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El asunto de Sergio se resolvió pronto. A pesar de que estaba dispuesto a mantener la libertad que Alba tenía en cuanto a los almuerzos, ella escogió darme prioridad a mí cada vez que se podía. En cierto nivel sentía lástima de Sergio. Estaba empezando a creer que cualquier cosa que afectara Alba, se transmitiría automáticamente a mí, así que aunque odiara al infeliz, sentía empatía.

A estas alturas, prefería que la relación entrara en una especie de bucle, que perderla. Las cosas mejorarían cuando las condiciones fueran un poco más óptimas. En las siguientes vacaciones ya no tendría que devolverme a Santana y podríamos hacer todas esas cosas que ahora se nos limitaban tanto. Como tenerla todo el día desnuda en mi cama, por ejemplo. Esto es, si llegábamos a esas instancias. Había aprendido que lo que ella me hacía sentir, eso de estar tan completo, superaba a cualquier cosa que estuviera obligado a dar.

Leandro me seguía insistiendo en querer perfeccionar sus estrategias y alegaba que no era un pecado que un hombre comprometido saliera si sus intenciones eran correctas. Tremendo pendejo queriendo manipularme a mí. Sin embargo, y para que saliera de mi trasero accedí a su petición.

─Ni una palabra a Alba─ dije, antes de que ingresáramos al billar.

La única condición que puse fue, que debido a los avances sustanciales que él había mostrado, se acercara él solo a la mujer que quisiera abordar mientras yo me bebía la barra. Debo confesar que me aburría muchísimo tomar sin Alba. Cuando estábamos happy, siempre nos hacíamos bromas o nos burlábamos de toda la habitación. Alba era una mujer muy divertida y su humor era una de las tantas cosas que me encantaban de ella.

─Las mujeres son muy inteligentes cuando juegan y no se les debe subestimar─ empecé diciendo─. Te contaré una historia. Cuando yo tenía más o menos quince años, conocí a una chica muy guapa en una fiesta. Yo no tomaba mucho y con dos vasitos de cerveza ya estaba del otro lado. Y esta chica me parecía extremadamente guapa, así que con el poco valor que cargaba encima, me le acerqué. Yo estaba empezando a aplicar algunas de las técnicas estas de mi primo y algunas funcionaban, como otras no. Era básicamente ensayo y error. Finalmente esta chica me aflojó y estuvimos besándonos varias horas en un clóset. Pero nada más. Así que yo, como el gran pendejo que era, la fui a buscar al día siguiente como era de esperarse. Mejor dicho, como ella lo planeó.

Leandro me miraba atentamente, y hacía un esfuerzo por escucharme por encima de la música.

─Cuando quise ir a retirar lo que se suponía que era mi premio, ella me detuvo en seco alegando que era una muy buena chica, y que ella jamás le daba ni un beso en la mejilla a un chico que recién conocía y que no sabía qué le había sucedido ese día, pero que rogaba porque yo no malinterpretara las cosas.

─Tremenda perra.

─Eso no fue lo peor de todo.

─Lo supuse.

─No conforme con eso, me dijo que había una forma sin embargo, de que algo pudiera seguir ocurriendo. Yo, como estaba ávido por el calor de una mujer supuse que lo que hubiera que hacer no sería lo suficientemente malo. Me dijo que tendríamos que ser novios y que si no lo deseaba, podía olvidarme de ella. Y yo acepté. Cabe recalcar que por esos días mi primo no estaba ni cerca de Santana, porque de enterarse, me habría perseguido por todo el pueblo para darme un par de patadas. Cuando solucioné el problema semanas después, mi primo se me burló por dos años seguidos. Es más, si lo conoces, de seguro te cuenta la historia de la forma más humillante que conozcas.

─Me resulta difícil creer que un tipo como tú haya caído en algo como eso.

─Lo dice el hombre que creía que para abordar a una mujer primero había que hacerse el amigo. Además, no es como para que lo vayas diciendo, ¿entendido?

Otra Forma de Lograr que me AmesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora