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Estaba siendo consentido como un niño de cinco años. Efectivamente, dos horas después y con un olor exquisito de la cocina, mi novia y mi hermana habían preparado una cena espectacular. Con vino, con velas y candelabros, con vajilla y cubiertos de plata. Todo completo.

Me senté sin mucho más que decir y empezamos a comer.

Estaba increíblemente delicioso. Más que la comida de mamá, que la de Alba o cualquiera que hubiera probado.

─¿A quién debo felicitar? Esto es fantástico.

─A mí se me caen las ollas al suelo─ dijo Alba.

─¿Astrid?

─Es la mejor manera que encontré de decirte que estoy recuperada. Entre todas las actividades que pude hacer durante mi tiempo internada, esa fue la que más me gustó. Historia española también me llamó la atención, al igual que pintar, pero esto es lo que me sale mejor. Tenías que verte la cara cuando probaste un bocado. O tienes mucha hambre o...

─Enana, eres realmente buena.

─Quería que antes de que te fueras, te quedaras con la tranquilidad de que encontré el camino. Voy a estudiar para chef ni bien me gradúe del colegio. Buscaré un trabajo de medio tiempo porque tengo muchísimas armas ahora en mi poder y eso me tiene realmente feliz. No sabes lo increíble que es, haber estado tan perdido y desvalido y ahora sentir que lo tienes todo. Una familia que te ama y amigos─ dijo viendo a Alba─, muy buenos amigos que no dudaron ni un segundo de ti. A pesar de que tenían todas las razones para hacerlo. Quiero que antes de que te vayas sepas que soy la mujer que soy gracias a que me apoyaste tanto a pesar de mi ingratitud y porque tu ejemplo me dio las fuerzas que necesitaba mientras todo era adverso. Gracias por todo, hermano mayor.

Casi rompo a llorar como un niño. ¿Qué podía responder a esa increíble demostración de cariño de parte de mi hermana? ¿Cómo ponerle un nombre a esa victoria tan anhelada? ¿Cómo después de lo turbulentas que habían sido nuestras vidas desde hace tanto? Astrid, mi querida Astrid después de todo lo malo que había vivido, había decidido perdonarse a sí misma y a todos. ¿Quién me creía yo para no hacer lo mismo?

Quizás sí me había quedado corto de palabras.

─Te vas, gordo feo. Y sé que es tu deber de ir a servir al país, pero tengo demasiados sentimientos encontrados.

─Tenemos toda la vida para ser hermanos, enana que me conmovió hasta los huesos. Un año no es nada. A mi regreso estaré viéndote mientras te conviertes en la estrella que jamás debiste dejar de ser. Porque tienes todo mi apoyo: moral, económico, el que necesites.

Nos fundimos en un abrazo muy emotivo. Alba sólo nos observaba. Cuando abrí mis ojos fue lo primero que vi y moví mis labios para que entendiera el "te amo" que tenía atravesado en la garganta. "Yo más", respondió.

Y le creía. Todo lo que Astrid había logrado en el último año era también en parte porque tenía una amiga como Alba en su vida. Y yo jamás podría pagárselo, esa alegría tan grande de haberme devuelto a mi hermana en una sola pieza. Se lo debía todo, pero de nuevo, eso era lo que lograba la compañía de Alba en la vida de quien fuera.

Seguimos comiendo aunque la comida se había enfriado un poco. Dejamos en sentimentalismo por bromas. Y luego por preguntas comprometedoras que a Astrid se le ocurrió soltar en ese momento.

─¿Es cierto lo que escuché?

─Dime, enana.

─Que si dos doctores se casan pueden ir al mismo pueblo para la Rural, como marido y mujer.

─Sí, en efecto.

─¿O sea que se casarán pronto?

Alba mantenía un silencio sepulcral.

─No creo que casarse para obtener algo más a cambio sea una razón válida para hacerlo─ respondí.

─O sea que no estás listo...

Iba a matarla.

─Astrid...

─¿Entonces?

─Entonces ya es tarde y debes estar cansada y tengo que ir a dejar a Alba a su casa.

─Julián García, eres un cobarde─ replicó Astrid.

─Voy a guardar unos platos que me regaló Astrid para mis padres en el auto─ dijo Alba, bastante incómoda.

Cuando nos quedamos solos, fui a agarrar a Astrid del cuello.

─¿Te volviste loca? ¿Cómo se te ocurre hacer esas preguntas tan inapropiadas?

─No lo son, y das la impresión de necesitar un empujoncito...

─Tú no entiendes enana.

─No vayas a hacerle a Alba lo mismo que papá le hizo a mamá, de no casarse nunca con ella. Alba se merece llegar al altar de blanco y todas esas cursilerías que odias.

─¿Cómo crees eso de mí?─ dije en tono severo. Pero luego sonreí ampliamente─. Por supuesto que me casaré con ella.

Astrid empezó a gritar y a dar saltos. Yo le tapé la boca y la mandé a callar.

─Pero no ahora mismo. Ni siquiera nos hemos graduado, no tenemos una casa, ni sueldo fijo. Hay cosas que hay que hacer bien y no sólo porque quiero evitarme ir a un pueblo remoto. Ella jamás debe pensar que sería la razón por la que me casaría con ella. Así que guárdame el secreto, enana imprudente.

No era mentira. Me veía casándome con ella, ahora lo hacía.

Alba iba muy callada de regreso a casa.

─¿Te pasa algo?

─No quiero que pienses que mandé a Astrid a enviarte esas indirectas. Sé lo que piensas del matrimonio y jamás te obligaría a hacerlo. Estaría bien con tal de una vida a tu lado.

─Si quieres algo tienes que pedírmelo. En algún momento en verdad querrás casarte y debes prometerme que me lo dirás, ¿está bien? Ya veremos qué hacer cuando ese momento llegue.

─¿Te casarías o me dejarías?

─No nos adelantemos a nada, puede pasar demasiado.

─Bueno, ahora mismo no quiero casarme.

─Lo sé, Albita.

─Mis papás aún no te quieren del todo y esperan que los mantenga algunos años cuando menos. Después de todo ellos ya son mayores y se la pasaron toda la vida dándome educación y techo. Me odiarían si me gradúo y luego me caso. Además quiero mi especialidad y una cuenta bancaria generosa. Quiero mi casa propia y vivirlo todo a tu lado.

─Por esas razones jamás te dejaré ir. Ni aunque tuviera que llevarte donde el Papa a que nos case. Amo tus ambiciones y amo que me quieras a tu lado y me tengas presente en tu futuro.

─No puede ser de otra forma.

Manejé un par de cuadras más sustancialmente tranquilo.

─Gracias por lo de Astrid. No sabes la tranquilidad que al fin siento. Es algo que te deberé toda mi vida, que la hayas cuidado como lo hiciste.

─Es lo que me habría gustado hacer por mí misma hace tanto tiempo. Y no me debes nada, a mí también me hace feliz que Astrid esté tan bien.

La dejé en su casadespués de un beso largo. Agradecido, feliz. Hoy me sentía particularmentedichoso y se lo debía todo a esa mujer. Alba era como un trébol de cuatro hojasen mitad del desierto. No salva, pero da esperanza.

Otra Forma de Lograr que me AmesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora