Capítulo 21

339 30 8
                                    


Desde ese momento en adelante, siempre estuvo esa amenaza presente: enviarme nuevamente a casa de mi tía Julia... mi tía que no era mi tía... pero yo no sabía... y claro, tenía motivos para odiarme; mi papá también tenía motivos para odiarme... yo no debería haber nacido. Yo sabía que si volvía donde ellos, Aldo, la pareja de Julia haría lo que quisiera conmigo; me lo había dicho.

Volví a estar a solo. A sentirme la criatura más infeliz del universo.

Luego que colgué el teléfono y terminé con ella, ya nada importaba. Mi padre casi me arrastró al dormitorio y me golpeó una vez más, pero era como si yo no sintiera nada; deseaba que en ese momento uno de esos golpes acabara para siempre con mi vida, deseaba perder la consciencia y no despertar jamás; deseaba que todo acabara para mí. Sobretodo porque había sido tan cobarde como para terminar con ella aterrado por una amenaza; sólo quería morir.

Los proximos días a ese fui practicamente un fantasma. No quería comer, ni hablar con nadie, me la pasé encerrado en mi cuarto, llorando, odiándome por ser como era y lo que era. Papá me había dicho que no iría más al liceo, que me quedaría en casa, que no volvería a verla.

Como ya no quería vivir más, hice lo que pensé era lo más fácil. Yo aún no cumplia los 15 años, cuando me escabullí al dormitorio de mis padres y saqué la caja de los medicamentos, que mi mamá guardaba sobre el closet; agarré todas las pastillas que allí habían sin que me importara qué eran o para qué servían, y llevándomelas a mi dormitorio me las fui tragando, con la esperanza de no volver a sentir nunca más ni el dolor ni la desesperación que me abrumaban en ese momento.

Yo pensé que sólo me quedaría dormido y no despertaría nunca más, pero cuando los medicamentos empezaron a hacer su efecto en mí, me sentí realmente mal; nauseas, mareos, se me nubló la vista, el estomago me dolía, mi cuerpo empezó a temblar sin control, entonces sólo me tendí sobre la cama y apreté con fuerza la almohada, esperando que todo se acabara pronto. Aguanté el malestar y cerré los ojos hasta que perdí el conocimiento.

Desperté desorientado, sintiéndome muy débil, con una sensación molesta en el estomago y sin saber en donde estaba. El lugar era espacioso, las paredes blancas y mucha luz entraba por una ventana, observé a mi alrededor; era un cuarto de hospital.

En el pasillo se oian voces. Rato después entró una enfermera se alegró de verme despierto, vino después un médico, me chequeó, me dijo que el malestar que sentía era a causa del lavado de estomago que me habían hecho, y luego me hizo algunas preguntas, pero no le respondí nada. Apenas salió, entró mi padre; lo ví y un escalofrío me recorrió la columna; deberían haber dejado que muriera ese día.

—Eres tan inútil, que ni siquiera el suicidartee puedes hacerlo bien —me dijo, observándome con el ceño fruncido y el desdén en los labios.

Lo escuché y mis lagrimas comenzaron a correr por mi cara, luego de eso me susurró al oído, con su fría voz, que tuviera cuidado de lo que dijera cuando me preguntaran el porqué lo había hecho, y sin más salió del cuarto, sin siquiera preguntarme cómo estaba.

Un poco más tarde y gracias a mi tía Dina que fue a verme, me enteré que hacía casi dos días que estaba en el hospital, que mi mamá me encontró en mi cuarto y pensó que estaba muerto, pero que llamaron a la ambulancia a tiempo y me habían salvado.

Mi mamá también vino a verme y yo la veía como luchaba por no llorar a mi lado, no me decía nada, y sólo me hizo cariño sutilmente con su mano en mi cabeza.

A pesar que ya no era hora de visitas, la tía Margarita apareció entrada la tarde a verme. Se la veía contrariada, casi molesta, yo pensé que estaría enfadada conmigo, que me diría algo por haber dejado a Sally, pero su expresión cambió en cuanto se acercó a mí, y se mostró tan preocupada y dulce como siempre.

Me preguntó cómo estaba, cómo me sentía, me hizo cariño; me dijo que Sally estaba muy preocupada por mí, que quería verme, pero no había podido. Estuvo apenas unos minutos y se fue.

Días después me enteré que aquel día había discutido con mi madre por mi causa, y que no querían dejarla que me viera, y que no dejaron que Sally me visitara; tal vez por eso me pareció que estaba como enfadada cuando entró al cuarto.

Al día siguiente, durante la hora de visitas vino a verme mi profesora, estaba muy preocupada, ahí me enteré que en el curso todos estaban comentando lo que yo había hecho, de alguna forma se habían enterado, y estaban culpando a Sally de que yo intentara suicidarme; pensaban que ella me había dejado a mí y al parecer Sally no dijo nada o no se defendió, de hecho ahora sé que se hechó la culpa de todo, sólo para cubrirme las espaldas.

Más tarde aparecieron unas personas a hablar conmigo; me dijeron que eran del Sename, querían saber muchas cosas sobre mí, pero yo no quería hablar, y cuando me preguntaron porque había intentado matarme, les respondí que era porque había peleado con mi polola y terminado con ella, y me cuidé bien de no inmiscuir a mi padre para nada en todo eso.

Pronto me dieron de alta; tenía miedo de volver a casa, aunque deseaba ver a mis hermanos y estar cerca de mamá. Pero para mi sorpresa fue mi tía la que vino a recogerme, diciéndome que viviría por un tiempo en su casa.

En la casa de ella me esperaba mi mamá y el Alejandro y la tía Margarita con la Sally. Jamás esperé eso.

Mamá había llevado un bolso con mis cosas, y estuvo sólo un rato y se marchó.

Sally se acercó a mí con confianza sólo después que mamá se fuera, y me llevó aparte para estar a solas conmigo, mientras mis tías se quedaron charlando y mi primo volvió a sus cosas.

—Casi me muero de la angustia por tu causa —me comentó mirándome con dolor, con sus manos en mi cara.

—Lo siento... todo es mi culpa... —musité.

—No digas eso. Al menos ahora estarás bien por un tiempo; tu tía amenazó con denunciar a tu padre, por eso es que estás acá.

—¿Eh?

—Se peleó con él y con tu mamá por ti, los obligó a que te dejaran quedarte con ella, no sé como, pero sé que tuvo una tremenda discusión con ellos.

—¿Cómo sabes eso?

—Se lo dijo a mi mamá, yo las escuché.

—Y... nosotros ¿Qué pasará ahora? Yo había terminado contigo ese día por teléfono y... —me atreví a preguntar en un balbuceo.

—Eso no cuenta. ¿Crees que no noté que te estaban obligando? —me dijo interrumpiéndome, y me puse colorado ante la espontánea respuesta de ella, pero luego le sonreí timido al pensar que no la había perdido.

—Te amo mucho, Sally... no quiero perderte. —la abracé en un impulso apretándola fuerte contra mí.

—Lo sé, yo también te amo. Y ya te he dicho que no pienso dejarte solo.

AdolecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora