Siento mis huesos hundirse en el fuego de mi dolor entero.
Y son mis ojos los qué lloran ácido en mar, y mis manos las qué se han de crucificar.
Estoy atada de pies y manos sufriendo los daños colaterales de amores reales qué hoy sólo existen en historias de fantasía.
Y no no es sólo otra hipocresía.
Son verdades qué incluso el mentiroso diría, como quién percibe la lluvia después de qué esta ya haya sido concebida y secada por el sol y el cielo en su color azul amarillo.
Perdí el brazo derecho qué era la inspiración el mismo día qué mi razón se resumía en nada, y esos mismos frutos me daba, pero incluso ahí, le escribí a la ausencia de ganas y a la perdida de inspiración qué pronto se convirtió en otro viaje qué me llevo al desastre de las malas rachas y amores viejos recordados y fumados todas las noches de los años nuevos.
Aquí estaba yo, mirando mi ventana fingiendo qué espero a alguien, cuando lo único qué pasa es el remolino del adiós,
Mi olvido después de dejar de creer en Dios, y unos versos,
Los pocos qué recuerdo hoy.