Tenía trece años cuando las cosas se empezaron a volver feas. Yo deseaba ir a la fiesta de fin de año del curso; estábamos en octavo, saldríamos de la primaria y nunca me habían dado permiso para participar de las actividades extra programáticas del establecimiento, ni siquiera de las importantes. Siempre había una excusa, lo cierto es que simplemente a él no le gustaba.
Fue la primera vez que me trabé en una discusión con él, que le alcé la voz y le reproché por todo lo que encontraba injusto; para mi sorpresa fue la primera vez que actuó con tanta violencia: me golpeó; estaba furioso, tanto o más que yo.
—¡¿Pero, por qué no puedo ir?! —frustrado les reclamé a mis padres—. ¡Mamá! ¡Dile a mi papá que me deje ir! ¡Yo quiero ir! Todos van a estar, ¿por qué yo no puedo estar con ellos? ¿por qué soy siempre el que no puede participar en nada? ¡Es tan injusto!
—Yo no voy a meterme en esto, Gaspar, la decisión es de tu padre —dijo mi madre mirándome con tristeza y se fue de la sala, dejándome solo con él.
—Papá... que te cuesta, dame permiso, es sólo por esta vez... —cambié mi actitud a una de suplica.
—¡Ya te dije que no! ¿Cómo es que no entiendes? ¡No vas a ir a esa fiesta y punto! —respondió terminante, lo cual me hizo enfurecer más.
—¡No es justo! ¡No es justo! —armé una rabieta—. Ustedes siempre toman las decisiones por mí. Ya estoy grande, quiero decidir qué hacer, quiero participar con los otros niños, ustedes no saben lo que es que se rían de mi porque siempre quedo afuera de todo, sólo porque a ustedes se les antoja, no quiero pasar el tiempo metido en esta casa aburriéndome, ¡quiero salir! ¿Es que no lo entienden? —grité culpándolos de mi desdicha.
—Lo único que entiendo es que me estás faltando el respeto, gritando, haciendo escándalo; pero no voy a permitir que armes una rebelión en mi casa, no te voy a aguantar que te portes como un malcriado —alzó la voz en ese intimidante tono suyo, para luego apuntarme con el dedo y añadir:— lo que mereces es una buena chanca que te ponga en el lugar que te corresponde para que no te olvides que aquí mando yo, y te guste o no aquí se hace lo que yo diga.
—¿Qué va a hacer? ¿Me va a pegar? Aunque me pegue no me va a dejar callado —lo desafíe, incapaz de pensar en las consecuencias—. Estoy aburrido de usted y sus tontas reglas. ¡No es justo que me dejen encerrado en casa! —Empecé a gritar muy fuerte— ¡No es justo! ¡No es justo!...
Mi padre pareció transformarse; siempre que se disgustaba tenía una apariencia amenazadora, pero ahí tenía una mirada asesina, los dientes apretados, su rostro muy rojo y le saltaba con furia un músculo de la mandíbula. Me congelé por un momento, comprendiendo que lo había provocado por demás. Ni lo vi venir ni pude evadirlo; él me lanzó un puñetazo que me llegó de lleno en la cara, y caí al suelo sin lograr sostenerme, lo siguiente que sentí fue el dolor que causaba su cinturón en mi piel, no sé en qué momento se sacó su correa para golpearme con ella, solo recuerdo los correazos que recibí mientras aún seguía en el suelo, tantas veces cómo la ira acumulada que él tenía.
Lloré de rabia, más que por los golpes, aunque me dejó la nariz sangrante y moreteada y el cuerpo adolorido. Sentía que nadie lograba comprenderme, aunque también creía que merecía lo que me pasaba.
De allí en adelante, todo sería peor: las discuciones entre él y yo se hicieron frecuentes. Yo cargué el resentimiento por no haberme permitido asistir a la fiesta del curso, y menos a la gala de despedida de los octavos años, ni siquiera al paseo a la playa para la que habían reunido dinero todo el año. Y eso que la profesora se ofreció a cubrir ella las cuotas que mis padres jamás pagaron, porque decían que no les alcanzaba el dinero para eso.
A esto se le sumó el que me matriculara en un liceo diferente al que yo quería para la enseñanza media. Yo había pensado ir al politécnico; una carrera técnica era mejor que nada, pero él se impuso:
—El líceo o nada —me rugió perentorio.
Siempre he pensado que fue una especie de castigo, o tal vez simplemente la forma de mostrarme que sin importar qué siempre tendría que someterme a sus decisiones. El tema de la matricula fue otra gran discución entre nosotros, que incluyó para mí una nueva golpiza.
A causa de tanto berrinche que le hice ese mes, él me castigó para la navidad: me dejó sin cena, sin regalo y tuve que pasarla encerrado en mi cuarto sin poder compartir con mi familia. Eso fue lo que más me dolió; lloré de rabia, una vez más, me sentía cada vez más solo, sobretodo porque mamá no hizo nada para evitarlo, mientras él aseguraba que solo así aprendería a respetarlo y a comportarme como era debido.
Debo reconocer que mi rebeldía siguió creciendo; aún estoy confuso con ese término... me dicen que solo luché por mis justos derechos, pero aún pienso, a veces, que fue mi culpa; tal vez se deba a que me lo repitieran tantas veces: "Tú eres el culpable de todo lo que pasa en esta familia"; aún hoy escuchó su voz retumbando en mis oídos.
Ese verano fue muy triste; el primero de muchos. Solía mirar por la ventana como la gente iba a la playa, con sus quitasoles al hombro y los niños sonriendo y jugando, mientras bajaban por la calle para tomar locomoción. Y yo estaba de continuo castigado; no me dejaban ni asomar la nariz afuera, excepto por el par de visitas que pude hacer donde mi tía Dina.
Ella era tan distinta a mamá, su hermana. Me quería mucho, me regaloneaba, y cada vez que iba a su casa me esperaba con deliciosos postres que ella misma hacía. Me daba dinero a escondidas, para que pudiera comprarme alguna cosa, y me guardaba la ropa que a mi primo Alejandro le quedaba chica; Era ropa muy bonita que mi papá me dejaba conservar.
Al principio no entendía porque mi tía siempre me hacía preguntas incómodas sobre mi familia; siempre queriendo saber si todo estaba bien en casa y si mi padre se portaba bien con nosotros. Papá decía que era una entrometida y mi mamá me aconsejaba no comentarle los enojos de papá, menos las peleas entre él y yo.
—¿Cómo van las cosas en casa, Gaspar? ¿Cómo se porta tu padre?
— Bien —dije, sin mirarla a los ojos.
—¿Cómo te trata?
—Igual que a todos —Mentí.
— Si sucediera algo... ¿me lo contarías?
—¿Cómo qué?
—No sé, es sólo una suposición. Cuida de tu madre y tus hermanitos, ¿Quieres? —Siempre había una preocupación latente en su voz.
—Sí tía, sí lo hago.
—Trata de venir a verme más seguido, si puedes. ¡Ah!, esto es para ti... Será un secreto ¿de acuerdo? —y diciendo esto metió un billete muy dobladito dentro de mi bolsillo.
—Gracias —le sonreí.
Ella era muy buena, y mi primo Alejandro, que es mayor que yo por dos años, también se portaba bien conmigo.
En marzo, antes de entrar a clases, una vez más mi tía llamó a mamá para que yo fuera a su casa a buscar algunas cosas que me tenía, papá se disgustó, pero como ahorraría algo en útiles escolares con lo que ella me daría, permitió que fuese.
Me esperó con galletas y roscas, para que tomara el té con ella. Y me dio cuadernos y lapiceras e incluso una mochila muy bonita, me sentí feliz de tener por una vez algo nuevo con que presentarme en el colegio, también me regaló la ropa de escuela del año anterior de mi primo, pues él era alto y ya no le quedaban, aunque a mí, me quedaban grandes, pues nunca he sido de mucha estatura, más bien algo más bajo que el promedio, y un poco flacucho; así que imaginaran que esa ropa aunque estaba mejor que la que tenía, me quedaba bastante suelta. Volvió a darme otro billete a escondidas; y ese era prácticamente el único dinero que manejaba, pero lo estaba guardando para comprarme algo importante cuando supiera qué iba a ser eso.
La felicidad me duró poco... Cuando llegué a la casa, mi papá me quitó las cosas, me dejó la ropa, pero los útiles se los repartió a mis hermanos, incluyendo la mochila; no quise alegar, porque los niños estaban felices de tenerlo ellos, aunque sí, me dio mucha tristeza.

ESTÁS LEYENDO
Adolecer
Fiction générale(Romance juvenil hetero) A Gaspar se le ha enseñado desde niño a acatar la voluntad de su padre, pero la llegada a la adolescencia ha abierto las puertas a la confrontación. En búsqueda de libertad y aceptación por sus pares cae aún más en la red de...