Capítulo 38

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Andrea

Caminé por la acera hasta que me detuve frente a mi antigua escuela, sonreí ante un vago recuerdo que pasó por mi mente.

- Mi amor. - La atrapé en mis brazos, me encantaba que viniera a buscarme a la escuela cada vez que podía.

- ¿Mi amor? - Yo asentí.

- Claro, tú eres mi amor.

- Tú eres el mío. - Ella susurró bajando la mirada mientras se sonrojaba, es que es adorable.

- Vamos, quiero un helado.

- Pero no he traído dinero más que para el autobús.

- No te preocupes, esta vez invitó yo.

- Uno de estos días tendré suficiente dinero para llevarte en auto a una heladería.

- Ya tienes bastante dinero, no me importa si vamos caminando a una heladería, al museo, al puente, me da igual mientras sea a tu lado.

- Eh, Andrea. - Me voltié y me arrepentí de hacerlo ante la visión de Sean.

- Sean, ¿Qué quieres?

- Se te ha olvidado tu libreta, sólo quería regresartela. - Él me sonrió y le arrebaté la libreta que sostenía.

- Gracias.

- Por nada, nos vemos. - Él se fué y cuando me voltié Casey no tenía buena cara.

- ¿Qué pasa?

- Algo en él no me gusta.

- Ni a mí.

- Debí seguir nuestros instintos y mantenerme lo más lejos posible de él. - Murmuré siguiendo mi camino al parque que estaba cerca.

El lugar estaba solitario y por eso solía venir, no me gustaba el término antisocial o solitaria, me gusta más el hecho de que prefiero estar sola conmigo misma. Como los budista, ¿No?

Me senté en la misma banca de siempre y cerré mis ojos cuando levanté mi cabeza, ¿Cuando estos pensamientos dejarán de atormentarme?

- Yo... Confíe en ti.

- Lo lamento tanto, en serio no era mi intención, no sabía lo que...

- No quiero volver a verte nunca más.

- No, espera Cass... - No pude terminar de hablarle porque ella me había colgado la llamada.

- Vaya, vaya. - Abrí mis ojos y me encontré con una castaña. - Pero si eres tú.

- ¿Qué haces acá?

- No lo sé, sólo vine. ¿Qué haces aquí tan sola?

- Pensaba. - Saqué un cigarrillo de mi chaqueta pero ella me lo ha quitado.

- Debes dejar de autodestruirte a ti misma de sstas formas tan silenciosas. Porque sí, esta es una forma de destruirte.

- Da igual, mi vida perdió el rumbo sin ella.

- Pues encuentralo.

- ¿Cómo planeas que lo haga, genio? - Le miré mal.

- Quizás necesitas perdile disculpas correctamente para seguir con sus vidas. Incluso por separado.

- No quiero estar separada de ella. - Suspiré.

- Lamento decirte que ya lo estas, ella y Susan parecen tener planes a futuro.

- ¿Planes a futuro? - Ella asintió. - ¿De qué hablas, Tori?

- Bueno, no como su plan de casarse pero si de irse a Nueva York juntas un tiempo par decidir donde vivir, lo que dice que se irán a vivir juntas y es muy probable lejos de acá.

- ¿Crees que ella aún me quiera?

- Si, ella no tiene esa mirada intensa que solía tener y se pierde cada vez más en su mundo. Susan es agradable, pero no eres tú, ¿Me entiendes?

- Creo.

- Vamos, este lugar es demasiado solitario para ser un parque.

- Eso es porque han matado a alguien hace un año y dicen que a veces se ve el fantasma de esa persona. - Ella me miró horrorizada y me felicité por poder lograrlo. - Es una broma. - Ella me dió un golpe. - O no.

Ella me acompañó hasta mi auto y me obligó a dejarla en la pizzeria de la familia de Kristen. Vi la hora que marcaba la radio de mi auto y decidí que era hora de ir a la florería no quería pagarle horas extras a Carlitos. Conduje hasta el aparcamiento donde siempre dejo el automóvil y caminé a la florería donde Carlos ayudaba a una joven a llevar las flores, eran bastantes a decir verdas. La joven se fué pero no le presté atención y sólo entré al local.

- Andrea, no te lo creerás. Acabo de vender un montón de ramos. - Sonrió.

- Lo he notado, me alegro por tu venta. - Caminé a la parte trasera y me puse mi delantal de trabajo. - Ya puedes irte. - Él asintió.

- Ha venido el padre Alberto, quiere un arreglo antes de su misa del domingo. - Yo asentí. - También dijo algo de que nada de negro y rojo, que tu broma te lo haría pagar Dios. - Reí levemente.

- Que sensibilidad más grande.

- Bueno, si arreglas las flores para que se vean como un demonio en una iglesia creo que cualquiera seria sensible.

- Fue un coincidencia.

- No te gusta mucho las iglesias. - Negué.

- No es eso, pero creo que es una perdida de tiempo de mis domingos.

- Ojalá mis padres pensarán como tú. - Él suspiró.

- ¿Te hacen llevar traje y todo eso?

- Ves mucha televisión, en la iglesia católica puedes ir vestido como quieras.

- ¿Cómo quiera? - Sonreí con malicia.

- Manteniendo el mínimo respeto. Para ser mayor eres bastante tonta, jefa.

- Soy una tonta que puede despedirte. - Alcé una ceja y él se encogió de hombros.

- Me necesitas, no te cobró demasiado y soy bastante joven, atraigo a las viejas.

- Claro que sí, campeón. - Hablé con evidente sarcasmo. - Sólo vete, ocupas mi valioso tiempo.

- Bye, bye. Por cierto, dejaron uno de los cupones.

Él dejó el cupón sobre la mesa antes de irse, me acerqué y noté que eran uno de los cupones especiales que les daba a mis amigos cercanos pero los últimos que quedaban eran los de Gregor que los usaba cuando volvía Dianne, pero Dianne viene en un mes.

Casey.

Era ella.

Sólo túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora