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─¿Recuerdas que te dije que te tenía una sorpresa?

─Por supuesto. ¿Tengo que cerrar los ojos?

─No.

─Dime rápido, entonces.

─Ya no voy a vivir en Santana. Estoy de mudanza aquí en la ciudad. Y la casa ahora, queda mucho más cerca de la tuya.

Alba me abrazó y me dio un beso.

─Es una noticia buenísima.

─No es lo mejor.

Me alentó a continuar.

─Voy a pelear el departamento para mí. Bueno, para los dos. Ya sabes, para darte día y noche.

─¡Gracias a Dios!─ dijo y no podíamos parar de reír.

Estábamos recostados y muy juntos, abrazados y respirando acompasadamente.

─¿Pero está todo bien? ¿A qué se debe el cambio tan... repentino?

No me sentía listo para contarle todo. El tiempo que teníamos era corto y la historia muy larga. Además, no quería arruinar el momento con silencios incómodos y lástima.

─La situación económica está terrible. Papá decidió vender todo.

Pero sé que en el fondo, no me creyó. Alba me respetaba, desde ese día en el hospital, no había hecho ningún comentario. Preguntaba cosas más sutiles, por si acaso yo decidía abrirme con ella, pero no me sentía listo.

─Ojalá aquí les vaya bien─ concluyó.

─¿Y mi sueldo?─ dije, para romper el hielo.

─Me lo gastaré en ropa.

─Qué egoísta eres.

─Me compraré lencería sexy.

Dijo, y me prendí. La lencería era el invento más dulce que existía.

─Eres la más generosa y linda de todas.

─Mi muy calentón Juliancito. Eres muy fácil.

─¿Calentón yo? Si no hubiera tanta luz del sol, Albita. Te haría gritar hasta que me pidieras perdón.

─El que mucho habla...

La besé. La haría mía en el carro, maldita sea, así al día siguiente me lo chocaran. Me compraría dos, tres, cien. Estaba tentado y con una curiosidad terrible, de conocer en la cama a Alba. Pero primero, lo primero.

─Tengo ganas de conversar, Albita. Hay muchos vacíos tuyos y míos que quisiera llenar, antes de seguir a lo que queremos seguir. Creo que es lo justo, que estemos informados.

Y había llegado el momento de la verdad.

─¿Estás seguro?

─Ya no quiero esperar más. Y sé que necesitas confianza y honestidad. Y te las voy a dar.

Las historias de Carla y Mariana, eran bien conocidas por Alba. De hecho, la mayoría de las que habían sucedido en ese año, lo eran. Las recapitulamos, pero yo estaba muy consciente de que me estaba comprando algo de tiempo. Para pensarlo mejor, quizás. Las historias que en verdad importaban, eran las que sucedieron cuando estábamos distanciados. En especial, Raquel y Doris, y no quería ofrecérselas. Porque hacerlo, implicaría sacarlas del anonimato, no poder regresar nunca a ellas. Y eso me daba miedo, era un gran paso. Ponía excusas, alegando que Alba se sentiría mal por la competencia, pero en el fondo, era lo que tenía que hacer. Renunciar a esas cosas, porque me esperaba algo mucho mejor.

Alba estaba en mi futuro.

Luego, lo de Joyce, Paola y mi primo y el cuarteto, estaban cubiertos. Lo de Eugenia, aunque no me hacía sentir orgulloso.

─Tú ya sabías que me gustabas, entonces─ me dijo.

─Y al ver que te afectaba tanto, me arrepentí de contarte. Pero tú saltaste a conclusiones equivocadas, asumiendo que me habías engañado, y que no sospechaba que el hombre por el que disputaban, era yo.

─Creí que estabas celoso de Eugenia, y querías algo más con ella.

─Para nada, pero no podías entenderlo. No quería herir tu orgullo, haciéndote ver que conocía tus sentimientos. Y gracias a Dios no lo hice. Quizás no estaríamos aquí.

─Julián García preocupado por el orgullo de una mujer. Un cambio interesante en la historia. Debiste darte cuenta que conmigo era diferente.

─Me costaba bastante. Tenía miedo.

─Ahora lo veo. Luego vino Enrique, pero tú lo supiste. ¿Eugenia te dijo?

─Voy a perder cada punto de mi tarjeta de hombre por decirte esto, pero... los vi. No me aguanté y espié por la puerta.

─Qué feo, Juliancito.

─Estaba confundido, como el infierno. Desde un principio.

Venía Doris. Pero no pude, me ganó la cobardía.

─Asumo que lo de Víctor fue igual, nos viste.

─Exacto. Luego me diste el sermón de la mujer perfecta para mí. Te estabas describiendo.

─Fue totalmente inconsciente─ dijo, defendiéndose.

─Un poquito consciente al menos, admítelo. Pero sonaba bien, apropiado. Y me metiste a la puta zona del amigo ese día.

─Era matar o morir. Y yo no me iba a dejar friendzonear primero. No por enésima vez.

─Movimiento inteligente de tu parte. Eso me confundió aún más, pero qué sabía yo de confusión para ese entonces. Lo que se vino después sí que lo era.

─Después de eso, estabas en estado crítico. Ni siquiera pasaste por mí al día siguiente.

Fue cuando descubrimos que Astrid tenía algo con el imbécil de Pablo. Me tensé.

─¿Tema delicado?

─Bastante. Pasé viajando toda la madrugada y me sentía como mierda. Fue el primer día que en verdad sentí un golpe duro en la vida. Luego sólo siguieron llegando. Pero me entendiste, a pesar de que estabas angustiada. Y eso me hizo feliz─ hice una pausa─. Luego vino Vanessa y una hecatombe emocional que terminó conmigo yendo a Santana. Cuando regresé, las cosas se habían enfriado entre nosotros.

─Luego Mauricio. Debo decirte algo antes de que sigas.

No era ningún tipo de consuelo, pero yo estaba seguro que no había sido el único en cometer un desliz mientras estuvimos lejos en estos dos meses.

─Tú sabes todos los hombres que han estado en mi vida, porque antes de ti, la verdad, yo no sabía cómo desenvolverme con ninguno. Y coincidencia o no, ha sido hola y chao, no volví a ver a ninguno de ellos. Sólo a Mauricio, como aquella vez que nos drogamos y tú me odiaste.

─Reventé de celos. Quería matarte y matarlo, pero no podía decir ni una palabra porque era tu jodida vida. Créeme que odio a ese tipo.

─Hace un mes me buscó.

Otra Forma de Lograr que me AmesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora