Capítulo 7

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Solo le conté que había discutido con mi padre y que él estaba enojado conmigo. Mi tía fue muy comprensiva y llamó por teléfono a mamá para avisarle que estaba allí con ella, para que no se preocupara. Pasé el día allí, conversando, viendo tele, comiendo, y por la tarde, jugando play con mi primo, y ya de noche, no quería volver a casa, pero tenía miedo que mi padre fuera allá a buscarme y llevarme de regreso a la fuerza, por lo que tuve que confesarle a mi tía con mucha vergüenza que me habían pegado y que no quería regresar aún con mi familia.

—¡Ay, cariño! Tu padre es un hombre muy intolerante, no sabes la pena que me da saber lo que está sucediendo, pero dime ¿Te ha golpeado antes? —mi tía se notó de pronto muy preocupada luego de mi confesión.

—No, tía –mentí, porque a pesar de todo no me gustaba que otros hablaran mal de mi familia, y también porque me daba mucha vergüenza.

—¿Y que fue lo que lo puso tan molesto como para que te golpeara?

—Es que he estado llegando tarde del liceo varias veces y usted sabe como se pone con lo de los horarios y esas cosas...

—¿Y porqué has llegado tarde?

—Se enteró que yo estaba pololeando y por eso los retrasos, y no me han dado permiso para pololear, dicen que soy muy chico aún.

—¡Tu padre es un tonto por enojarse por esas cosas! Pero me alegro que estés pololeando, es una bonita experiencia a tu edad.

Yo solo le sonreí forzadamente, no quería decirle que lo más seguro era que ya no tenía polola ni nada. Mi tía se ofreció para ir a hablar con mis padres y ver si me dejaban quedarme en su casa por algunos días. Yo dudaba que él lo permitiera, y a medida que avanzaba el tiempo y ella no volvía, sentía más temor de que Julio, mi padre, apareciera para llevarme a rastras y de las mechas de vuelta a casa.

Lo que ella se demoró en volver se me hizo eterno, es probable que tuviera alguna fuerte discución con papá, nunca lo sabré. Pero el hecho es que volvió y para mi sorpresa dejaron que yo me quedara en su casa unos días, con la condición que fuera al liceo. Mi tía me trajo algo de ropa, y las cosas de la escuela que se las pasó mi mamá.

Por un lado, me sentí contento de que pudiera quedarme allí, pero por otro el saber que tendría que ver a Sally me ponía muy nervioso.

Mi tía quiso acomodar mi ropa en el cuarto del Alejandro, dormiría allí, con él, pero cuando vio las cosas que mamá me había mandado dio una exclamación.

—¡Por Dios! ¿Esto es con lo que vas a la escuela? —dijo sacando del bolso la vieja camisa blanca y los pantalones desgastados— ¿Y lo que te dí yo?

—Aún no me la arreglan, me queda muy grande, tía.

—¡No es así, solo necesita que la ajusten! Para otra vez yo misma arreglaré la ropa antes de dartela —dijo moviendo la cabeza de un lado a otro, con exasperación.

—¿Y la mochila que te di, porqué no la usas? —preguntó luego, al ver mi bolsón descocido que ya usaba hacía tres años.

—Papá se la dejó al Enrique —contesté con algo de tristeza al recordarlo.

—¡Ay hijo! Presiento que en tu casa están pasando más cosas que las que me cuentas —intuyó.

Mi tía siguió acomodando mi ropa, comentando lo tacaño que era mi padre. Pero al llegar a la pijama, su molestia se hizo más notoria; en realidad esta era casi unos trapos viejos, mi tía dijo que no me dejaría dormir con esa mugre y la arrojó a la basura. Me pasó una pijama nueva, que le habían regalado al Alejandro para la navidad, pero le había quedado estrecha. Me pidió que me la probara y cuando me saqué la polera delante de ella mi tía gritó.

—¡Por Dios Santo! ¿Quién te hizo esto, mi niño? —me dijo observando las marcas de los moretones que aún tenía en el costado y en mi espalda y que ya tenían un color verdoso.

—Nadie, tía —mentí con verguénza de cómo me veía— soy muy torpe y me caí sobre un mueble.

—¡Tendrías que haberte arrojado sobre varios al mismo tiempo para quedar así! Dime: ¿Quién te hizo esto? ¿Fue Julio, verdad? ¿Es por eso que huiste? —las lagrimas luchaban por escapar de mis ojos y yo por reprimirlas.

—Si, tía. Fue él. —Reconocí con un suspiro.

—¡Hijito! Lamento tanto esto. Tu padre es una persona muy díficil; Anaya nunca debió casarse con él. —Reflexionó y luego mirandome muy seria agregó:— Gaspar. No puedes permitir que él vuelva a hacerte algo así; si vuelve a golpearte dile que vas a denunciarlo.

—¡No, tía! ¡No puedo! –me alarmé ante la ídea de una denuncia— Papá es un buen hombre, cuida de nosotros; soy yo el que me porto mal, es mi culpa, merezco que él me castigue... —En ese tiempo aún no me daba cuenta del daño que provoca la violencia.

Mi tía se acercó más, me abrazó y me hizo cariño; me consoló. Ella sabía la verdad, y por eso se preocupaba... si tan solo yo hubiera sabido también.

Al día siguiente, ella justificó mi inasistencia en el liceo. Había llegado la hora de enfrentarme a la horrible realidad; me imaginaba a todos riéndose de mi y mirándome con sus caras llenas de burla y desprecio y a Sally llamándome estupido perdedor, pero nada de eso pasó. Caminé sin ver a nadie hasta mi asiento, en el último rincón de la sala y me senté con la cara gacha, nadie dijo nada, sólo me pareció sentir que Sally me observaba, pero no me atreví a mirarla.

Durante el primer recreo, me fui a sentar solo en una banca que estaba en el fondo del patio, me sentía demasiado triste. Sally me buscó.

—¿Cómo estás? —me dijo.

—Entiendo que ya no quieras estar conmigo —murmuré. Pero ella, sentándose a mi lado, tomó mis manos entre las suyas.

—Lo que pasó no es tu culpa. No voy a dejarte solo —Las palabras de ella tuvieron un fuerte impacto en mí; mi labio tembló y dos lagrimas inesperadas rodaron por mis mejillas, me abrazó y no pude evitar ponerme a llorar en sus brazos.— Yo te quiero. Eres el primer chico al que beso y el primer pololo que tengo.

¡Ella me quería! El saberlo fue muy reconfortante... ¡Me quería!

Después de esa conversación, ella decidió sentarse junto a mí en clases, lo que provocó que de inmediato empezaran a molestarla, y ella misma les reconoció que estaba pololeando conmigo.

—¡Está saliendo con el subnormal! —gritó uno riéndose. Pero a Sally no le importó.

Eso me encantaba de ella; siempre segura de si misma, no se achicaba frente a nadie.

Creo que ella se volvió desde ese momento, además de mi polola, mi mejor amiga, confidente, y aunque suene raro —y vergonzoso para un hombre,— fue también mi protectora; me cuidaba y se preocupaba por mí. 

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