Epílogo

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En la actualidad con Sally estamos viviendo en Antofagasta, en casa de la tía Margarita; yo sigo trabajando en el salón de belleza, aunque quiero estudiar en la universidad más adelante, Sally consiguió un trabajo en un colegio particular y así ya no estamos separados los días de semana.

A veces viajamos a visitar a mamá y a mis hermanos; pese a todo la estadía en el sur les hizo bien, llegaron más robustos y se ven mucho más alegres, en especial el Daniel que cambió mucho de actitud en este tiempo.

Mamá está trabajando en un almacén y está sacando su enseñanza media en la escuela nocturna, de lo contrario nunca tendrá un empleo algo mejor, pues sólo tiene la primaria.

Ella me dio una noticia triste que yo no sabía; me dijo que mi tía Dina había fallecido hacía unos años, cuando yo estaba desaparecido, me dio mucha pena saberlo; ella fue muy buena conmigo y ni siquiera pude despedirme, pero espero que donde esté sepa que la estimo mucho.

También me contó que había ido a ver a papá a la cárcel y me dijo que a ella le parecía que él se estaba volviendo loco; que la culpa se lo está comiendo, y que ahora odia a su hermana a muerte.

Yo no sé si creer eso o no; lo único que me tiene tranquilo es que él y la vieja maldita esa, tienen una sentencia de treinta años y Aldo una de veinticinco, por lo que estarán mucho, mucho tiempo sin lastimar a nadie.

Mamá también ha cambiado, pero en su rostro sigue esa expresión de dolor y tristeza que siempre la acompaña.

Están planeando irse de nuevo al sur, ahora todos juntos; para empezar de nuevo allá; a mis hermanos les gustó corretear por los cerros llenos de árboles, y la libertad de la naturaleza. Si se van, supongo que con Sally tendremos que ir a visitarlos aunque sea una vez al año.

Durante este último verano, Sally y yo nos comprometimos como novios, en una cena familiar en casa de la tía Margarita, por lo que ahora ambos lucimos unos dorados anillos trenzados en el dedo.

Si fuera por ella ya nos hubieramos casado hace mucho tiempo, pero yo no quise hacerlo hasta que pudiera recuperarme emocionalmente, en especial, dejar atrás lo que me impedía besarla y tener intimidad con ella.

Y hablando con los especialistas médicos que me tratan, acordé que la mejor manera era que yo supiera qué me habían hecho cuando estuve secuestrado. Sally se opuso tenazmente a ello, pero la convencí de que sólo eso faltaba para poder cerrar toda esa parte de mi vida y poder seguir hacia delante.

Me armé de valor para escuchar lo que fuera; ya sabía que me habían golpeado y maltratado estando encerrado; eso no era nuevo, pero no sabía el resto...

En vez de contarme, me entregaron una copia de las confesiones de Julia y Aldo.

Las leí en silencio, sintiendo que mi pecho se apretaba más y más entre más avanzaba cada párrafo. Las lágrimas corrieron por mis ojos al hacerme consciente de todo lo que estaba plasmado en el papel, mientras Sally sentada en un sillón, al rincón de la oficina del psicólogo, me observaba preocupada, jugueteando con sus manos.

Al terminar de leer pude comprender el porqué de mis traumas, y sentí que una ira e impotencia me invadían. Arrugué los papeles en mis manos y los lanzé lejos de mí y me puse a gritar como loco, voltée la pequeña mesa sobre la que me apoyaba y volqué la silla en la que estaba sentado y seguí gritando de rabia.

Sally se me acercó, me tomó de las manos.

—Esta bien; desahógate —me dijo—. Grita todo lo que quieras.

AdolecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora