete, Julián.

─Duerme aquí, al menos. No quiero que estés afuera a esta hora.

─Vete.

Estaba frustrado, abatido. Regresé a la habitación de mamá y me quedé observando el techo. Necesitaba resolver este problema lo más pronto posible.

Cuando Alba llegó al departamento, yo estaba arreglando los últimos detalles de la cena. Eran las siete de la noche y yo tenía las palmas de las manos sudorosas. Me había cambiado tres veces de vestimenta. Primero intenté con un pantalón de tela negro y camisa blanca, pero lucía como un mesero. Cambié la camisa por una camiseta polo color azul y el pantalón por unos vaqueros sueltos. Finalmente me decidí por unos vaqueros ajustados y una camisa azul marino. Zapatos de suela negros completaron el conjunto. La barba tenía tres días de largo y me hacía lucir de veinticinco.

La elección del perfume fue fundamental. A lo largo de todo el año, me había percatado de qué fragancia le gustaba más a Alba. Había ocasiones en las que se mantenía a cierta distancia, pero una coincidencia en la que se prendía de mi hombro como si estuviera en casa. Ella no tenía que decírmelo, así que esa fue la selección.

En la sala había velas y platos de comida servidos junto con copas de vino. Nada ostentoso. Mi mamá había preparado los platos y yo estaba hambriento y nervioso.

Le abrí la puerta y la recibí con un cálido beso en los labios. Estaba preciosa con un vestido negro que le llegaba antes de las rodillas y con un escote bastante generoso. Cuando pasó a mi lado le di una nalgada y ella dio un sobresalto junto con una risita tímida. Cuando volteó a verme, le di una rosa roja. Que alguna vez me había dicho que era su favorita.

─Estás completamente hermosa─ le dije─. ¿Cómo hiciste para salir así de tu casa?

─María José me ayudó. Y gracias. También te ves muy guapo.

Se acercó a abrazarme y olió mi cuello.

─Me vuelves loca, ¿lo sabías?

─Pasa, mi amor.

Cenamos prácticamente en silencio. La anticipación era mucha y el nerviosismo aún más.

─La comida estuvo deliciosa, Julián. Y esto... es muy lindo todo. Me tienes impresionada.

─N-nunca lo había hecho. Me alegra que esté bien.

Alba se acercó y se sentó en mi regazo. Paseó su lengua sobre su labio superior y se retiró un mechón de cabello detrás de la oreja. Me besó. Yo estaba como petrificado. Sabía lo que tenía que hacer, pero mi cuerpo no respondía.

Otra Forma de Lograr que me AmesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora