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XIII.

"Y ya que estamos dejando de creer en la suerte, podríamos empezar a creer en las personas y recordar alguna vez que si se juntan dos tréboles, acaban siendo uno de cuatro hojas." – El sexo de la risa.


La mañana soleada me subió un poco el ánimo y aunque no quisiera reconocerlo, amanecer junto a Alba también. Ella se aseó y después lo hice yo. Cuando estaba cepillando mis dientes, Alba se colocó detrás de mí y se abrazó a mi cintura. Mi corazón se contrajo dolorosamente en un puño, pero luego me sentí reconfortado, completo.

─Dijiste que quieres volver a comunicarte conmigo. Así que te voy a preguntar qué tienes con Sergio─ solté─. Sin gritos, sin evasión del tema.

Ella suspiró.

─T-tenemos una especie de relación. No es oficial.

─¿Están juntos ahora?

─Sí.

No era que me tuviera brincando en un pie, pero yo me estaba tirando a su enamorada, y ese infeliz se lo merecía. La vena mala que existe dentro de mí sonrió.

─¿Lo quieres?

Vamos, Julián. ¿Dónde quedó tu dignidad?

─¿Sabes qué pienso? Debe haber algún lugar donde Astrid recuerde a Óscar. ¿Quizá en Santana? Puede que haya mentido en la nota que dejó.

Le di un par de segundos al asunto antes de tener la respuesta. En efecto, una playa que quedaba a unas dos horas de donde estábamos era una de las favoritas de Astrid, y el que nos había llevado ahí por primera vez fue mi primo.

─Playa Rosada─ respondí, de mala gana, decidiendo dejar el tema ahí al menos por el momento.

Pasamos por algo de desayuno al mercado antes de nuestro siguiente destino. Apoderado de la mera costumbre, pedí su platillo favorito que consistía en huevos revueltos, plátano y jugo de naranja. Alba se sintió complacida y relajada, lo pude notar. Dándole un vistazo rápido con el sol naciente que hacía que su iris tomara un color más claro de lo habitual, pude notar sus rasgos más afinados y delicados que antes. Sus mejillas, tan adorables como siempre, tenían un tono rosado permanentemente y sus labios destacaban en su rostro, hinchados y rojos por mis incesantes besos de la noche anterior.

Yo no estaba en el mejor momento de mi vida. Es más, imaginaba que algún día mi karma me cobraría todas las canalladas que había hecho de esta precisa manera. Y aunque sé que he cambiado mi opinión sobre lo que ella me hace sentir más veces de las que puedo recordar, en verdad me reconfortaba que fuera ella la que tome mi mano en este momento. Ella siempre me rescató de los peores precipicios. Quizás en los momentos en que se alejó de mí yo no estaba verdaderamente enfadado con ella, sino conmigo y la forma tan estúpida en que la había perdido.

─Un millón de dólares por lo que pasa por tu cabeza en este momento─ dijo, interrumpiendo mi tren de pensamientos.

─Te sentirías estafada de pagar tanto por ellos.

─Gracias por el desayuno.

─No hay de qué.

─He estado dándole vueltas...─ dijo, limpiando la comisura de sus labios─, deberías pensar qué hacer cuando encuentres a Astrid.

─Lo he hecho.

─¿Quieres compartirlo?

─Esperaba a que lo preguntaras. Es claro que no tengo una puta idea de cómo arreglar esto. No hay forma en que llegue a Astrid de la manera que ella necesita. Pero tú estás más cercana, y...

─Te quieres aprovechar de mi problema para ayudar a tu hermana.

─N-no, Alba. No deseo que lo tomes así.

─Descuida, tienes razón. Estamos rotas de la misma manera, por lo tanto debe haber una forma en que empatice con ella y quiera aceptar la ayuda que necesita.

─Es lo que había imaginado.

─Tengo una condición, sin embargo.

─La que desees.

─No puedes estar ahí.

Aquello me tomó por sorpresa.

─¿No confías en mí?─ agregó.

─Eres tú la que no confía en mí. Hablas de estar rota y aislada y que necesitas que un príncipe vaya a rescatarte, pero cada vez que intento acercarme dos centímetros, me echas a patadas de tu vida. Es la razón por la que terminamos, ¿lo recuerdas? Porque hice mi mejor esfuerzo por ayudarte a salir de tu depresión y como no lo hice como tú querías, entonces me botaste como se tira a la basura un envase descartable.

─Terminamos porque eres un cobarde que tuvo la hombría de bajar un par de bragas que no fueron las mías, pero no tuvo los pantalones para reconocerlo. Se puede confiar en alguien así, por supuesto─ dijo, llena de indignación y sarcasmo.

Esto no le hacía bien a Astrid, porque aunque odiara reconocerlo, necesitaba de Alba para recuperar a mi hermana y llevarla a casa. Aclaré de mi mente todo el calor y la rabia que estaba sintiendo por mi fallecida relación e intenté pensar con claridad. La noche anterior había encontrado la forma de acercarme a Alba de la forma más sencilla y adecuada y lo había estropeado todo segundos atrás, haciendo exactamente lo contrario: confrontándola y echándole toda la culpa diciendo que era su problema, y no nuestro. Una cosa, una condenada cosa que se alejara de mi control era suficiente para hacerme perder la cabeza. Y Alba se sacaba la lotería cada vez.

Exhalé exhausto y me levanté por un poco de aire. No pasó mucho rato, en lo que sentí que Alba se abrazó fuertemente de mí. La correspondí y acaricié su cabello. Íbamos a volvernos locos, no había nada normal en lo que estaba pasando entre nosotros.

─Sólo quiero hablar con tu hermana a solas.

─¿Por qué nunca me dijiste el problema que te atormentaba? Es de eso de lo que le hablarás, ¿verdad?

─Por la misma razón por la que tú jamás me contaste lo del aborto de Astrid.

Me solté de ella y dejé lo que correspondía de la cuenta en la mesa. Mi desayuno estaba a medio comer pero yo ya no tenía ni un poco de hambre.

Caminamos en silencio hasta el Monte Carlo para acabar de una buena vez con todo esto.

─¿Ves?─ susurró─. Nosomos tan diferentes como piensas.


Otra Forma de Lograr que me AmesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora