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Cuando me dispuse a abrirlo ella colocó sus manos sobre las mías, deteniéndome.

─Por favor, no. Voy a morir de vergüenza o algo.

─Debo abrirlo. ¿Qué tal si hay un mensaje oculto y yo no puedo descifrarlo por mi cuenta? ¿Quién sabe si te volveré a ver?

─¿Quieres que decir que no volverás a llamar?

─No lo sé, ¿tú lo harás?

Alba apretó sus labios.

─No. Hay una razón por la que no te llamé, una sola. Ni siquiera ese veinticuatro de abril que fue tu cumpleaños. Sé que no me quieres en tu vida, y no puedo soportar la idea de llamarte y que me rechaces. Ahora menos que sé que existe una Elena.

Quise llamarla cobarde, pero sabía que eso no arreglaría nada. En algún punto, ella tenía razón. Yo fui el que puse la distancia y todo lo que ella había hecho es respetarla.

─Pero sonabas decepcionada, ¿estás dispuesta a acudir si te llamo a tirar? ¿No te importa que esté Elena?

─No. No me importa.

Recordé la conversación que Alba tuvo con Astrid: por ejemplo, si un tipo tenía una novia y él venía a proponerme que tuviera sexo con él, yo daba un par de vueltas antes de aceptar, pero terminaba haciéndolo. Y no hacía preguntas y aunque eso les parecía tremendamente fácil, terminaba confundiéndolos tarde o temprano. O la vez que me comentó que su mamá no era casada, que era la otra y que por eso tenía miedo no serlo todo para mí.

Ahora yo me encontraba como el verdugo, como Mauricio o tantos otros que sólo la buscaban por sexo. Y eso no se me hacía bien, era terrible en cambio.

─¿No se te hace mal que seamos sólo algo carnal?

─No, Julián. Cualquier cosa es un bálsamo si lo comparo con lo que se siente extrañarte. Además, me has llamado y sólo hemos conversado. No hemos tirado.

─Aún.

Volver a hacerla mía era eso que me faltaba para ser feliz otra vez. Tocar su cuerpo era como tocar el cielo, y aunque sé que no era para nada justo, a la mierda todo. Sería egoísta hoy, mañana, siempre.

Nos metimos sudorosos al jacuzzi conversando sobre nuestra vida hospitalaria con los dedos entrelazados. Yo le besaba el cuello, los pechos, la boca y le acariciaba toda la piel como si fuera de terciopelo. Ella se retorcía bajo mi toque y sonreía como un niño entre los brazos de su madre. Sentía como si le estuviera quitando la tristeza de años porque al fin me estaba dejando hacerlo.

Cuando salimos del baño la sequé con la toalla. Ella no quitaba los ojos de mí y me miraba tímida y enternecida. Creo que después de todas las cosas terribles que hice y que no admití, era lo mínimo que podía hacer por ella.

─Aún te amo─ me dijo.

Le contesté con un beso en los labios.

Nos recostamos en la cama nuevamente, abrazados.

─Extrañaba tu cuerpo, tus besos. Te extrañaba muchísimo, Alba. Más en estos días. Creo que se acerca alguna fecha especial.

─No me permito recordar esas cosas.

─Ni yo. Lo que importa es que aquí estamos.

Deshice las envolturas del paquete y lo abrí bastante nervioso. Alba nunca me había hecho ningún regalo y supuse que sería porque probablemente no tendría idea de lo que me gustara. Yo la entendía, a mí me pasó lo mismo aquella vez en su cumpleaños. Nos despreocupamos tanto en conocernos bien.

Otra Forma de Lograr que me AmesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora