Capítulo 36

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          El día de mi cumpleaños número diecisiete, de empezar por ser alegre para mí, terminó siendo uno de los peores que recuerdo.

Era viernes, y fui a clases como de costumbre, mi padre llegaba de descanso por la tarde.

Sally estuvo risueña y misteriosa todo el día, y yo me preguntaba qué se traía entre manos, pues era como que quería decirme algo y después se arrepentía.

Por la tarde, al volver a casa, Sally dijo que me acompañaría, qué quería estar conmigo un poco más, que me tenía un regalo, pero que no lo me lo iba a dar hasta que llegaramos a mi casa, y se enganchó de mi brazo y subimos por la avenida jugueteando y riendo entre nosotros, yo curioso por querer saber qué era el regalo.

Ya el estar cerca de mi casa, vi estacionado unos metros más allá el vehículo de la tía Margarita, y me causó aún más curiosidad.

—¿me vas a invitar a pasar, verdad? —me preguntó con la cara llena de risa, cuando ya estábamos ante la puerta.

—Creo que no tengo opción —le respondí, haciéndome el interesante—. Pero sólo un rato, que más tarde llega don gruñón— agregué haciendo una mueca cómica con la cara, y ella río aún más con mi expresión.

Entramos y en la pequeña sala estaba mamá con la tía Margarita poniéndo platos y vasos en la mesa que estaba con dulces, refrescos y una pequeña y linda torta de cumpleaños en el centro, y mis dos hermanos estaban inflando algunos globos y jugando con ellos, mientras la bebé andaba gateando y levantándose aferrada de los muebles.

—¡¿Es para mí?! —No pude evitar exclamar lleno de alegría.

—Margarita trajo todo esto —respondió algo avergonzada mamá.

—¿Tendré celebración de cumpleaños? —pregunté cada vez más sorprendido y entusiasmado; nunca que recordara había tenido una fiesta de cumpleaños en casa de mis padres.

—¡Claro! ¿Para quién más sino? —me contestó riendo Sally mientras me daba un beso en la mejilla, y me acariciaba la otra con su mano.

—Tu tía Dina me pidió que hiciera esto por ella, ya que no está aquí —comentó la tía Margarita.

—¿De verdad? —dije y me emocioné y mis ojos se humedecieron, al pensar en que a pesar de estar enferma y lejos, ella nunca se olvidaba de mí.

—Sí, así que me puse de acuerdo con Anaya para poder darte esta sorpresa, aprovechando que tu padre no está —me confirmó sonriente y amable, como es ella.

Mis hermanos estaban desesperados por sentarse a comer todo lo que veían en la mesa, pues no estában acostumbrados a ver tanta comida rica junta en casa. Por lo que sin más nos instalamos en la mesa a disfrutar de todo lo que había, pero no antes de que me cantaran el feliz cumpleaños y me hicieran apagar dos velas con número, que juntas formaban mi recién cumplida edad.

Estuve tan feliz en ese momento; comimos, mientras conversabamos de distintas cosas y Sally me acariciaba el rostro y el pelo, o me tocaba suavemente y con disimulo con uno de sus dedos una de mis piernas, sin importarle que estuviera su mamá o la mía; así era ella, siempre cariñosa, mimándome con su ternura.

Mamá hablaba con la tía Margarita, pero nos observaba de tanto en tanto y me daba la impresión que nos veía con melancólica tristeza.

Luego de comer, Sally me dio un regalo, con una tarjeta con corazones y una carta adentro, y la tía Margarita me entregó dos obsequios más; uno de ella y otro por parte de mi tía Dina.

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