Capítulo 33

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           Papá dormía cuando llegué a la casa, y mi mamá estaba terminando de preparar el almuerzo. Mi hermanita jugaba en el andador, y mis hermanos estaban viendo tv en la sala. Y para mi sorpresa, no me regañaron ni nada. Mamá sólo me dijo muy bajo que papá creía que dormí en casa, que lo mantuviera así.

De hecho cuando subí a mi dormitorio, había un bulto hecho de toallas debajo de las mantas, supongo que mamá lo hizo para encubrirme.

Ordené la cama de nuevo, doblé las toallas y las fui a guardar en el closet que estaba en la pieza de los niños, que era donde mamá las guardaba.

Las primeras semanas de esas vacaciones de verano, fueron muy agradables. Papá consiguió un trabajo mejor, que le significó estar en una faena fuera de la ciudad, por lo que pasaba varios días fuera de casa.

Gracias a eso pude salir a la playa y a pasear por las tardes, con Sally, y también pasaba bastante tiempo en casa de ella y de mi tía Dina, que seguía sintiéndose enferma. Aunque los días en que mi padre estaba de descanso tenía que estar en casa, como siempre, y cuando no estaba, él llamaba cuando se desocupaba del trabajo para asegurarse que todos estuvieramos allí; creo que no podía evitar el querer controlarnos como fuera, pero mamá me estaba dando más libertad a escondidas de él.

A finales de enero, mamá recibió la noticia de que su hermana del medio, que se llama Jacinta y le dicen Yeisy, había llegado de vacaciones por unos días. Ella venía del Brásil, vivía allá desde hacía bastantes años, por eso yo no la conocía más que de nombre. Es artista, algo hippie, hace artesanías y cosas así. Llegó a donde mi tía Dina, y viajaría luego al sur, a ver a mi abuelo, su padre.

Fuimos con mi mamá y los niños donde la tía Dina, para compartir con la tía Yeisy una tarde. Ella venía con su hijo menor, que tenía en ese entonces trece años, y tenía una personalidad muy extrovertida. Ella era muy entretenida, contaba historias de mamá y de mi tía Dina de cuando eran jovenes y vivían en el campo, de que andaban en el bosque recolectando piñones y setas y muchas cosas más.

Mi mamá fue un par de tardes más donde ellas y yo me quedé con mis hermanos en casa un día, y otro me fui con ellos y Sally a la playa y la pasamos muy bien; Sally se veía hermosa con su traje de baño nuevo.

Pero llegaron los días de descanso de papá el fin de semana, y mi mamá y mis tías habían acordado que yo fuera a la playa con mi primo brasileño una tarde de sabado. A mi papá no le hizo ninguna gracia, y yo creo que ya sospechaba que yo andaba saliendo seguido, a causa de que por el inmenso calor que hay aquí en verano, mi piel que suele ser siempre bastante pálida, estaba con un tono tostado que delataba mis andanzas. Al final, él tuvo que darme permiso igual para ir al balneario con el Fabio, que así se llama mi primo.

—¡Irás, pero a las siete en punto te quiero aquí sin falta! ¿me oiste? —dijo en tono autoritario, y con expresión molesta.

La piscina de Caleta Boy estaba llena, y a mi primo no pareció molestarle, y mientras yo me eché a la sombra de un quitasol un rato, él partió a bañarse de inmediato.

Estuvo toda la tarde haciéndose el lindo con unas niñas; tenía una seguridad increible para su edad, llegaba a darme envidia; sé hizo de amigos en un momento y nadaba super bien, al punto que me dio vergüenza conmigo mismo, porque apenas puedo chapotear en el mar.

Las horas pasaron rápido, y cuando faltaban veinte minutos para las siete, le dije que teníamos que volver a casa, pero con su acento extranjero y el español no muy bien hablado, me dijo que cómo nos ibamos a ir si aún era muy temprano, que todavía había sol, que no fuera amargado, y que tratara de divertirme como él, y me llamó nerd.

No lo pude convencer y no quise irme y dejarlo sólo allí, tuve que esperarlo aburrido y preocupado, mientras él seguía entretenido con sus nuevas amistades, lejos de mí.

Llegamos a la casa como a las ocho y media de la tarde. Mi tía Yeisy estaba en mi casa conversando con mi mamá en la cocina, y mi papá puso cara de furia apenas me vio, y mi primo entrando como si nada, saludó a papá sin siquiera fijarse en su enojo y pidió pasar al baño para ducharse y cambiarse la ropa, le indiqué donde estaba, con el temor de que papá iba a estallar conmigo ahí mismo, y así fue.

No le importó en absoluto que estuvieran las visitas, me gritó, regañándome por no llegar a la hora, y diciéndome un montón de cosas como que yo quería hacer lo que se me diera la gana, y que era un rebelde, desobediente, y muchas cosas más, y como siempre, no tardó nada en agarrarme a golpes allí mismo, pero esta vez con mucha más fuerza que otras veces.

Supongo que fue cosas de segundos o un par de minutos no sé, pero me zarandeó empujándome contra los muebles de la sala y tirándome del cabello, en una de esas perdí el equilibrio y me fui encima de un mueble, estaba a punto de volcarlo y mi padre me tiró de nuevo del cabello y me empujó ahora hacia el otro lado, trastrabillé y caí de bruces en donde empieza la escalera, cayendo con todo mi peso sobre uno de mis brazos que además se golpeó en uno de los peldaños.

El dolor que sentí fue horrible, y había sentido como un "crack", como algo rompiéndose al chocar.

Las lágrimas empezaron a correr por mis ojos, y mi tía Yeisi que había estado gritando desde un principio a mi papá para que se detuviera, fue la primera que me ayudó a levantarme del suelo.

Me preguntó cómo estaba y yo respondí que me dolía mucho el brazo, el que empezó a hincharseme al momento. Entonces ella le dijo a mamá que me llevara al hospital, mientras comentaba que cómo era posible que Julio hiciera esas cosas, y papá hablaba enojado que no quería que nadie se metiera en los asuntos de su familia, y que yo no necesitaba ir a ningún hospital, porque sólo estaba exagerando.

Creo que mamá no sabía qué hacer, mi tía Yeisy discutía a palabrazos con papá y él la estaba echando de la casa, y diciéndole a mamá que no me llevara ni al hospital ni a ninguna parte.

Todo era un escándolo. Finalmente, mamá le hizo caso a la tía Yeisy y me llevó al hospital, y papá se quedó con los niños en casa.

Nos fuimos caminando hasta el hospital, pues no está muy lejos, yo iba afirmándome el brazo con la otra mano; me dolía y no podía moverlo.

En el camino, mamá me recomendó que no dijera en el hospital que papá me había golpeado, sino que dijera que me había caído por las escaleras.

En urgencias, me vio un paramédico y no hizo muchas preguntas, le respondí lo que mamá me había dicho y me sacaron una radiografía; tenía una fractura, pero me dijo que no era mucho, que con un par de semanas con yeso se me iba a sanar.

Así que me pusieron el yeso desde la palma de la mano hasta un poco antes de llegar al codo, me dieron algunos analgésicos y nos regresamos a la casa.

Cuando llegamos las visitas ya no estaban, papá seguía enfadado y el Enrique estaba con la bebe en brazos, jugando con ella, para entretenerla.

Papá me vio con el yeso y comenzó a decirme de nuevo un montón de cosas y yo pensé que me golpearía otra vez. Mamá tomó a la bebe en brazos que quería llorar con el vozarrón de papá, y mi hermano me tomó de la mano y se puso a mi lado aunque asustado. Yo sólo agaché la cabeza; me sentía triste, avergonzado y vulnerable.

Lo peor fue que todavía estaba con la ropa de baño de la playa, por lo que tenía que ducharme, porque no lo habíamos hecho allá, y con el yeso en el brazo, ahora no me iba a ser del todo fácil desvestirme para hacerlo.

Después que papá desahogó su rabia con todo lo que dijo, pregunté si podía ir a bañarme, y ya en el baño no lograba sacarme la polera con una sola mano, y aunque no quería pedir ayuda, al final, me asomé a la puerta, para pedirle a mamá que me ayudara, además ella me había puesto una bolsa en el yeso para que no se mojara.

Me bañé como pude con una mano, y luego tampoco podía secarme bien o envolverme en la toalla; otra vez tuve que pedir ayuda a mamá, pero vino mi padre y me ayudó, pero con una brusquedad espantosa, me secó y me arrastró de un brazo a mi dormitorio, comentando que yo era inútil, tonto, que sólo sabía dar problemas, lo mismo que siempre solía decirme.

Me ayudó a ponerme la pijama, prácticamente a tirones, mientras yo permanecía en silencio, incómodo y cohibido.

AdolecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora