Otra vez llegó marzo, y nuevamente tuve ropa escolar y útiles gracias a la caridad de mis tías; mi tía Dina a pesar de estar enferma, nunca dejó de preocuparse por mí, es algo que le voy a deber siempre. Ella y la tía Margarita me compraron todo lo necesario para ir a clases, y aunque me daba vergüenza por un lado recibir todas esas cosas, por otro era un alivio enorme tener cosas nuevas; tenía miedo de tener que vestir como mendigo y que me rechazaran una vez más a causa de eso.
Como todos los años el primer día de clases con Sally hicimos el intercambio de cartas; era nuestra tradición; además, a veces es más fácil decir algunas cosas de forma escrita que cara a cara, sobretodo si son palabras de amor.
A mi me encantaba estar en clases con ella, y no me importaba si los demás pensaban que era un perrito faldero o lo que sea, como había dicho la Maite el año anterior; Sally simplemente era lo mejor de mi día a día.
Sally entró a estudiar además en un preuniversitario, por las tardes; varios chicos del curso iban a esas clases, y mi tía Margarita le ofreció a mamá pagarme las clases para que yo también fuera. Papá no quería aceptar, estaba super enojado, y decía que para qué iba a ir si eso era para los que querían ir a la universidad, y no para alguien pobre y tonto como yo; que dejara de soñar.
No estoy seguro de cómo al final él terminó permitiendo que fuera al preuniversitario, creo que la tía Margarita presionó a mamá para que lo convenciera, no me queda muy claro, pero el hecho es que pude ir con Sally a esas clases que eran en un pequeño instituto en el centro, tres veces por semana.
Como papá seguía teniendo su trabajo fuera de casa, yo me quedaba algunas tardes después de clases en la casa de Sally, la tía Margarita nos permitía quedarnos a solas en su casa, pero aún así no llegabamos más lejos de lo que habíamos estado en año nuevo. Y es que ahí se notaba mi inseguridad y mi timidez, y ni con todos los años que ya llevabamos juntos me atrevía a que ella me viera desnudo, aunque la dejaba tocarme con sus manos por debajo de la ropa; eso me encantaba.
Un día de abril, estábamos jugueteando en el living de su sala, con las luces apagadas, tranquilos y confiados de que estábamos solos. Nuestras manos estaban perdidas debajo de las ropas del otro, a ella le gustaba tirarme de los elásticos de los calzoncillos y yo hacía lo mismo con la ropa interior de ella, y también nos hacíamos cosquillas o ella me tiraba los vellitos del ombligo y de las piernas y yo chillaba divertido, era algo entretenido para ambos.
Tal vez fue por la música o por estar distraídos en nosotros mismos, que no nos fijamos que la tía Margarita había llegado, y entró por el sector que daba al patio y al garaje; nos pilló infraganti y solo cuando prendió la luz fue que la notamos.
En menos de un segundo sacamos las manos de donde las teníamos, nos acomodamos rigidos en el sillón y ambos estabamos colorados hasta las orejas.
—Disculpen niños que los interrumpa —dijo en un tono entre divertida y asombrada, mientras yo me sentía super incómodo y avergonzado y no quería ni mirarla— pero tal vez este sea un buen momento para hablar ciertas cosas sobre el sexo, aunque probablemente ya lo sepan... —agregó sentándose en un sofá frente a nosotros.
—¡Mamita, por favor... no ahora! ¡Qué vergüenza...! —respondió Sally con la cara como tomate.
—Soy tu mamá hija, me preocupan estás cosas... —empezó a decir.
—Ya te he dicho antes; no ha pasado nada entre nosotros, no tienes de qué preocuparte —la interrumpió Sally y yo estaba que quería que me tragara la tierra.
—Les creo, pero en algún momento puede pasar y es mejor que sepan prevenir...
—Ya sabemos de las precauciones, lo enseñaron en clases. —La interrumpió de nuevo, con la mirada hacia el piso y las manos juntas entre sus piernas.
—Bien. De acuerdo. Ya están grandes y voy a confiar en ustedes; si van a llegar más lejos tienen que usar preservativos, no lo olviden... no quiero ser abuela hasta que ambos hayan sacado una carrera y estén trabajando ¿oyeron? —yo asentí deseando hundirme en el sofá y desaparecer.
—¡Ay, mamá! Ya deja de avergonzarnos ¿Quieres? —pidió levantándose y yo hice lo mismo, al mismo tiempo que empecé con timidez a excusarme para irme de ahí.
Ese día me fui aprisa de la casa de Sally y llegué aún rojo de vergüenza a mi casa, al punto que mi mamá y mis hermanos notaron que algo había pasado, aunque yo no comenté nada.
A causa de lo que pasó nos volvimos mucho más precavidos y aunque las palabras de la tía Margarita significaron que estabamos autorizados para estar juntos, ni yo ni Sally nos atrevíamos a dar ese paso aún.
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Adolecer
General Fiction(Romance juvenil hetero) A Gaspar se le ha enseñado desde niño a acatar la voluntad de su padre, pero la llegada a la adolescencia ha abierto las puertas a la confrontación. En búsqueda de libertad y aceptación por sus pares cae aún más en la red de...