Outlaw.

Introducción + Booktráiler

                  

—Lo único que quiero en el mundo es proteger a mi mejor amiga.

— ¿Y yo? ¿Yo cómo te protejo a ti, Gavin?

—Haciendo lo que te diga, porque es lo que nos conviene a los dos.

Gavin camina hacia mí con la intención de tocarme la mejilla, pero me alejo. Observo sus heridas en la cara con atención: son recientes, puedo notarlo. La sangre está secándose en las cicatrices. Tiene una en el labio inferior, sé que le duele porque no ha cerrado la boca en todo el tiempo que hemos estado hablando.

—Lauren, eres lo más importante para mí. Te conozco desde que usabas aparatos dentales y tu madre no te dejaba salir de casa con nadie.

—Entonces ya deberías saber lo preocupada que estoy por ti...

—Dime... ¿recuerdas la primera vez que te llamé desde prisión?

—Nunca has estado en prisión.

—Exacto—sonríe de lado, así como siempre hace cuando está coqueteando con alguna chica boba ilusionada con Gavin—. No va a pasarme nada.

Me besa la frente porque decido acercarme a él. Deshacernos de nuestro espacio personal, porque me gusta estar a su lado. Me gusta sentirlo y olerlo siempre que puedo, porque su loción se la he comprado yo y la actualizamos cada año, en Navidad, para que no se acabe nunca.

Aunque quiero reprocharle más, decirle otra cosa para que deje esa vida tan tóxica, pero sé que será todo inútil. Gavin no cambiará de opinión.

—Te quiero. Tengo que irme.

—Promete que no llegarás con otro de esos—señalo su ojo amoratado. El color verde-amarillo ha comenzado a aparecer justo encima de su ceja—. Por favor.

—No te prometo nada, pero está bien.

—Gavin, no quiero que tu madre me llame a media noche preguntándome por ti.

—Estás peor que ella—voltea los ojos y se ríe, como si fuera realmente graciosa nuestra situación. No era la primera vez que esto pasaba—. Te veo mañana en la escuela.

—De acuerdo—acepto cruzándome de brazos.

—Descansa.

Antes de tomar la empuñadura de la puerta, voltea a verme y sonríe, tranquilizándome. Muevo la mano derecha en forma de despedida y sale de mi habitación.

Ya sabe cómo pasar desapercibido. Usa la puerta trasera y todo es más fácil para nosotros. Así no preocupamos a ambas familias y, sobre todo, no nos metemos en problemas.

Gavin lleva haciendo esto desde hace seis años.

Lo que sé es porque ha tenido la confianza para decirme qué es lo que está pasando en su vida. Que fue corrompido a los doce años por un tropel y le gustó tanto la adrenalina —y los golpes, aparentemente— que decidió meterse de lleno en esos asuntos.

Mientras recuerdo todo eso, me recuesto en la cama mirando hacia arriba. La bombilla empieza a parpadear y apunto mentalmente adquirir una nueva cuando mi madre haga las compras mensuales.

Me introduzco entre las sábanas tibias e intento conciliar el sueño. Apago la luz, pero todavía mi habitación permanece iluminada gracias a la luna.

Mi último pensamiento del día es Gavin, sus golpes bien marcados y su respiración entrecortada. Su mirada perdiéndose en la profundidad de mi inconsciente.

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