Capítulo 46

243 23 2
                                    


 Esta parte de la historia me sería imposible narrarla sin la ayuda de ellos dos: de Sally y del Enrique. Pues fueron ellos los que orquestaron todo un plan para que yo pudiera reencontrarme con ella. Y por eso les pedí si podían contar algunas cosas con sus propias voces:

Hola. Me presento: Soy Sally; la novia de Gaspar. Me titulé de profesora en Lenguaje hace menos de un año, y cuando supe que había una vacante de trabajo en el liceo en el que habíamos estudiado no dude en postular a ella y tomarla; fue la excusa perfecta para regresar a la ciudad.

Mamá no quería. Hemos sufrido mucho, desde que Gaspar desapareció sin dejar rastro. Llegó un punto en que sólo se podía creer que estaba muerto; pero yo me negaba rotundamente a creer aquello. Aún así, mamá decidió vender todo lo que teníamos e irnos de la ciudad; para ver si yo podía recuperarme de la ausencia de él. Hizo de todo para que yo pudiera retomar mi vida; pero me era imposible...

Para lo único que me di fuerzas fue para seguir estudiando; siempre pensando en que era algo que íbamos a hacer juntos, y entonces me imaginaba que él estaba conmigo, y lo único que deseaba era seguir buscándolo hasta que lo hallara.

Pero estuve tres años sin que mamá me dejara venir; me hacía muy mal... me desesperaba recorriendo toda la ciudad, preguntando por todos lados, yendo a gritar a la casa de sus padres, al punto que pusieron una orden de alejamiento para que yo no me les acercara.

—Él ya no va a regresar —decía mamá con los ojos llorosos, intentando que comprendiera, lo que para mí era incomprensible.

Mamá creía que Julio lo había matado; lo acusó, lo denunció, lo tomaron preso, investigaron, pero luego... solo lo dejaron en libertad y Gaspar nunca fue hallado. Contratamos nosotras a alguien para que investigara, gastamos todo lo que podíamos gastar y nada. Mamá se sentía cada vez más culpable, ella tenía su custodia; Gaspar vivía con nosotras, y aún así no pudimos protegerlo.

Todos estos años han sido muy duros; terribles; pero aún así mantenía una esperanza, una pequeña esperanza; mi corazón me decía que él estaba con vida.

Me vine a trabajar a pesar de los ruegos de mi madre. Arrendé un pequeño departamento muy cerca del liceo; pero lo único que esperaba era hallar nuevas pistas que me condujeran a encontrarlo.

Y fue apenas en mi primera semana como profesora en que al pasar lista en uno de los cursos, el nombre de uno de los niños me llamó la atención: "Enrique Benjamin Salinas Romero". Lo busqué con la mirada, esperanzada que fuera quién yo creía y ahí estaba; cruzamos miradas al decirme presente y la expresión de él era la misma que la mía; estabamos los dos a punto de llorar; de llorar por la misma persona.

Apenas terminó la clase lo busqué y él no se retiró de la sala. Esperamos en silencio a que salieran los demás niños y yo sentía que mi corazón galopaba con fuerza, ansiaba alguna noticia, algo que me diera aunque fuera un atisbo de nuevas esperanzas para seguir en pie por más tiempo; y fue mucho mejor que eso.

—¿Te acuerdas de mí, verdad? —le pregunté haciendo un esfuerzo increíble por no llorar.

—Sí, profe; como olvidarla —me respondió también algo lloroso.

—¿Ha habido alguna noticia? —quise saber sin más, ansiosa, expectante, pasándome por alto la cortesía, pues ni siquiera le pregunté cómo estaba.

—Profe Sally... él está en la casa —me respondió casi en un susurro, con la voz ahogándose y un dejo de culpabilidad bastante notorio.

La impresión de aquello hizo que sintiera como si me despegaran del piso y me arrojaran contra una muralla; fue una sorpresa tan grande, que me lo quedé viendo impactada y mi corazón latió desbocándose y dándo volteretas dentro de mi pecho.

—¿C-cómo que está en tu casa? ¿Por qué nadie nos dijo? —lo interrogué casi sacudiéndolo de la ropa, sin darme cuenta de ello.

—Papá no quiso avisar a la policía...

—P-pero... ¿cómo? ¿Cuándo? ¿Désde cuando que él apareció? —pude hilvanar al fin bien una pregunta. Estaba demasiado nerviosa, sorprendida.

—Ya harto tiempo; como dos años... —musitó bajando la mirada.

—¿Dos años? —grité al tiempo que me agarraba la cabeza con las manos— ¡¿Dos años y nosotras no sabíamos nada?! —exclamé pensando en todo el sufrimiento que habíamos llevado con mi mamá, sin saber nada.

—Es que él no está bien... —musitó de nuevo, sin mirarme a la cara.

—¿C-cómo que no está bien? ¿Les dijo dónde estuvo todo este tiempo? ¿Qué pasó con él? —seguí interrogándolo nerviosa y alterada y él negó con la cabeza.

—El Gaspar ya no es el mismo de antes... está enfermo...

—¿Qué tiene? ¿De qué está enfermo? —lo interrumpí tan alterada que estaba hiperventilando.

—Está como ido; no reconoce a nadie, no habla, apenas si come. Desde que regresó está así y no reacciona con nada, y nadie sabe dónde estuvo.

A medida que lo escuchaba las lágrimas empezaron a correr por mis ojos, siendo ya imposible contenerlas, y en mi mente pensaba en que toda la culpa era de ese maldito desgraciado que tenían por padre, y lo único que quería en ese instante era correr a la casa de ellos y poder ver a Gaspar con mis propios ojos, abrazarlo, tocarlo, y llevármelo de allí para siempre.

No sé cómo continué las clases luego esa mañana. Lo cierto es que lloré y lloré cada oportunidad que tuve de estar sola en la sala de clases.

Y empecé a idear la forma de poder verlo, como fuera.

Tenía ganas de presentarme sin más en esa casa, obligarlos a que me dejaran entrar; si hubiera tenido un arma en las manos, no hubiera dudado en apuntarles a la cabeza con tal que me dejaran verlo.

Aunque lo que mejor se me ocurría era avisar a la policía e ir con ellos a sacarlo de ese lugar.

Me sentía como una loca; desesperada por recuperar a quien me habían arrebatado.

Pero fue el Enrique el que logró tranquilizarme y el que se ofreció a ayudarme para que pudiera reunirme con él.

Al terminar las clases él me buscó, me pidió que no actuara imprudentemente o lo metería en problemas a él también. Me dijo que en todo ese tiempo no habían logrado que saliera fuera de la casa, porque se ponía mal cada vez que querían hacerlo cruzar la puerta a la calle, pero que iba a encontrar la forma y la excusa para poder salir juntos y que yo lo viera. Pero que le diera tiempo; porque su padre seguía con sus viejas costumbres y no tenían mucha libertad para actuar. Entonces me ví en mi posición de profesora y conociéndo como su familia era, sentí que tenía además el deber de proteger a mi alumno, y no dejarme llevar por las ansias, pese al anhelo que tenía.

Además él tenía razón; me dio un argumento que era imposible no tomar en cuenta:

"—Ya lo han tomado preso dos veces, y las dos ha salido en libertad, ¿Qué le hace pensar que no ocurrirá de nuevo lo mismo? ¿Y que será de mi hermano y de mí cuando eso ocurra? ".

Con angustia me armé de paciencia; el saberlo tan cerca y a la vez tan lejos me destrozaba.

Cada día, por los siguientes días el Enrique me contaba cosas sobre el Gaspar, conversábamos durante los recreos y un rato al termino de las clases, al mismo tiempo que planeabamos cada detalle de lo que haríamos para poder reunirme con mi amor.

—Si fuera necesario... ¿Usted se haría cargo de él así como está? —me preguntó preocupado un día antes de concretar nuestro plan.

—Si fuera por mí, ya estaría viviendo conmigo —le respondí y él me sonrío.

—Ayude a mi hermano... ha sufrido tanto... —Me pidió y yo volví a llorar otra vez como lo he estado haciendo todos estos años, desde que él desapareció.

AdolecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora