Capítulo 47

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Mi nombre es Enrique, soy hermano de Gaspar. Y bueno, él me pidió que escribiera esto.

Con mi cuñada Sally hemos estado leyendo todas las cosas que el Gaspar ha escrito aquí, para poder contar esta parte, las cosas que él no sabía y las que no se recuerda; aunque creo que ya le hemos contado todo, varias veces, pero él prefirió que lo escribieramos nosotros.

Ese día, que habíamos quedado de juntarnos y que yo llevaría al Gaspar para que ella lo viera, yo estaba super nervioso. Papá estaba en la casa y yo soy muy mal mentiroso; bueno en la casa bastaba ver al Gaspar para saber que era mala idea hacer cosas que a papá lo disgustaran. Pero como sabía que el Daniel había estado estudiando toda la semana para un trabajo de ciencias y ese día no sería la excepción, tenía una excusa para hacer que el Gaspar me acompañara, supuestamente para ayudarme a trasladar unos paneles con unas escenografías de una obra de teatro para un trabajo escolar, pero eso era mentira.

Me costó convencer a papá para que aceptara que el Gaspar fuera conmigo, insistía en que fuera con el Daniel, y yo le decía que estaba estudiando, y menos mal que ese es super malas pulgas, porque desde nuestro dormitorio en el segundo piso me gritó a voz en cuello que estaba ocupado, que no iría conmigo a ningún lado, que dejaramos de molestarlo. Recién ahí papá se convenció y yo respiré aliviado, aunque no sabía cómo diantres iba a hacer para sacar al Gaspar de la casa con lo taimado que se ponía con eso.

Como media hora antes de salir, me preocupé de tratar de hacer que el Gaspar luciera un poco mejor, aunque tampoco tanto como para llamar la atención de papá, pero le presté de mi ropa y lo peiné un poco y le eché un poco de colonia; para que estuviera más presentable para la Sally.

Ya en la puerta, no lograba hacer que me siguiera, ni siquiera tirándolo de una mano o tratando de empujarlo por los hombros; se resistía a salir y temblaba respirando agitado y miraba con los ojos desorbitados y aterrados.

Mamá trató de ayudarme con él, abrazándolo para que se tranquilizara y volver a intentarlo, y mi papá me observaba desde la sala con el rostro cada vez más impaciente.

Finalmente, y sabiendo que si no lo sacaba pronto mi papá se iba a enojar con el alboroto y ya no podríamos ir a ningún lado, opté sólo por agarrarlo fuerte de la muñeca y casi llevármelo a la rastra.

Avancé con él un buen poco, y cuando estabamos ya a unos cuantos metros de la casa me detuve.

—Por favor, Gaspar, tienes que venir conmigo —le repetía nervioso, sabiendo lo que estaba haciendo a espaldas de papá—. Mira, ya estamos afuera ¿ves? A ti te gustaba salir ¿te acuerdas? —trataba de convencerlo y él miraba asustado a su alrededor sin dejar de temblar.

Por fin seguimos caminando, yo llevándolo de la muñeca para hacer que me siguiera, y sintiendo que me iba a poner a llorar por la tensión emocional que sentía en ese momento.

Bajamos calle abajo y después de un par de cuadras lo solté de mi agarre, cuando vi que estaba más tranquilo, ya no temblaba y caminaba por su cuenta, aunque seguía mirando de reojo, asustado y con la cabeza gacha.

Traté de avanzar con él lo más rápido que pude, y es que yo estaba muy tenso y el tiempo que teníamos no era mucho, porque ya eran las seis y a las ocho teníamos que estar de regreso.

Con Sally habíamos acordado de encontrarnos afuera de la pastelería. Primero habíamos pensado en reunirnos en su departamento, pero luego llegamos a la conclusión que era mejor un lugar en el que él hubiera estado antes; algo que tal vez reconociera.

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