Aquella noche, hubo un diluvio y una explosión gigante dentro de mi.
El corazón no se me rompió, se quemó, trituró, se acabó.
Aquel día no hubo versos cálidos, desquite mi ira contra la pintura.
Y pinte mis dolores y sobre ellos.
Las lágrimas sin matices me sacaban raíces ya en la madrugada después de tanto llanto floreci...
Aquella noche el espejo me abrazo mientras lo empañaba con mis sollozos de perro herido. Y en mi corazón cada latido sonaba más amargo,
De tanto dolor vomité mariposas y mientras volaban se convertían en murciélagos cuervos, dragones.
El infierno en mis ojos se congeló y lágrimas hechas hielo cristalino estallaron contra el piso.
Estaba hecho,
Yo estaba más qué en pedacitos,
Quebrada hasta el cuello y mientras lloraba una flor nacía.
Y la cobardía murió,
Y en aquél espejo con calcomanías infantiles y con lágrimas grises de tanta rabia,
Juré vengar cada pedazo, cada sollozo, y me reí.
A carcajadas, como si me hubieran roto el corazón.
Algo despertó.
Era mi paz,
Y se marchó.
Entonces salió la poesía y la pintura.
Y el arte se convirtió en locura.
Y mi venganza fue, es, será.
Su despertar, mientras le pinto otra falsa sonrisa y le escribo un simple corazón que grita.
Que implora perdón.
Mientras le devuelvo un verso dulzón y le hago llorar,
su mar,
su laguna.
Un artista está herido,
un poeta está abatido,
juntan su arte y sale otro poquito,
de esto,
de mi.