Capítulo 37

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Creo que grité demasiado fuerte y empecé a temblar descontroladamente, no sé si por el dolor de las quemaduras o por haber perdido mis valiosos recuerdos.

Mi padre llamó a mamá a gritos y ella apareció rápido, lívida y mirándonos asustada.

—Mira lo que ha hecho este imbécil —le dijo él, empujándome a los brazos de ella—. Atiéndelo.

—¡Por Dios! —exclamó mamá tomándome de las muñecas para observar mis manos y ver el daño, y yo intentaba reprimir el llanto.

Metió mis manos rápidamente bajo el chorro de agua del fregadero, y me dijo que las mantuviera allí. Sacó algunos hielos de la cubeta del freezer y lo hechó en un tiesto y poniéndolo bajo el chorro de agua para que se llenara, me dijo que metiera allí las manos y no las sacara.

El agua fría alivió bastante el intenso ardor que sentía.

—Hay que llevarlo al hospital —le urgió mamá.

—¡No irá! —fue su seca respuesta.

—No puede quedarse así; necesita que lo atiendan —intentó convencerlo con la voz nerviosa y angustiada.

—No insistas Anaya; ninguno de ustedes dos va a ir a ningún lado.

Yo los oía atemorizado, y en mi mente suplicaba que mi mamá no le insistiera; siempre tenía ese temor de que él fuera a agredirla también o a mis hermanitos.

Ella tomándome por los hombros me hizo acompañarla hasta la sala y volvió a insistirle una vez más y por primera vez la vi enfrentarlo en algo... abrió la puerta de la calle y dijo que me llevaría al hospital, que era mejor que me viera un médico.

Papá se enfadó mucho y golpeó la mesa con su gran mano; y a mi ya me parecía que él la golpearía también, por lo que en un impulso y de improviso salí corriendo fuera de casa, calle abajo, con las lágrimas corriendo por mi cara... papá me siguió, fue tras de mí, y si en algo lo adelantaba era en que yo era más veloz que él.

Bajé las calles sin disminuir la velocidad y no quise entrar al hospital, aunque pasé por fuera de él en mi alocada carrera, sólo seguí bajando y doblé en la calle que da al liceo, para continuar mi recorrido por la avenida y luego el par de cuadras de la calle principal hasta llegar a la casa de Sally. Subí las estrechas escaleras aprisa, y con mi codo toqué el timbre con desesperación, varias veces, apenas estuve frente a su puerta. Como ya no estaba mi tía en quién podía refugiarme, mi único instinto fue acudir donde la tía Margarita.

Sally abrió la puerta y se me quedó mirando sin poder salir de su asombro o reaccionar; era como si no pudiera creer que yo estaba allí y en ese estado; tembloroso, asustado y con lagrimas en toda mi cara.

—¿Q-qué pasó? —se atrevió a preguntar un momento después con la expresión horrorizada, yo no contesté, sólo le mostré las palmas de mis manos, que desde que las había sacado del agua ardían terriblemente y estaban rojas y ampollándose.

Me hizo pasar, llamando a gritos a su mamá, mientras me miraba perpleja; esa ha sido la única vez que he visto a Sally sin saber qué hacer o decir, creo que estaba demasiado impactada como para reaccionar.

La tía Margarita estuvo en un instante en la sala, debido seguramente a los gritos de Sally. Venía preguntando porqué gritaba y qué era lo que acontecía, y apenas me vio se tapó la boca con la mano y me miró con el mismo asombro de su hija. Al pensar en ello me imagino que debo haberme visto espantosamente patetico... aunque esa no sería la única vez que me vieran en un estado tan lamentable.

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