Cap. 50

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Solo escuchaba silencio.

Y por fin, todo era tranquilidad.

Siempre tuve pánico a la pérdida. Para mí 'La pérdida' era uno de esos temas tabú que te impiden vivir con la tranquilidad que cualquier ser humano posee.

Me pasé doce largos años evitando a todo el mundo. Intentando alejarme silenciosamente cuando alguien se acercaba. Y todo porque cualquier contacto humano para mí, significaba una amenaza, una amenaza de pérdida.

Y puede que suene estúpido, de hecho yo era consciente de que lo era. Pero simplemente no lo podía evitar.

Ahora sabía que se trataba de un trauma infantil.

Perder a tus dos padres cuando a penas eras una niña no es para mada fácil, pero yo no fui consciente de ello.

Y es que siempre tuve el temor de acercarme, de querer, de amar.

Cada vez que me planteaba hacer un amigo, un simple amigo, mi corazón palpitaba con fuerza y una alerta sonaba en mi cabeza.

Siempre había tenido claro que las palabras amor y pérdida estaban felizmente cogidas de la mano.

Y nunca me di cuenta de lo equivocada que estuve. Nunca hasta que llegó mi decimo octavo año.

Todo pasó demasiado rápido, como si el tiempo hubiese decidido acelerar su recorrido hasta detenerse en seco en un momento crucial.

Llegué, conocí a mi nueva familia, los odie, los quise, hice amigos, también perdí, pensé que me había enamorado, me equivoqué, sufrí una ruptura confundiendo el amor con el aprecio, y también un enamoramiento tan lento que me torturaba por dentro. Y lo peor de todo, me acostumbré.

Me acostumbré a las bromas de Dany, al cariño de mis padres, a mi pequeña Ash. Me acostumbré a tener a Javi de confidente y a mis chicos como camarada. Me acostumbré a reír y a pasarlo mal en silencio. A las peleas familiares y al dulce olor de su piel. Edward. Me acostumbré al dichoso tira y afloja con él. A sus sonrisas, a su mal humor, a sus celos y lo peor de todo a su amor. Ay mi Ed.

Lo malo es que me acosrumbré a todo eso a la velocidad de la luz y cuando el tiempo decidió parar de golpe, no supe como frenar y terminé dándome de bruces contra un muro que ni si quiera me dejaba respirar.

Para la gente normal, todo lo que yo viví durante aquel último año era eso, normal.

Pero para mí fue mucho más de lo que pude imaginar, y lo único que lamento de verdad, fue haberme dado cuenta tan tarde.

Porque todos estos pensamientos me invadieron en el preciso momento en el que la bala atravesaba mi costado cortándome los sentimientos sin avisar.

Y ahora ahí estaba yo.

En medio de una oscuridad que me impedía ver mas allá. No había movimiento si sonido alguno. Sólo paz.

Una paz abrumadora.

¿Así se sentía la muerte?

Y que nadie piense que no luché, que no intenté gritar y correr, que no intenté hacer ruido para que alguien me escuchase y me viniese a salvar. Pero nada, estaba sola. Esta vez de verdad.

Me preguntaba si ne perdonarían algún día por todo lo que les causé. Y me preguntaba si por algún casual lo estarían pasando mal sin mí.

Esperaba seriamente que no.

Quería que siguiesen su vida como si yo nunca me hubiese ido. Que se enamorasen, que riesen y que llorasen. Quería que viajaran por el mundo, que cumplieran todos sus sueños, así me harían realmente feliz. Disfrutando cada minuto para así cuando llegasen a ancianos, estuviesen orgullosos de decir que sí, habían tenido una vida maravillosa que no malgastaron con lamentos ni arrepentimientos y...

AlexiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora